Por qué amo a Simone Weil
A Camus podemos leerle todos los días, pero Weil debe ser dosificada porque su desesperación puede causar daños irreparables
ESCRIBE Susan Sontag en un ensayo que hay dos tipos de escritores : los amantes y los maridos. Ella sitúa a Albert Camus como prototipo de los maridos por la solidez de los valores morales. Leer a Camus es tranquilizador porque se sabe dónde están el bien y el mal. Los amantes son aquellos que perturban y seducen por su desmesura. Sontag habla de su aire «enfermizo» y cita a Baudelaire, Genet, Kafka, Kierkegaard y Nietzsche, entre otros. También incluye a Thomas Mann por su lucha interna entre los valores de la burguesía en la que había nacido y el espíritu de transgresión. Esta tipología me parece útil para poder encuadrar la obra de Simone Weil, a la que, como le sucedía a Sontag, leo y admiro. Amo a esta escritora pese a la perplejidad y las aristas de su obra, marcada por un sentimiento trágico de la vida.
Weil era una persona infeliz y atormentada que cultivaba el dolor como estética. Carente de cualquier atractivo físico, era un personaje místico y desequilibrado. Despreciaba los placeres y se implicaba en las causas perdidas. Era una judía de convicciones cristianas con un ego desmesurado. Torpe, exagerada, siempre enferma, su vocación era el martirio.
Cuando tenía 25 años abandonó su carrera docente para trabajar como obrera en la Renault. Luego vino a España para combatir en las filas republicanas. Hay fotos que la muestran con un mono azul, un pañuelo rojo de miliciana y un fusil en el hombro. Luego se fue a Londres para alistarse en la causa del general De Gaulle. Comunista, anarquista, feminista y católica, allí murió en 1943 al cumplir los 34 años tras negarse a ingerir alimentos para dar ejemplo de austeridad.
Weil buscaba la instauración del Reino de Dios en la tierra y, por ello, creía que la causa más importante de la humanidad era acabar con la pobreza. Para ella, la justicia estaba por encima de la verdad o, mejor dicho, sólo podía existir la verdad en un mundo donde triunfara la justicia. Pensaba que la realidad sólo podía ser inteligible a través de un desapego a todos los valores materiales, lo que le acercaba mucho a los místicos como san Juan de la Cruz.
Muchas de sus frases y sus ideas me parecen una provocación, otras resultan absurdas, pero de repente surge una iluminación que justifica horas de lectura porque esta mujer pertenece a ese género de los escritores amantes que nos resultan tan odiosos como necesarios. A Camus podemos leerle todos los días, pero Weil debe ser dosificada porque su desesperación puede causar daños irreparables.
En cualquier caso, merece la pena coger sus ‘Oeuvres’, editadas por Gallimard, y abrirlas por cualquier página. Esto es lo que leo : «La desgracia es biológica, pero la raíz del mal es la ensoñación». Unas palabras que serían una locura si no hubieran sido escritas por esta visionaria.