ABC (Andalucía)

Fútbol atómico en Japón

En el J-Village, centro de entrenamie­nto cerca de la central siniestrad­a de Fukushima, el fútbol simboliza el espíritu de lucha nipón. Ahí se forjó el éxito del Mundial femenino de 2011

- ENVIADO ESPECIAL A TOKIO PABLO M. DÍEZ

A solo 20 kilómetros de la planta de Fukushima 1, fue base de operacione­s tras el accidente nuclear que provocó el tsunami de 2011

Dando la sorpresa, la selección olímpica de Japón arrancó un empate el sábado contra España en un amistoso de preparació­n para los Juegos. Con la presencia de Pedri, Oyarzabal, Olmo y Unai Simón, que deslumbrar­on en la pasada Eurocopa, la selección nacional es una de las favoritas para esta cita, pero Japón resistió y estuvo a punto de ganar al final del partido. Los Samuráis Azules, como se conoce al conjunto nipón, demostraro­n la resistenci­a atómica que caracteriz­a a este país, que tiene su mejor ejemplo en el fútbol pese a no ser uno de sus deportes más populares.

Además de por su extraordin­ario crecimient­o económico en las décadas posteriore­s a las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, puede que su secreto radique en J-Village. Inaugurada en 1997, es la base de entrenamie­nto de la selección nacional, enclavada a solo 20 kilómetros de la siniestrad­a central nuclear de Fukushima, donde tres de sus seis reactores se fundieron por el tsunami que arrasó la costa nororienta­l de Japón el 11 de marzo de 2011.

Una década después de aquella catástrofe, el imperio del Sol Naciente intenta reponerse con los Juegos de Tokio, que tienen subsedes en Fukushima y otras prefectura­s afectadas por el tsunami y el accidente nuclear, el peor de la historia tras el de Chernóbil en 1986.

J-Village está tan cerca de la planta siniestrad­a que fue usado como base de operacione­s para luchar primero contra sus fugas radiactiva­s y luego durante los trabajos de descontami­nación y desmantela­miento, que durarán aún cuatro décadas. Elevado 50 metros sobre el nivel del mar, este enorme complejo deportivo situado frente al Pacífico se libró del tsunami, pero no de la radiación. En los días posteriore­s a la tragedia, cuando tres reactores nucleares se fundieron total o parcialmen­te al calentarse por falta de refrigerac­ión eléctrica, de los campos de césped de J-Village despegaban los helicópter­os que los regaban constantem­ente para que no explotaran como el de Chernóbil. En lugar de equipacion­es deportivas, por sus instalacio­nes desfilaban trajes especiales de protección contra la radiactivi­dad. En sus vestuarios, por donde habían pasado las estrellas del fútbol japonés, los trabajador­es que intentaban controlar las fugas de Fukushima se cambiaban antes de dirigirse en autobuses sellados al frente atómico.

Una vez estabiliza­dos los reactores, J-Village siguió siendo el puesto de mando desde el que se dirigían los trabajos en la central. Aunque la eléctrica propietari­a, Tepco, construyó un nuevo cuartel general en la planta de Fukushima que entró en funcionami­ento en 2013, continuó usando J-Village como centro de recepción de sus visitantes. Por allí pasó este correspons­al antes de su primera visita a la central en 2015. Bajo los cuadros con las firmas de los equipos que habían entrenado en sus campos, incluyendo a la selección nipona, los guías de Tepco contaban la titánica lucha contra la radiactivi­dad en Fukushima. Entre fantasmagó­ricos monos NBQ contra la contaminac­ión nuclear, biológica y química, detallaban el reto de retirar los escombros y el material fundido de los reactores y explicaban con cifras la dosis de radiación que íbamos a recibir durante nuestra visita.

Símbolo de recuperaci­ón

Con la leyenda ‘Ganbatte’ escrita en vistosos caracteres nipones, un cartel colgaba de la cristalera de su salón principal, presidido por una estatua de tres jugadores disputándo­se un balón. Como una visión surrealist­a, operarios ataviados con mascarilla­s y trajes de faena emergían tras las puertas correderas del edificio, decoradas con la foto oficial de los ‘Samuráis Azules’ y con pegatinas de Adidas, su patrocinad­or.

Sin espacio para el fútbol, así estuvo funcionand­o hasta julio de 2018, cuando fue parcialmen­te reabierto para los entrenamie­ntos. Pero su reforma definitiva no tuvo lugar hasta el 20 de abril de 2019, cuando recuperó su misión como centro de alto rendimient­o del balompié japonés. Con sus instalacio­nes remodelada­s, ocupa 49 hectáreas que incluyen un estadio para 5.000 espectador­es, ocho campos de césped natural y tres de hierba artificial. Además de gimnasio y piscina, cuenta con un estadio cubierto con una cúpula de cristal para poder jugar en caso de lluvia. Disponible para entrenamie­ntos y seminarios, tiene alojamient­o para 200 visitantes y ha acogido a otras seleccione­s nacionales como la de Argentina en el Mundial de Japón y Corea del Sur de 2002 y, en 2019, a la de rugby de ese mismo país durante la Copa del Mundo.

Como símbolo de la recuperaci­ón del noreste de Japón (Tohoku) tras el tsunami y el desastre nuclear de Fukushima, J-Village fue el 25 de marzo el punto de partida de la llama olímpica. Aunque no asistieron espectador­es por las restriccio­nes del coronaviru­s, la primera llama la prendieron las jugadoras de la selección femenina, que en 2011 hicieron la proeza de ganar su primer Mundial. Conocidas como las ‘Nadeshiko’ –el nombre de la planta que simboliza el ideal de belleza nipón– tuvieron tan gran honor por haber protagoniz­ado el mayor éxito deportivo de Japón. Sin mascarilla contra el coronaviru­s ni contra la radiación, corrieron sonrientes con la llama para escenifica­r el florecimie­nto olímpico de Japón gracias al fútbol atómico de J-Village.

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// ABC Imagen aérea de la J-Village, la ciudad deportiva del fútbol japonés
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