ABC (Andalucía)

«Te amo y muero por acostarme contigo y besarte por todas partes»

Su hija Frieda saca a subasta una extensa colección de objetos personales en la que destacan las únicas cartas de amor que se conservan de su madre a su padre

- INÉS MARTÍN RODRIGO

Sylvia Plath (1932-1963) llegó a Cambridge en octubre de 1955 para estudiar Literatura Inglesa en el Newnham College, entonces una de las dos únicas universida­des para mujeres que había en el renombrado campus británico. Acababa de graduarse en el prestigios­o Smith College estadounid­ense y, pese a lo idílico del paisaje, a la belleza que, ciertament­e, encontraba en cada esquina de Cambridge, los horizontes de la poeta se extendían mucho más allá de las rancias y ascéticas paredes de la universida­d inglesa. El sexismo reinante en las clases, que desprendía y ejercía cada profesor, defraudó a Plath, que se refugió en la escritura y la lectura, y aprendió a sobrelleva­r la altanería de muchas de sus compañeras, con las que poco o nada tenía en común.

En su búsqueda de la excelencia, propia y ajena, la poeta terminó comprando, un día gris de finales de febrero de 1956, un ejemplar de una nueva revista de poesía para estudiante­s universita­rios titulada ‘St. Botolph’s Review’. Quiso el destino, más que la casualidad, que un joven llamado Ted Hughes (1930-1998) debutara como poeta, en tinta impresa, en el primer número de esa publicació­n. Sus versos, la fuerza y la energía que desprendía­n impresiona­ron tanto a Plath que esa misma noche acudió a la fiesta de presentaci­ón de la revista en cuestión decidida a conocer a su autor. Y lo consiguió, claro.

Dicen quienes los vieron intercambi­ar las primeras palabras que la química, literaria y sexual, fue inmediata, y las malas lenguas aún cuentan que él terminó la velada con marcas de mordiscos en la mejilla, lo que hoy, vulgarment­e, conocemos como chupetón. Desde esa misma noche, se convirtier­on en amantes y vivieron un tórrido y breve romance que acabó en una boda apresurada

Frieda Hughes: «Esta subasta permitirá que todos estos objetos tengan una vida más allá de mí»

También han salido a la venta sus alianzas, el álbum familiar, recetas de cocina o cartas del tarot

el 16 de junio de 1956. Sus padres nada supieron del enlace hasta tiempo después.

El día de la boda llovió a cántaros y, durante la ceremonia, celebrada en una pequeña y oscura iglesia, la pareja intercambi­ó dos anillos de oro de segunda mano comprados solo unos días antes en Londres. Esas alianzas matrimonia­les, que sellaron el principio de una de las historias de amor más apasionada­s y tormentosa­s de la historia reciente de la literatura, son uno de los principale­s reclamos de la subasta online de la colección particular de Frieda Hughes, hija de ambos, que Sotheby’s lleva celebrando desde el pasado 9 de julio y cierra hoy.

Se trata de un lote goloso para los amantes de la poeta, pues, además de los anillos, hay multitud de objetos personales: misivas enviadas a sus suegros, cartas del tarot, fotografía­s, retratos, dibujos, un amuleto del dios Horus, el álbum familiar, la Biblia que tenían en casa, recetas de cocina... Y, sobre todo, las únicas cartas de amor que se conservan de las muchas que Plath le escribió a Hughes. Las dieciséis misivas, que parten con un precio de salida de 143.000 a 202.000 libras, están fechadas al poco de casarse, durante un breve periodo en el que, obligados por las circunstan­cias, tuvieron que vivir separados. Él residía en Londres y ella compartía casa –sin calefacció­n y con una cocina rudimentar­ia– con otros once estudiante­s extranjero­s dentro del Newnham College.

Vida solitaria

En ellas, algunas mecanograf­iadas y otras manuscrita­s, Plath refleja su amor hacia Hughes y le confiesa, también, su dificultad para volver a la vida común y corriente en la universida­d después de haberle conocido e iniciado, junto a él, su nueva vida. «Te amo y muero por estar contigo y acostarme en la cama contigo y besarte por todas partes... Te amo teddy teddy teddy teddy y cómo desearía poder estar contigo», puede leerse en una de las cartas. En otra, Plath asegura estar «indisolubl­emente soldada» a su recién estrenado marido y extrañarlo hasta el ahogo y la desazón: «Nunca antes en mi vida me había separado de alguien a quien amo tan inconmensu­rablemente más que a mí misma; Dios mío, déjame estar contigo pronto», le ruega.

El recuerdo de los intensos momentos de amor vividos durante su luna de miel, que les llevó hasta Benidorm (Alicante), acompaña a la poeta en su solitaria vida de Cambridge. Dedica su tiempo libre a dibujar –en la subasta hay un retrato de Hughes valorado entre 10.000 y 15.000 libras– y a escribir al aire libre, con su mente puesta en el anhelado reencuentr­o: «Ciertament­e prefiero estar sola. Evito a la gente como si fuera veneno. Simple

mente no los quiero (...) ¿Por qué siento esta terrible repulsión hacia las palabras y los gestos de todos los que no eres tú? () Nunca me apartaré de tu lado, ni un día de mi vida después de los exámenes... Creo que si te pasara algo, realmente me mataría». En algunas cartas Plath incluyó borradores de sus poemas, y en varias de ellas dedicó grandes alabanzas al talento de Hughes –«Mi marido es un genio»–, poniendo en evidencia la plena y fructífera colaboraci­ón creativa que hubo entre ambos durante los primeros años de su relación.

Tesoro personal

Extraña, por tanto, que Frieda Hughes haya decidido separarse de este tesoro de magnitudes personales difícilmen­te calculable­s. Ella lo explica así, en declaracio­nes a la casa de subastas: «Esta subasta refleja, realmente, la parte más feliz y dinámica de la relación de mis padres, cuando ambos trabajaban juntos de la mejor manera posible y todavía se amaban y se apoyaban apasionada­mente. Si lees las cartas de mi madre a mi padre, su pasión, su amor... es extraordin­ario. No estoy segura de que todo el mundo encuentre un amor así en su vida. Me gustaría pensar que esta subasta permitirá que todos estos objetos tengan una vida, más allá de mí, junto a alguien que realmente los atesorará. Soy muy consciente de que un día, cuando yo ya no esté, nadie sabrá el origen de nada de lo que poseo. Así que me tranquiliz­a pensar que quienes compren estos artículos siempre los vincularán a sus orígenes, y los cuidarán por la historia que tienen detrás».

Una historia que tuvo un dramático final, sí, pero en la que hubo dicha y la ventura cotidiana de compartir una vida extraordin­aria. Así lo reflejan los sonrientes rostros de la pareja con los que comienza el álbum familiar –está valorado entre 30.000 y 50.000 libras– que Plath fue elaborando, a lo largo de los pocos años que duró su matrimonio, con mimo y cuidado. En las páginas centrales, caras familiares, y estelares, como las de T. S. Eliot o W. H. Auden, imágenes de Cape Cod, de Boston, del Gran Cañón… Al final, una estampa que desprende tristeza: la poeta, fotografia­da junto con sus dos hijos en un campo de narcisos en su casa de Devon, en la primavera de 1962. Poco después, en julio, descubrió que su marido le era infiel con su amiga Assia Wevill, y todo se desmoronó. En su vida ya no hubo más consuelo, ni poesía.

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Arriba, las alianzas de Sylvia Plath y Ted Hughes sobre una carta. A la izqda., recetas de cocina y el rodillo de la poeta. Sobre estas líneas, la autora, con sus dos hijos en su casa de Devon
// SOTHEBY’S ESTAMPAS FAMILIARES Arriba, las alianzas de Sylvia Plath y Ted Hughes sobre una carta. A la izqda., recetas de cocina y el rodillo de la poeta. Sobre estas líneas, la autora, con sus dos hijos en su casa de Devon
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// SOTHEBY’S Ted Hughes y Sylvia Plath, al poco de casarse

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