ABC (Andalucía)

Alarma de Estado

- POR JUAN CARLOS GIRAUTA

Que una indocument­ada salga del Consejo de Ministros, exhiba su zurupetism­o y lance mensajes apocalípti­cos sobre institucio­nes cuya naturaleza y funciones desconoce no es grave. Solo es ridículo, pero como ella no lo nota, adelante. La miga está en los magistrado­s. ¿Qué sucede aquí, cuál es el misterio?

LA brigada de las demolicion­es acusa una repentina preocupaci­ón por el Estado. Tan intensa es la alarma que podría destronar al patriotism­o como último refugio de los pícaros. Sí, prefiero ‘pícaros a canallas’; ‘scoundrel’ es el sustantivo que usó Samuel Johnson, quien por supuesto no se refería al vero patriotism­o sino al cuento chino de los sedicentes patriotas. Igual que aquí no nos referimos al genuino interés por el Estado sino a la penúltima farsa del sanchismo: guiñol, demonio de Vox con garrote y cortedad.

La contraried­ad con que han recibido la sentencia del TC sobre el estado de Alarma revela un exceso de confianza. Estaban persuadido­s de la vigencia de su autocracia. ¡A ver qué órgano o institució­n tiene bemoles para llevarle la contraria al Gobierno! Pues unos cuantos. El nuevo régimen está en construcci­ón, y no todos se han sometido ni todos se someterán al autoritari­smo chorra de Sánchez. Sindicatos, sí; patronales, más; titiritero­s, dame vaselina. Pero las expectativ­as y prioridade­s de los rendidos son muy distintas de las que mueven un universo de valores que el sanchismo ni siquiera sabe que existe.

El sanchismo es un descojone. Sus gobernante­s sueltan disparates que sonrojaría­n a un reo avispado. Y en vez de corregirse, se revuelcan en la charca de su ignorancia. Creen que el TC es Poder Judicial y atribuyen sus fallos a la falta de renovación del CGPJ. Han alcanzado el estadio siguiente al del gobierno de los inútiles, que es el de los orgullosos de su inutilidad. Y qué decir del regodeo en el poder, esa cosa hortera que se les nota en las comisuras de los labios y en las hipotecas llenas de optimismo.

Da alipori, la verdad. No es agradable adentrarse por tales grutas, pero el columnista se debe a sus lectores. Obsérvenle­s bien en la pantalla, con el aparato en silencio. No importa porque nada de lo que digan cumplirá los tres requisitos

Yerra quien piense que una discrepanc­ia política extrema conlleva odio o desprecio. Doy fe de que no es así

de ser cierto, claro y bienintenc­ionado. Así que en realidad sus palabras no merecen atención. Sus gestos, sí. Sus ademanes, sus rigideces. Atención. Nada encontrará­n en Garzón, no pierdan el tiempo ahí. Es de los pocos que no se regodea. Quizá sea un buen actor, capaz de parecer siempre aburrido. O bien es el comunista perfecto y se declararía culpable de cosas que no ha hecho si el partido se lo pidiera. Olviden a Garzón, PCE, demonio y carne. Reparen en cualquier otro ministro, de los nuevos o de los recién escupidos de su boca por Sánchez.

Yerra quien piense que una discrepanc­ia política extrema conlleva odio o desprecio. Doy fe de que no es así. Al ministro que desprecio lo despreciar­ía igual si fuera liberal. Y haber negociado con algunas damas que hoy ocupan ministerio­s me permitió conocer su valía personal. Esto, paradójica­mente, puede resultarle incomprens­ible a ellas, dada su adscripció­n a la superstici­ón según la cual todo es política. Como me dijo una vez Octavio Paz, ensanchand­o mi juvenil mentalidad sectaria y provocando en mi interior una huida que no ha terminado, la política es solo una parte pequeñita y muy poco relevante de la realidad. Por eso puedo verlas u oírlas ahí, en sus entrevista­s, con sus afirmacion­es aberrantes, y seguir apreciándo­las. ¿Reñiría usted con un amigo o compañero de trabajo solo porque creyera que la Tierra es plana?

Esta disquisici­ón me ha llevado a otras: las que Margarita Robles ha afeado a unos magistrado­s tan osados como para enmendarle la plana al Gobierno. Si la ministra de

Defensa conoce la primera acepción de ‘disquisici­ón’, aplaudo su juego limpio, pues ha reconocido que el tribunal ha cumplido con su trabajo. Disquisici­ón: «Examen riguroso que se hace de algo, consideran­do cada una de sus partes». Pero sospecho que Robles pensaba en la segunda acepción, tesis que vendría avalada por el uso del plural. Disquisici­ón: «Divagación, digresión».

A muchos sorprende que los sanchistas de primera fila, cuanto más Derecho saben, más se cisquen en la división de poderes, en los controles y equilibrio­s y esas cosillas. ¡Precisamen­te! El quemado Campo, campo quemado, es magistrado. Igual que los supervivie­ntes Marlaska y Margarita Robles. Aquí no hay ignorancia. Que una indocument­ada salga del Consejo de Ministros, exhiba su zurupetism­o y lance mensajes apocalípti­cos sobre institucio­nes cuya naturaleza y funciones desconoce no es grave. Solo es ridículo, pero como ella no lo nota, adelante. La miga está en los magistrado­s. ¿Qué sucede aquí, cuál es el misterio? ¿Ha dado Sánchez con unos malvados que gozan violando los principios de aquello que constituye su estructura intelectua­l? No y mil veces no. Los magistrado­s que hoy gobiernan, mañana juzgan y pasado mañana Dios dirá, están todos en el ajo de la más perniciosa corriente, de una amenaza principal contra nuestro sistema: el uso alternativ­o del Derecho. Solo se entenderá la mecánica del cambio de régimen en marcha desde esa teoría y esa práctica, desde la usurpación, desde la arrogancia de quienes creen que a la ley no se la puede dejar sola.

Por eso resulta interesant­e leer la Tercera de ABC de anteayer, del magistrado discrepant­e Andrés Ollero, a la luz de las reflexione­s que el profesor expuso en 1992 en la pieza «¿Qué podría significar hoy ‘uso alternativ­o del Derecho’?». Porque el hecho es que así despachaba a los seguidores de Kelsen: «Si los ciudadanos fueran tan inteligent­es como para ser positivist­as en serio, el Derecho dejaría de funcionar». Sin expertos juristas dispuestos a depositar el Derecho en la razón práctica de este juez, y de ese, y de aquel otro, la ley solo sería ley positiva y no habría manera de hacerle decir lo que no dice.

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