CÓMO ORGANIZAR UN MAGNICIDIO POR PARTES
Una veintena de exmilitares colombianos son los principales sospechosos del asesinato del presidente de Haití, aunque sus familias dicen que fueron reclutados para proteger a Moïse
El día que asesinan al presidente de Haití se produce una llamada a Colombia. De fondo se escuchan tiroteos y quien habla es Duberney Capador: «Estoy en peligro, escondido, no hemos salvado al jefe». Al otro lado del teléfono se encuentra Jenny Carolina, su hermana. Capador era exsargento, se había retirado del ejército en 2019 y vivía en una granja con su madre, al oeste de Colombia. Ahora está muerto. Lo último que lamentó por teléfono fue «haber llegado demasiado tarde».
Duberney Capador es el ‘reclutador’ en esta historia. Una de las primeras noches del pasado mes de junio, unos veinte veteranos del Ejército colombiano recibieron un telefonazo de un viejo compañero: otro militar retirado de 40 años, entrenado en las fuerzas especiales de Colombia y padre de una niña de seis.
«Un trabajo legal»
A cada uno de ellos les ofreció, según han relatado los familiares, «un trabajo legal y seguro» en Haití, que «no les daría problemas», sino todo lo contrario: se les encomendó una misión para profesionales selectos y una oportunidad para ganar prestigio y también dinero. Varios reclutados, como Capador, no lo contarán. Forman parte de los muertos que se ha cobrado el magnicidio del presidente de Haití, Jovenel Moïse, en un gran puzle con piezas que no encajan y otras que aún se hallan ocultas. Ahí va la central: el presidente recibió doce balas el pasado miércoles 7 de julio hacia la una de la madrugada en su domicilio de Puerto Príncipe, la capital del país caribeño. Según dijo León Charles, jefe de Policía de Haití, en la operación, perpetrada por un grupo de asaltantes que irrumpieron a tiros en la residencia presidencial había «extranjeros que hablaban español». El embajador de Haití en Estados Unidos, Bocchit Edmond, afirmó que el grupo de atacantes se habían presentado como miembros de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos, la DEA. Sin embargo, rápidamente aclaró que se trataba de «falsos agentes» y que en realidad eran «asesinos profesionales».
También la mujer del presidente y primera dama, Martine Moïse, resultó herida de bala en el ataque armado contra el mandatario, que llevaba meses tratando de aplacar una crisis política y social que se había erizado, pero venía de largo. La opo
sición pedía su renuncia y Moïse ya había denunciado un intento de atentar contra su vida en febrero.
¿Cómo se organiza un magnicidio? ¿Quiénes son los principales sospechosos en el crimen contra Moïse? ¿Quién contrata a Capador? Hay tres momentos que, en un caso plagado de flecos sueltos, lleno de dudas y ausente aún de certezas, son el punto de partida para desmadejar la trama. El primero se produce hace varios meses en República Dominicana.
Sanon, ¿autor intelectual?
Allí tienen lugar encuentros entre tres de los principales investigados por las autoridades haitianas. Uno de ellos es Christian Emmanuel Sanon, nacido en Haití pero con residencia en Florida, médico y pastor de 63 años, que ahora se encuentra detenido. La policía del país caribeño sostiene que Sanon conspiraba con los demás para tomar las riendas de Haití, una vez el presidente Moïse hubiese sido apartado del poder. Sin embargo, las autoridades no explican cómo alguien que nunca había ocupado un cargo electo hubiese podido erigirse como nuevo presidente. Según dicen, la policía encontró en una redada en su domicilio de Florida seis fundas, 20 cajas de balas y una gorra de la DEA.
También participó en las reuniones de la conspiración el venezolano Antonio Intriago, dueño de la compañía de seguridad de Florida CTU, desde la que se contrató a la veintena de exmilitares colombianos para llevarlos hasta Haití. Según la hermana de Capador, Jenny Carolina, la firma de Intriago se puso en contacto con el fallecido veterano del ejército en el mes de abril. Walter Veintemilla es el tercero en discordia, que dirige Worldwide Capital Lending Group, una empresa de servicios financieros en Miramar, Florida, y a quien las autoridades haitianas acusan de haber financiado el complot contra Jovenel Moïse. De momento, se han presentado pocas evidencias que vinculen a los sospechosos con el crimen. El fiscal principal de Haití, León Charles, también ha empezado a investigar el grado de implicación que podrían haber jugado las fuerzas de seguridad caribeñas, pues ningún integrante del séquito de seguridad del presidente resultó herido. Además, resulta extraño que los asaltantes lograsen franquear un recinto protegido por los hombres de Moïse.
Seguridad inexistente
Por el momento, la policía haitiana ha puesto bajo custodia policial al jefe de seguridad del palacio presidencial, Dimitri Hérard y a otros cuatro altos oficiales. Según publica ‘The New York Times’, Hérard habría realizado varias escalas en Bogotá meses antes del crimen, pero no quiso responder a ninguna pregunta del diario y alegó que «lo consultó con su abogado y no estaba en condiciones de comentar lo ocurrido». Cuando se le preguntó por el nombre de su abogado no supo qué decir. La policía de Colombia también ha iniciado sus pesquisas y, en los últimos días, ha afirmado que los dos cabecillas de los veteranos colombianos que viajaron a Haití –Capador y el militar retirado Germán Alejandro Rivera– conspiraron en mayo con sospechosos haitianos para derrocar al presidente. Hasta aquí la primera línea de la investigación. Pero hay una segunda pista que podría ser determinante para que las piezas del puzle terminen encajando. Uno de los jueces de la investigación, Clément Noël, ha advertido de la posible implicación de dos haitianos-estadounidenses que habrían declarado participar en la misión solo en calidad de intérpretes y que se reunieron con los asaltantes colombianos para planificar el ataque en un hotel de lujo en Pétionville, un barrio a las afueras de Puerto Príncipe. Los ‘traductores’ afirmaron que el objetivo no era acabar con la vida de Moïse, sino llevarle hasta el Palacio Nacional. «La historia, simplemente, no cuadra», afirmó días después del asesinato Steven Benoit, una de las figuras claves de la oposición haitiana. Benoit no cree que los ‘sicarios’ colombianos sean los responsables del magnicidio. Al menos dos han muerto y 18 fueron capturados por la policía caribeña: «¿Por qué ni siquiera trataron de huir cuando el presidente cayó?».
El tercer fleco hay que buscarlo justo antes del crimen de Moïse, el martes 6 de julio, víspera del caos. El primer ministro interino del país, Claude Joseph, había sido destituido. Si su cese es una pieza más del entramado y pudo decantar los hechos, aún está por determinar, al igual que el futuro de los 18 colombianos que permanecen detenidos.
El grado de conocimiento que Duberney Capador llegó a tener del verdadero cometido de la misión que le fue encomendada también es una incógnita. Desde que hace once días matasen a su hermano, Jenny Capador lucha por limpiar su nombre. «Fue un hombre intachable y muy querido por los que tuvo a su cargo durante su vida militar», a sus últimos hombres les escribió un Whatsapp en el que les prometía que iban ayudar en la recuperación democrática del país. «Vamos a ser pioneros», les dijo.
Pero su historia, y la de Haití, parecen ir por otros derroteros.
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