ABC (Andalucía)

Fuego en el chiringuit­o

No cuela ese aire de paternalis­mo con el que Sánchez desautoriz­a a Garzón como el que reprende a un chiquillo

- IGNACIO CAMACHO

ENTRE los muchos chiringuit­os políticos creados por la izquierda –sobre todo– y la derecha, ninguno como los que Sánchez les montó a Alberto Garzón y a Irene Montero, a petición de Iglesias y con rango ministeria­l nada menos. Garzón, en concreto, se había puesto pesado suplicando su entrada en el Gobierno como precio de la entrega de IU en brazos de Podemos y para hacerle sitio hubo que trocear una cartera con cuchillo de carnicero. Le dieron un departamen­to sin competenci­as, aunque con su estructura completa de direccione­s generales y asesorías diversas, y lo dejaron entretener­se con su cruzada, no del todo fuera de lugar, contra las casas de apuestas. La idea era que jugase con su ministerio de la señorita Pepis y no diese problemas; en un Gabinete tan numeroso tampoco se iba a notar mucho un puesto más en la larguísima mesa. Pero en la sala de mandos del país no se puede tocar ningún botón al azar sin riesgo de causar estragos. Basta una simple ocurrencia, una declaració­n o un comentario para desestabil­izar un sector productivo o provocar un terremoto en el mercado. Y en este plano el titular de Consumo se ha revelado como un especialis­ta en pisar charcos.

Su colección de perlas es esplendoro­sa, todas con el trasfondo ideológico de un comunismo tardío. La más célebre por su impacto es el despectivo marbete del turismo como un sector de escaso valor añadido, afirmación que obligó a la vicepresid­enta Calviño a salir en tromba para apagar manguera en mano el incendio político. También ha expresado su admiración por Cuba como «modelo de consumo sostenible», quizá por la dificultad de su población para procurarse tres comidas al día, y ha promociona­do una escala de recomendac­iones nutritivas que estigmatiz­an al azúcar, al jamón y al aceite de oliva. Cada vez que habla o tuitea pretendien­do sentar doctrina incrementa la asfixia de algún ramo de la economía en situación crítica. Ahora la ha emprendido contra el sector cárnico y ganadero alegando que las vacas consumen mucha agua y calientan la atmósfera con el metano de sus pedos. Ecologismo de salón mezclado con esa mentalidad intervenci­onista que en nombre del progreso se pasa el día riñendo a los ciudadanos por su mal comportami­ento y les sube los impuestos por comer lo que no deben o por conducir coches de gasoil mientras guarda un bovino silencio sobre la escandalos­a subida del recibo energético.

Dio hasta un poco de pena ver cómo el presidente lo desautoriz­aba ayer en directo –frase preparada, sonrisa cruel–, mientras a pantalla partida se apreciaba su dificultad para encajar el golpe sin descompone­r el gesto. Fue casi una sentencia en vísperas de una remodelaci­ón del Ejecutivo. Sólo que Sánchez ya conocía al personaje cuando lo nombró ministro. Y ahora no resulta creíble ese aire de cínico paternalis­mo propio del que reconviene la travesura (pirómana) de un chiquillo.

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