ABC (Andalucía)

La OTAN y dad al césar lo que…

- POR INOCENCIO F. ARIAS Inocencio F. Arias es embajador de España

«La labor de Calvo Sotelo en su corto mandato resulta a menudo pasada por alto, aunque sea un buen ejemplo de esa sustracció­n de los derechos de autor de una decisión. Tomemos la OTAN, que ahora es una señora respetable. Muy hábilmente secundado por Pérez Llorca, Calvo Sotelo nos llevó a la Alianza Atlántica después de que la oposición elocuente de Felipe González y del Partido Socialista encrespara a la opinión pública que identificó el pacto con sumisión a EE.UU.»

NADIE puede reproducir el monólogo de Pedro Sánchez en su paseíllo con Biden en Bruselas. El americano presumible­mente, no. No parecía escucharlo. Entre los temas que el español debió de abordar en ese irrepetibl­e esprint verbal (5 o 6 temas en 32 segundos) debió de estar la oferta aduladora de que España podría acoger la Cumbre de la OTAN del próximo año.

Puede que Biden, en su despego, recordara que Sánchez no gasta lo que ha prometido en defensa en la OTAN, y que es hijo putativo de quien no se levantó ante la enseña yanqui y se largó de Irak de forma chapucera; quizás alguien le comentara que preside el único gobierno occidental con comunistas, con un ministro que luce una camiseta de la Alemania comunista, un régimen abyecto que levantó el muro de Berlín, es decir, un gran campo de concentrac­ión. Pero no lo creo. El yanqui iba a su aire, pensando en lo que tenía que decir en el pleno de la OTAN y no en las frases atropellad­as de alguien que parecía un vendedor de seguros de vida o un testigo de Jehová.

Además, Biden debía de saber que la propuesta de albergar la cumbre provenía de Rajoy. No había nada nuevo. Los gobiernos, más aún los de izquierda, son proclives a apuntarse hechos de otros. Los socialista­s no se curraron infatigabl­emente lo del voto de la mujer en la República, el partido estaba dividido sobre el tema; tampoco acabaron con la mili, el padre es Aznar, y fue Calvo Sotelo quien introdujo el divorcio en 1981.

La labor de Calvo Sotelo en su corto mandato resulta a menudo pasada por alto, aunque sea un buen ejemplo de esa sustracció­n de los derechos de autor de una decisión. Tomemos la OTAN, que ahora es una señora respetable. Muy hábilmente secundado por Pérez Llorca, al que el presidente encomendó la brega diaria en el Parlamento y con varios gobiernos suspicaces, Calvo Sotelo nos llevó a la Alianza Atlántica después de que la oposición elocuente de Felipe González y del Partido Socialista encrespara a la opinión pública, que identificó el pacto con sumisión a EE.UU. y un mayor peligro para España. Dos aspectos sensibles para los celtíberos. Asistí al gran mitin de Felipe en la Universita­ria, «OTAN de entrada no», y oí a un entusiasta Javier Solana con megáfono delante de Asuntos Exteriores gritando «OTAN no, bases fuera». Pasados los años sería secretario general de la olorosa OTAN, lo que constituye otro ejemplo de que es más sencillo cambiar de opiniones políticas que de club de fútbol. Sánchez estará de acuerdo.

Las encuestas, donde el tema hasta entonces no interesaba, comenzaron a mostrar una clara repulsa de los españoles. Don Leopoldo no vaciló. Le resultaba poco consecuent­e llamar a las puertas del Mercado Común –ya se habían aprobado unos pocos apartados de la negociació­n– y negarse a defender el mundo occidental, como nos insinuaban alemanes y otros aliados democrátic­os y fiables. El lugar de España era dentro, no fuera. «No toleraremo­s –diría– que terceros países, concretame­nte la URSS, se arroguen el derecho de vetar nuestra entrada». (Moscú lo intentó y pifió). El ministro me añadía, yo era portavoz de Exteriores, que tampoco era muy digno tener las bases con los americanos y que estos vinieran a contarnos, como a unos empleados, lo que, al margen nuestro, se decidía en la OTAN estando como estábamos casados con ella a través de la coyunda morganátic­a con Washington. La campaña de entrada se inició cuando el Gobierno conseguía el envío del ‘Guernica’ a España.

El tema fue al Parlamento, donde se debatió durante diecinueve días y se aprobó, 186 votos a favor y 146 negativos en el Congreso y 106/60 en el Senado. Los remilgos de los socialista­s griegos, soterradam­ente azuzados por sus colegas españoles, y del Gobierno portugués, siempre celoso de que España pueda quitarle un gramo de competenci­as, se superaron. Calvo Sotelo acudió a la cumbre de 1982, donde –eran fechas de la guerra de las Malvinas– hizo saber que si el cónclave pretendía condenar a Argentina, España debutaría vetando la resolución.

Más tarde, Felipe González, ya en el poder, se percató de que la salida de España sería incomprend­ida y contraprod­ucente. Para rebobinar ante la opinión pública hubo de convocar un traumático referéndum. Se empleó en él, a favor del sí, a fondo, y dio tropecient­as entrevista­s. A mí, recuperado poco antes para la portavocía de Exteriores, no me costó, en mi segundo nivel, amoldarme. Los argumentos que utilizaban González, Guerra y Ordóñez eran los mismos de C. Sotelo y P. Llorca. Los sabía de memoria, no había otros.

El eco de nuestro referéndum, primicia entre los aliados, atrajo a muchos analistas y periodista­s foráneos, expertos a cien pesetas que quedaron impactados por los esfuerzos, serios, admirables, diría yo, de González. La peligrosa apuesta se ganó con el 52,55 por ciento de los votos a favor. El canguelo y la pesadilla concluían. ¿Habría dimitido Felipe cambiando la historia ante un resultado adverso?

El éxito del socialista trascendió, fue apreciado por Reagan y bastantes aliados, y para algunos es la imagen parcial e injusta que quedó de la España otánica. Después, en una cena en la Embajada yanqui en Madrid, el embajador, uno de esos millonario­s que no ha hecho los deberes, sólo chapurrea español y no tiene un secretario de Embajada que conozca la reciente historia de España, discurseó en una cena honrando al general Manglano: «Si González ha entrado en la historia es por haber metido a este país en la OTAN y haber promovido al general».

Hubo algo imprevisto. ¡‘Verbum caro factum est’! C. Sotelo asistía a la cena y pidió la palabra aclarando: «Gracias por meterme en la historia, porque las dos cosas que menciona, embajador, las hizo mi Gobierno».

¡‘Oh my God’, qué sofoco! Lo que demuestra que el gran Tío Sam no siempre estudia la lección y que hay que dar a Leopoldo y a la UCD lo que es de Calvo Sotelo y su partido.

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NIETO

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