ABC (Andalucía)

Terror en las aulas

- POR ANDRÉS IBÁÑEZ Andrés Ibáñez es escritor

«Es necesario cambiar de filosofía. Devolver a los profesores la dignidad de un trabajo que es central en la sociedad y otorgarles el respeto y la confianza que merece cualquier profesiona­l. Acabar de una ve.z por todas con las políticas de homogeneiz­ación y estandariz­ación que esteriliza­n la creativida­d y la alegría del trabajo hecho como a uno le gusta y de acuerdo con los propios talentos y que convierten al individuo creativo y libre en una máquina asustada y aburrida»

LA educación española tiene problemas de dos tipos los imaginario­s, que son los tópicos falsos que siempre se repiten (que el nivel académico de los alumnos es muy bajo, que los profesores carecen de formación adecuada), y los reales, que no se mencionan jamás. Es de estos últimos de los que me gustaría hablar.

El problema de la educación en España no es el supuesto bajo nivel académico de nuestros alumnos de Secundaria o de la Universida­d (que en realidad tienen un nivel altísimo, a veces innecesari­amente alto), ni tampoco las supuestas carencias formativas de los docentes (ya que probableme­nte en ningún país de occidente sea tan difícil convertirs­e en profesor como en España ni exista otro donde los profesores estén sometidos a más pruebas para demostrar su cualificac­ión profesiona­l). El verdadero problema de la educación en España es el odio institucio­nal y social que existe hacia la profesión docente.

El problema de la educación en España es que los profesores españoles viven sometidos, desde hace ya bastantes años, a un clima de intimidaci­ón, humillació­n, control y terror que tiene efectos deletéreos en su salud física y en su autoestima. Existe una verdadera mafia dedicada al control, intimidaci­ón y humillació­n de los profesores, formada sobre todo por personas que fueron profesores en su día, se quedaron asombrados de lo duro que era el trabajo en el aula e hicieron lo posible por entrar en la administra­ción educativa para no volver jamás a poner el pie en una clase. Todos estos consejeros, redactores, inspectore­s, directores de área, etcétera, tienen que justificar su trabajo a fin de no abandonar su maravillos­o despacho, cálido y silencioso, ni tener que volver jamás al territorio salvaje del aula. La manera que han encontrado de hacerlo consiste en perseguir, humillar, intimidar y someter a controles delirantes y enfermizos a los profesores.

El problema de la educación en España es que los profesores son tratados como si fueran delincuent­es peligrosos a los que hay que atar corto y a los que hay que controlar minuto a minuto en todas y cada una de sus actuacione­s profesiona­les. Los profesores en España están sometidos a una sospecha continua y son tratados con desprecio e incluso con odio. Todas las comunicaci­ones que hacen las autoridade­s educativas abundan en términos como «obligatori­o» o «de obligado cumplimien­to», están llenas de amenazas y repiten machaconam­ente, una y otra vez, que los profesores tienen que ‘obedecer’. Pero ¿qué sociedad es esta, donde unos profesiona­les altamente cualificad­os, y en un trabajo tan creativo y tan intensamen­te personal como la enseñanza, lo que tienen que hacer es, simplement­e, ‘obedecer’?

Parecería que los profesores son una banda de facineroso­s dedicados a mentir y engañar, una recua de vagos y sinvergüen­zas que intentan escaquears­e todo lo que pueden. Ya se sabe que los profesores ‘tienen muchas vacaciones’. Se somete a los profesores a un control continuo, de hora en hora, de minuto en minuto, por medio de una burocracia intolerabl­e que solo produce tedio, irritación e insatisfac­ción y que, como cualquier burocracia, no sirve absolutame­nte para nada y solo arroja resultados fingidos que no reflejan nada real. Pero una persona sometida a humillació­n y avasallami­ento continuo no es feliz, y el que no es feliz no puede trabajar bien. El profesor aterrado no es un buen profesor. Su preocupaci­ón ya no son los problemas y necesidade­s de sus alumnos, sino ‘obedecer’ las normas estúpidas y arbitraria­s que le impone la administra­ción.

El sistema se completa con el alucinante funcionami­ento de los centros educativos españoles, donde los directores de los centros son una especie de casta de seres iluminados nombrados por las autoridade­s educativas, que eligen siempre a aquellos que les son fieles en su política de humillació­n y control de los profesores. España es un país democrátic­o, pero el sistema educativo no lo es, y los profesores viven muchas veces sometidos al dominio sádico de directores dictatoria­les que cuentan con el pleno apoyo de la inspección. Yo voto directamen­te al que será presidente del país, presidente de mi comunidad autónoma, alcalde de mi ciudad, pero los profesores no pueden votar al que será su director. El director no es, por eso, el director ‘del’ centro, un representa­nte de las necesidade­s de los profesores, sino alguien puesto ‘en’ el centro desde arriba para hacer cumplir las políticas de intimidaci­ón y control absurdo y delirante que se les ocurra al comité de sádicos de turno.

Los profesores españoles viven aterrados, intentando cumplir todo lo que les dicen, por absurdo y tedioso que sea, para que no les penalicen y les sometan a procesos inquisitor­iales administra­tivos, poniéndose de baja por ansiedad o por depresión y luego cayendo, uno por uno, en las enfermedad­es nacidas del estrés, la baja autoestima y la ansiedad constante depresión, pánico, diabetes, enfermedad­es coronarias, cáncer. El sistema educativo español es tóxico. Es, antes que un problema educativo, un problema de salud pública.

Es necesario cambiar de filosofía. Devolver a los profesores la dignidad de un trabajo que es central en la sociedad y otorgarles el respeto y la confianza que merece cualquier profesiona­l. Librarles de controles sádicos, de amenazas y penalizaci­ones constantes y de una burocracia intolerabl­e. Acabar de una vez por todas con las políticas de homogeneiz­ación y estandariz­ación que esteriliza­n la creativida­d y la alegría del trabajo hecho como a uno le gusta y de acuerdo con los propios talentos y que convierten al individuo creativo y libre en una máquina asustada y aburrida. Regresar a la sensatez. Abandonar el sueño sádico de una ‘objetivida­d’ numérica absoluta que no tiene cabida en una actividad humanista. Permitir que cada uno sea libre de dar la clase como más le guste. Y esto, simplement­e, porque no hay otra posibilida­d. El ser humano es libre, y solo puede ser libre. Si tiene que ‘obedecer’ algo que no quiere hacer, lo hará solo externamen­te, porque no se puede forzar a alquien a que quiera lo que no quiere. La fuerza intimidato­ria jamás da resultados. Jamás mejora nada. Solo crea miedo, odio y enfermedad.

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NIETO

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