Terror en las aulas
«Es necesario cambiar de filosofía. Devolver a los profesores la dignidad de un trabajo que es central en la sociedad y otorgarles el respeto y la confianza que merece cualquier profesional. Acabar de una ve.z por todas con las políticas de homogeneización y estandarización que esterilizan la creatividad y la alegría del trabajo hecho como a uno le gusta y de acuerdo con los propios talentos y que convierten al individuo creativo y libre en una máquina asustada y aburrida»
LA educación española tiene problemas de dos tipos los imaginarios, que son los tópicos falsos que siempre se repiten (que el nivel académico de los alumnos es muy bajo, que los profesores carecen de formación adecuada), y los reales, que no se mencionan jamás. Es de estos últimos de los que me gustaría hablar.
El problema de la educación en España no es el supuesto bajo nivel académico de nuestros alumnos de Secundaria o de la Universidad (que en realidad tienen un nivel altísimo, a veces innecesariamente alto), ni tampoco las supuestas carencias formativas de los docentes (ya que probablemente en ningún país de occidente sea tan difícil convertirse en profesor como en España ni exista otro donde los profesores estén sometidos a más pruebas para demostrar su cualificación profesional). El verdadero problema de la educación en España es el odio institucional y social que existe hacia la profesión docente.
El problema de la educación en España es que los profesores españoles viven sometidos, desde hace ya bastantes años, a un clima de intimidación, humillación, control y terror que tiene efectos deletéreos en su salud física y en su autoestima. Existe una verdadera mafia dedicada al control, intimidación y humillación de los profesores, formada sobre todo por personas que fueron profesores en su día, se quedaron asombrados de lo duro que era el trabajo en el aula e hicieron lo posible por entrar en la administración educativa para no volver jamás a poner el pie en una clase. Todos estos consejeros, redactores, inspectores, directores de área, etcétera, tienen que justificar su trabajo a fin de no abandonar su maravilloso despacho, cálido y silencioso, ni tener que volver jamás al territorio salvaje del aula. La manera que han encontrado de hacerlo consiste en perseguir, humillar, intimidar y someter a controles delirantes y enfermizos a los profesores.
El problema de la educación en España es que los profesores son tratados como si fueran delincuentes peligrosos a los que hay que atar corto y a los que hay que controlar minuto a minuto en todas y cada una de sus actuaciones profesionales. Los profesores en España están sometidos a una sospecha continua y son tratados con desprecio e incluso con odio. Todas las comunicaciones que hacen las autoridades educativas abundan en términos como «obligatorio» o «de obligado cumplimiento», están llenas de amenazas y repiten machaconamente, una y otra vez, que los profesores tienen que ‘obedecer’. Pero ¿qué sociedad es esta, donde unos profesionales altamente cualificados, y en un trabajo tan creativo y tan intensamente personal como la enseñanza, lo que tienen que hacer es, simplemente, ‘obedecer’?
Parecería que los profesores son una banda de facinerosos dedicados a mentir y engañar, una recua de vagos y sinvergüenzas que intentan escaquearse todo lo que pueden. Ya se sabe que los profesores ‘tienen muchas vacaciones’. Se somete a los profesores a un control continuo, de hora en hora, de minuto en minuto, por medio de una burocracia intolerable que solo produce tedio, irritación e insatisfacción y que, como cualquier burocracia, no sirve absolutamente para nada y solo arroja resultados fingidos que no reflejan nada real. Pero una persona sometida a humillación y avasallamiento continuo no es feliz, y el que no es feliz no puede trabajar bien. El profesor aterrado no es un buen profesor. Su preocupación ya no son los problemas y necesidades de sus alumnos, sino ‘obedecer’ las normas estúpidas y arbitrarias que le impone la administración.
El sistema se completa con el alucinante funcionamiento de los centros educativos españoles, donde los directores de los centros son una especie de casta de seres iluminados nombrados por las autoridades educativas, que eligen siempre a aquellos que les son fieles en su política de humillación y control de los profesores. España es un país democrático, pero el sistema educativo no lo es, y los profesores viven muchas veces sometidos al dominio sádico de directores dictatoriales que cuentan con el pleno apoyo de la inspección. Yo voto directamente al que será presidente del país, presidente de mi comunidad autónoma, alcalde de mi ciudad, pero los profesores no pueden votar al que será su director. El director no es, por eso, el director ‘del’ centro, un representante de las necesidades de los profesores, sino alguien puesto ‘en’ el centro desde arriba para hacer cumplir las políticas de intimidación y control absurdo y delirante que se les ocurra al comité de sádicos de turno.
Los profesores españoles viven aterrados, intentando cumplir todo lo que les dicen, por absurdo y tedioso que sea, para que no les penalicen y les sometan a procesos inquisitoriales administrativos, poniéndose de baja por ansiedad o por depresión y luego cayendo, uno por uno, en las enfermedades nacidas del estrés, la baja autoestima y la ansiedad constante depresión, pánico, diabetes, enfermedades coronarias, cáncer. El sistema educativo español es tóxico. Es, antes que un problema educativo, un problema de salud pública.
Es necesario cambiar de filosofía. Devolver a los profesores la dignidad de un trabajo que es central en la sociedad y otorgarles el respeto y la confianza que merece cualquier profesional. Librarles de controles sádicos, de amenazas y penalizaciones constantes y de una burocracia intolerable. Acabar de una vez por todas con las políticas de homogeneización y estandarización que esterilizan la creatividad y la alegría del trabajo hecho como a uno le gusta y de acuerdo con los propios talentos y que convierten al individuo creativo y libre en una máquina asustada y aburrida. Regresar a la sensatez. Abandonar el sueño sádico de una ‘objetividad’ numérica absoluta que no tiene cabida en una actividad humanista. Permitir que cada uno sea libre de dar la clase como más le guste. Y esto, simplemente, porque no hay otra posibilidad. El ser humano es libre, y solo puede ser libre. Si tiene que ‘obedecer’ algo que no quiere hacer, lo hará solo externamente, porque no se puede forzar a alquien a que quiera lo que no quiere. La fuerza intimidatoria jamás da resultados. Jamás mejora nada. Solo crea miedo, odio y enfermedad.