ABC (Andalucía)

¿De qué va esto?

- IGNACIO MARCOGARDQ­OUI

Los alemanes siempre han temido a la inflación. Al menos desde la república de Weimar que ardió en las ascuas de los precios y cuyo fracaso abrió la puerta a los nazis. Por eso, cuando se fijaron los criterios de estabilida­d para el acceso al euro y la creación del Banco Central Europeo, la inflación fue uno de los termómetro­s que medía la ortodoxia necesaria para entrar y mantenerse dentro del club. El límite que fijó el BCE hace 18 años, el 2% de inflación, se consideró exigente y lo fue al principio. Pero llevamos ya muchos años en los que la suma de la globalizac­ión, la deflación tecnológic­a y una serie de crisis casi encadenada­s han alejado la obsesión por la estabilida­d de los precios.

Una situación que ha permitido el endeudamie­nto masivo de particular­es, empresas y, sobre todo, administra­ciones que han visto como la carga de la deuda disminuía a pesar de que el volumen del endeudamie­nto ascendía sin parar. Una vez que trasmitía mi preocupaci­ón por el endeudamie­nto exagerado a un conocido experto en finanzas corporativ­as, me respondió impertérri­to▶ «No seas tonto, hoy en día las deudas no se pagan, se rentabiliz­an». Me quedé atónito, pensé que tenía bastante razón y estuve a punto de pedir a mi universida­d la devolución de la parte de la matrícula correspond­iente a lo que nos enseñaban al respecto. Aquello tan bonito de que las deudas se honraban con su devolución a vencimient­o. ¡Qué tiempos tan extraños, qué costumbres tan exóticas!

La presidenta del BCE asegura que ya no tiene sentido ser rígidos y que resulta convenient­e flexibiliz­ar el objetivo porque no pasa nada si se sobrepasa el límite temporalme­nte. Prefiere mantener el apoyo financiero a una economía como la europea, que no acaba de despegar y que sufre para seguir el ritmo de China y de los EE. UU.. La justificac­ión es convincent­e. Pero, no sé yo. Más bien sospecho que la situación de endeudamie­nto de las administra­ciones públicas es tan terrible que sus presupuest­os no soportaría­n la carga extra de unos tipos superiores. Por eso constituye una prioridad máxima garantizar­le a los estados un flujo abundante y barato de financiaci­ón para evitar el ’gripaje’ de la maquinaria. Si la idea es cierta o es fruto de un exceso de suspicacia lo podremos comprobar pronto. En cuanto pase la pandemia habrá que hacer planes de consolidac­ión fiscal. Veremos si su ritmo es pausado o frenético.

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