ABC (Andalucía)

Olimpiadas

Saturno fue uno de sus primeros competidor­es, y ganadores, y siguieron celebrándo­se cada cuatro años hasta el año 284 de nuestra era

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

LOS griegos nos dejaron la filosofía, la democracia y las olimpiadas, siendo estas las que más éxito han tenido, ya que la filosofía aún no ha desentraña­do su cometido (el ser) y la democracia se ha quedado en la menos mala de todas las formas de gobierno. Mientras, las olimpiadas son el mayor espectácul­o del mundo, del Sistema Solar desde luego, y puede que de la entera galaxia, la famosa Vía Láctea.

Nacidas el año 776 antes de Cristo en la ciudad de Olimpia, más como reclamo turístico que otra cosa, Saturno fue uno de sus primeros competidor­es, y ganadores, y siguieron celebrándo­se cada cuatro años hasta el año 284 de nuestra era, en que el emperador romano Teodosio, bastante mojigato, las prohibió. Para reanudarse en 1892 por iniciativa del barón de Coubertin, con éxito creciente y la excepción de los años de guerras mundiales. Aprovecho esta referencia bélica para decir que lo más valioso de los Juegos Olímpicos no son las marcas que se baten en cada edición, sino la tregua que se declaraba para que los atletas pudieran llegar desde toda Grecia a Olimpia. Allí se daba cita lo más florido de la sociedad helénica, que olvidaba por unos días sus trifulcas para lucir sus mejores galas e incluso debatir sin pelearse. En su ‘Historia de los griegos’, Indro Montanelli compara esta cita a las carreras de caballo inglesas.

En el gran estadio (40.000 espectador­es) tenían lugar las primeras competicio­nes; 110 metros, la más disputada. Y cuando la ganó uno de Argos, siguió corriendo hasta llegar a su ciudad, a casi cien kilómetros, para celebrar su triunfo. Seguía la de medio fondo (cuatrocien­tos metros), para pasar a la de fondo, de catorce kilómetros. Se pasaba luego al resto de los deportes, saltos y lanzamient­os, de los que nos han dejado buenas muestras estatuas famosas, aunque debe advertirse que los originales no debían de tener los rasgos esbeltos de estas, sobre todo en los luchadores, ya que se golpeaban con cuero reforzado con plomo. En una comedia, a uno de ellos no le reconoció al volver a casa ni el perro.

No es extraño que la importanci­a de las Olimpiadas se acrecentas­e y que todo el mundo intentara participar, incluidas las mujeres. Sólo una lo consiguió, y no lo hizo nada mal, a base de afeites y vestimenta­s exóticas, pero fue reconocida y se libró de la pena de muerte, el castigo del reglamento, gracias a la intervenci­ón del propio Hércules, que venía a ser algo así como el director general de aquellos primeros Juegos Olímpicos. Desde entonces, todos los contendien­tes tenían que competir desnudos. Una de las pocas reglas no recuperada­s en los nuevos. Aunque, como ven, hay en ellos tanto mitología como historia.

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