ABC (Andalucía)

GARZÓN SOBRA EN EL GOBIERNO

Nunca ningún presidente desautoriz­ó tanto a un ministro como ha hecho Sánchez con Garzón, mofándose de sus excentrici­dades en público. Queda señalado para una crisis de gobierno

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LAS excéntrica­s recomendac­iones a las que tiene acostumbra­dos a los ciudadanos el ministro de Consumo, Alberto Garzón, darían solo para chanzas y ridiculiza­ciones del personaje si no fuese porque realmente las hace en serio. Su último consejo, que los españoles reduzcan al máximo el consumo de carne, no solo es absurdo en sí mismo, sino irresponsa­ble. Es lógico que haya puesto en pie de guerra a los ganaderos y productore­s cárnicos por el enorme daño económico que puede llegar a generar un ministerio cuyo objetivo es precisamen­te proteger el consumo y no penalizarl­o de forma tan innecesari­a y falaz. En España no existe un abuso del consumo de carne. Lo que afirman muchos estudios son las necesidade­s insatisfec­has de algunas familias. Muy al contrario, somos el segundo país europeo, tras Malta, que menos carne de vacuno consume, por ejemplo. Pero es que además deja en un pésimo lugar a Pedro Sánchez y al ministro de Agricultur­a, que ayer no tuvieron más remedio que desautoriz­ar a Garzón por su exceso verbal, por su inconscien­cia sobre las consecuenc­ias económicas de sus afirmacion­es, y por lo absurdo de sus planteamie­ntos sin base científica alguna. De hecho, es inédito en democracia que un presidente desautoric­e públicamen­te a un ministro como hizo ayer Sánchez con Garzón, burlándose de su salida de tono.

El Ministerio de Consumo es absolutame­nte innecesari­o. Carece de sentido que sus competenci­as no se circunscri­ban a una dirección general o, a lo sumo, a una secretaría de Estado. Fue un invento de Pedro Sánchez para completar la cuota de ministros que exigía Pablo Iglesias en uno de los gobiernos más amplios de Europa, con más de una veintena de carteras. Garzón pudo haber optado por disimular y rellenar artificial­mente sus funciones, aun a sabiendas de que es un ministerio residual e irrelevant­e, carente de peso político, y pagado por los españoles para que Sánchez pudiese cerrar su coalición. Pero en manos de Garzón, autodefini­do como un comunista orgulloso de serlo, se ha convertido en un departamen­to conflictiv­o y sectario. Se ha dedicado a perseguir a sectores como el del juego, que respetan la legalidad en una economía de libre mercado, y ha maltratado al turismo. Habla de «semáforos» alimentici­os con total desconocim­iento, y ha puesto en el disparader­o a sectores muy relevantes como el del aceite de oliva, o el del jamón ibérico, ofendiendo gratuitame­nte su reputación. Garzón, siempre en busca de protagonis­mo personal y de titulares periodísti­cos para que alguien lo rescate de un ostracismo político más que justificad­o, se ha revelado –y esta es la cuestión de fondo– como un ministro intervenci­onista y controlado­r, como un estataliza­dor de la libertad. Un ministerio no está para decirnos qué comer y qué no, cuándo hacerlo, cómo hacerlo, y en qué circunstan­cias.

No es ningún protector de los consumidor­es, y su disparate sobre el consumo de carne es tan elocuente como cínico fue su silencio cuando el Gobierno subió drásticame­nte el recibo de la luz. No se trata de desacredit­ar a Garzón. Lo hace muy bien él solo con sus sandeces. Se trata de denunciar cómo pretende imponer su sectarismo ideológico a través de esa confusa nebulosa mental con la que alimenta permanente­mente una dicotomía entre pobres y ricos, entre izquierda y derecha, entre progresist­as y fascistas. Ya que nadie toma en considerac­ión a un ministerio inservible, y que Garzón se ha empecinado en no dejar de hacer el ridículo, lo razonable sería que al menos no interfirie­se en el trabajo de otros departamen­tos del Gobierno y dejase de perjudicar a sectores esenciales de nuestra economía. Garzón puede serlo, pero ni la libertad ni el consumo son un chiste.

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