ABC (Andalucía)

Cuba, la revolución Lacoste

- POR MIGUEL HENRIQUE OTERO Miguel Henrique Otero es editor de ‘El Nacional’ de Caracas

«Un grupo de defensores de la revolución marcha por una avenida de La Habana. Gritan consignas y llevan unos palos de sólida madera en las manos. Algunos lo levantan, listos para dejarlo caer sobre la cabeza del primero que se oponga. Van vestidos con cuidado. La cámara baja hacia el pavimento casi todos llevan zapatillas Nike negras, con detalles blancos. No hay duda el represor, en Cuba, es un sujeto bien remunerado. Come bien y se viste con esmero»

EN decenas y decenas de vídeos, más o menos el mismo y extremo contraste material unos funcionari­os muy bien alimentado­s, vestidos con ropas de marca, gente planchada y con todos los accesorios en su lugar, insultan y golpean a hombres flacos, vestidos con ropas desgastada­s, casi incoloras, con huecos de tanto uso. Uno de ellos, al que dos hombrones levantaron por el aire, para lanzarlo a continuaci­ón a la parte trasera de un camión –como quien tira un trasto al camión que recoge los desechos–, lleva un ‘jean’ de tres o cuatro tallas más grandes que la suya. No tiene cinturón, sino un cordel de cáñamo o de sisal, con el que sostiene sus abombados pantalones. La escena es inequívoca del declive de la revolución cubana unos funcionari­os inflamados y envueltos en prebendas y prácticas de corrupción que se ensañan con personas pobres o pobrísimas.

Otra escena un grupo de defensores de la revolución marchan por una avenida de La Habana. Gritan consignas y llevan unos palos de sólida madera en las manos. Algunos lo levantan, listos para dejarlo caer sobre la cabeza del primero que se oponga. También van vestidos con cuidado. La cámara baja hacia el pavimento casi todos llevan zapatillas Nike negras, con detalles blancos. No hay duda el represor, en Cuba, es un sujeto bien remunerado. Come bien, se viste con esmero y golpea con fuerza impune a personas indefensas.

C

omo reacción a las protestas en curso, el régimen castrista ha iniciado una feroz campaña propagandí­stica, grotesca y costosa mascarilla­s rojas, gorras rojas, franelas rojas, chaquetas rojas y quién sabe cuánto más, y cientos de miles de ‘afiches’ y pancartas con esta frase «Los hombres van en dos bandos los que aman y fundan, los que odian y deshacen». El comunismo hambreador y criminal es el que ama; el hambriento que protesta por su hambre es el que destruye. Es obvio, pero debo anotarlo hay dinero para mentir y distorsion­ar, no para paliar el hambre. Por una parte, intentan desprestig­iar, socavar el ánimo de los ciudadanos. Más todavía amenazan. Burócratas y funcionari­os de alto rango –los enchufados del régimen– llegan hasta las proximidad­es de los comercios donde hay largas colas, para decir en voz alta que el Gobierno hará todo lo que esté en sus manos para defender a la revolución. En una de esas colas, una mujer de unos 60 años, con una bolsa de plástico en las manos, le grita al fornido de blanca guayabera planchada ¿Y qué vas a hacer, me vas a matar?

En decenas de vídeos domésticos, no solo de La Habana, sino de otras localidade­s cubanas, pequeñas ciudades y pueblos, costeros o del interior de la isla en todas partes la presencia abrumadora del deterioro, las paredes desconchad­as o sin recubrimie­nto, los artefactos dañados, la herrumbre de las cosas que se mantienen una vez que han cruzado el umbral del agotamient­o. La de Cuba es una pobreza omnipresen­te, convertida en paisaje, en realidad cotidiana, en aplastante atmósfera. Imposible de ocultar. Es lo que se respira precarieda­d por todas partes. Un mundo que respira en medio de un incalculab­le deterioro.

Las personas que hablan en esos vídeos no necesitan decir ni una palabra, ni formular una denuncia, para que los espectador­es entendamos viven sometidos a los rigores del hambre. Pero, contrarian­do una tendencia que ya tenía un carácter histórico, estas protestas han desestimad­o cualquier previsión el pueblo cubano ha roto el silencio. Ha roto el silencio y ha hecho sentir sus voces en todo el planeta.

He leído a varios estudiosos y analistas de la historia cubana contemporá­nea y todos coinciden en la conclusión principal las protestas fracturaro­n una recurrenci­a de casi seis décadas. ¿En qué consiste esta fractura? Que los diques se han fracturado. Que los controles mostraron su limitación. Los cubanos se demostraro­n a sí mismos que podían protestar y captar la solidarida­d del mundo. Experiment­aron y comprendie­ron que el hartazgo puede salir a las calles, expresarse abierta y pacíficame­nte, a pesar de que el régimen vigila y controla todos los espacios, todas las comunicaci­ones, todas las reuniones, todos los esfuerzos por organizars­e. Salieron a la calle a pesar de que conocían la respuesta que recibirían, la de la represión pura, dura y sistemátic­a. Los jóvenes sabían que los corpulento­s funcionari­os Lacoste los atacarían. Y habían previsto, porque de ello se habla en muchos de los vídeos, que a los detenidos los desaparece­rían, que algunos serían torturados, que las familias serían sometidas a días de ocultamien­to, desinforma­ción e incertidum­bre. A nadie debe escapar este hecho cuando un cubano sale a la calle a protestar lleva consigo su cuota de miedo, pero también, una voluntad que se mide con ese miedo y lo vence.

L

a otra cuestión que es necesario mencionar se refiere al recurso, al arma de los teléfonos móviles, que en el caso de Cuba cumplen una tarea fundamenta­l, que es la de documentar nada menos que la que está llamada a ser la última fase del castrismo. Miles y miles de vídeos que registran lo que está ocurriendo atrás han quedado los tiempos en que el represor podía ocultar sus conductas bárbaras. La lucha cubana tiene en los teléfonos inteligent­es su principal recurso. Y es que, a pesar del peso y la organicida­d del sistema represor cubano; a pesar de soplones, milicias, policías, energúmeno­s y bestias de distinta especie; incluso a pesar del temor irreducibl­e, que es legítimo y hasta necesario, la sociedad cubana, sobre todo los más jóvenes, han dicho no más. Se acabó. Ya no escuchan la retórica del régimen. Claman por otra vida. Hablan de trabajo, progreso y democracia. Con fuerza y convicción. No quieren saber de excusas, explicacio­nes truculenta­s ni de enemigos ficticios.

Quizá, como nunca antes, el palabrerío del régimen, su sonoridad hueca, sus adjetivos impotentes, han perdido su eficacia. Cuba parece haber entrado en la milla final. Eso significa que en cualquier momento tendremos una gran noticia que celebrar. También en Nicaragua, también en Venezuela..

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