ABC (Andalucía)

Ahora manda Bolaños

Destacados cargos del PSOE y del Gobierno arropan al nuevo hombre fuerte del presidente, en contraste con la soledad de Ábalos y las quejas de los ministros salientes

- VÍCTOR R.ALMIRÓN / ANA I.SÁNCHEZ

El intercambi­o de carteras ministeria­les sacó ayer a la luz las rencillas que existían en el equipo de Pedro Sánchez. Y el malestar que algunos de los sacrificad­os guardan ante la decisión del jefe del Gobierno. Reproches, alusiones veladas y olvidos mayúsculos marcaron una jornada con un claro triunfador, Félix Bolaños, una solemne derrota, la de José Luis Ábalos, y una sombra planeando: Iván Redondo.

La dureza en el adiós de Ábalos, que era el hombre fuerte del PSOE en el Gobierno, tiene todavía conmociona­do a buena parte del partido. De todo a nada en 24 horas. Hubo un primer intento desde su entorno por presentar de su marcha como voluntaria. No lo fue. Se enteró, al igual que otros cesados, el sábado por la mañana mediante llamada telefónica del presidente. Sánchez no tuvo deferencia­s con este cese pese a que Ábalos fue de los pocos que le acompañó en la recuperaci­ón del liderazgo del PSOE.

Su acto de traspaso fue un reflejo de su caída. Apenas estuvo acompañado mientras los ministros se agolpaban en otros intercambi­os de cartera. Los rostros más relevantes en su adiós fueron Salvador Illa y José Blanco. El primero acudía al acto porque una dirigente de su formación, Raquel Rodríguez, asumía la cartera. Blanco lo hizo porque ocupó el departamen­to en el último Gobierno de Zapatero.

En este marco, el exministro de Transporte­s no incluyó en su despedida a Sánchez. Y éso ya es un importante mensaje. Además, reivindicó su labor y su salida como la de una cabeza de turco: «Uno es la cabeza a la que golpear, la que también tiene que lidiar y mediar». Un buen resumen para sus tareas de estos tres años como uno de los principale­s puntales de Sánchez. Tampoco tuvo palabras para el presidente el ministro de Justicia saliente, Juan Carlos Campo, amortizado en poco más de un año tras su servicio en la elaboració­n y concesión de los indultos. Se va para dejar hueco a Pilar Llop, a quien Pedro Sánchez lleva promociona­ndo desde que lidera el PSOE.

Sin ministerio para Redondo

Si Ábalos representó la soledad de la caída, la otra cara de la moneda fue Félix Bolaños. El nuevo ministro de la Presidenci­a asume ‘de facto’ el control y la coordinaci­ón del Gobierno por debajo del presidente. Y ese poder se dejó sentir. Nadie se lo quería perder. Adriana Lastra y Santos Cerdán, los principale­s cargos del PSOE que no forman parte del Gobierno también estuvieron allí. El despliegue fue total.

Las tres vicepresid­entas del Ejecutivo, los titulares de Exteriores, José Manuel Albares; Interior, Fernando Grande-Marlaska; Consumo, Alberto Garzón, y las ministras de Hacienda, María Jesús Montero; Sanidad, Carolina Darias; Industria, Reyes Maroto; Derchos Sociales, Ione Belarra, despidiero­n a Calvo y arroparon a un hombre con el que tendrán que despachar a diario. También acudió el que será nuevo Jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, Óscar López, que ayer quiso tener un papel discreto. Al acabar el acto se le vio acompañado de Francisco Salazar, socialista asociado a Redondo, del que era adjunto. En Ferraz esperan su salida de las estructura­s gubernamen­tales.

La profunda remodelaci­ón que Sánchez ha ejecutado en el seno del Gobierno pretendía enterrar los bandos, pero los puso de manifiesto. La marcha de Iván Redondo planea todavía sobre la remodelaci­ón. Él asegura que es voluntaria. Sus críticos dicen que no y que ambicionab­a ser ministro de Presidenci­a. Se apunta a un pulso con el presidente. En el PSOE subrayan que Sánchez no le ofreció ni ése ni otro departamen­to.

En este agitado panorama, Bolaños dejó un mensaje con carga de profun

didad: «Estas cosas ni se pueden pedir ni se pueden rechazar», señaló, en una frase que rápidament­e se interpretó como alusión a las ambiciones de Redondo. Bolaños lo negó pero la enorme satisfacci­ón que visibiliza­ron él mismo, Lastra, Cerdán o Calvo evidenciar­on la importanci­a de lo sucedido para los críticos con el exdirector del gabinete de Presidenci­a.

De todos los salientes solo la exvicepres­identa primera se fue sin dar muestras de decepción. No pidió irse, pero estuvo al corriente de las intencione­s del presidente. «Es el traspado más amoroso de la historia de la política», dijo ayer para referirse a Bolaños por su «lealtad: «El presidente deja este ministerio en las mejores manos.

Me voy agradecida y tranquila». Su sustitució­n por Bolaños no es un cambio cualquiera y eso dulcifica el final de Calvo. Hasta cierto punto era un relevo natural y generacion­al. En Ferraz no se oculta la satisfacci­ón. Solo la salida de Ábalos deja en algunos un amargor de injusticia. Pero todos asumen que el presidente está revolucion­ando sus equipos y que el Gobierno es solo la punta del iceberg.

Diáfano como siempre fue Miquel Iceta, que dejaba Política Territoria­l para pasar a Cultura en lo que significa una clara caída política: « Siento mucho dejar este ministerio, lo quiero decir así de claro, aquí hemos puesto mucha ilusión y muchas horas». En su equipo y en el PSC no se imaginaban este revolcón. Hay incredulid­ad aunque no se cuestiona la decisión ya que ahora tienen dos miembros en el Gobierno, uno de ellos al frente de Transporte­s y sus importante­s recursos para Cataluña.

Sin embargo, esta comunidad fue la gran ausente en este traspaso. Ni Iceta tuvo palabras para ella ni su sucesora, Isabel Rodríguez, que además será la nueva portavoz del Gobierno. De hecho, este cambio entraña una apuesta de Sánchez por rebajar el peso mediático de la negociació­n con Cataluña ante el fuerte malestar que desata en otros territorio­s.

También hubo lamentos en la salida de la titular de Exteriores, Arancha González Laya, quién tachó el día de «agridulce». No fue delicado Albares al sustituirl­a subrayando que a España no le pueden ir las cosas «bien dentro» si no hace las hace «bien fuera».

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La concurrida toma de posesión de Bolaños, que sustituye a Carmen Calvo
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// EFE El Rey entra en el salón donde los ministros prometiero­n sus cargos
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