El Camino de Santiago: cuando la fe sostiene el PIB
►Galicia celebra el Año Xacobeo. Así respira y vive la ciudad la llegada de peregrinos y visitantes en la víspera de la fiesta del Apóstol
Galicia celebra el Año Xacobeo. Así respira y vive Santiago la llegada de peregrinos y visitantes en la víspera de la fiesta del Apóstol. De las tres Compostelas al día en enero se ha pasado a más de mil.
Son las diez de la mañana. En el número 33 de la rúa das Carretas, un centenar de personas espera frente a la Oficina del Peregrino para obtener su Compostela, el documento que acredita haber cumplido al menos 100 kilómetros de cualquier ruta jacobea. «¡Cuatrocientos veintisiete!», «¡Cuatrocientos veintiocho!», «¡Cuatrocientos… veintinueve!». Aunque hay pantallas que informan, el guarda sigue enumerando en voz alta. Afuera llueve. El agua no parará hasta la hora de comer. Bienvenidos a Galicia.
Al menos siete caminos conducen a Santiago, el tercer destino de peregrinación cristiana junto con Roma y Jerusalén. «Europa se hizo peregrinando hacia Compostela», reza una inscripción en la rúa de Aller Ulloa. Lleva razón la frase▶ peregrinar es un rito común a la mayoría de las religiones, pero también una industria, y en Galicia más. En 2019, más de 350.000 personas visitaron Santiago, pero la pandemia y las restricciones de movilidad redujeron la cifra en un 80%.
Un peregrino gasta el doble que un viajero tradicional. Por eso el turismo religioso representa en Galicia más del 12% del PIB y el 2,3% del gasto en ocio. Este 2021 es Año Xacobeo, que es como se llama a la conmemoración del martirio de Santiago el 25 de julio cuando coincide en domingo. Los comerciantes y hosteleros se frotan las manos▶ esperan recuperar algo de lo que han perdido.
A la Plaza del Obradorio no paran de llegar peregrinos. Julieta y Alessandra vienen de Italia. Comenzaron en SaintJean-Pied-de-Port, estación del Camino francés a la que se suman Roncesvalles, Pamplona, Logroño, Burgos, León, Astorga y Ponferrada, que es el lugar de entrada a Galicia. Alessandra, que es psicóloga, deseaba vivir la experiencia e incluso asegura que la repetiría. Después de un mes de travesía, su amiga Julieta se muestra bastante más escéptica. «Habrá que cambiar de ruta, porque por donde hemos venido todos han intentado vendernos algo», dice mientras despliega el acordeón de credenciales y sellos que certifican su expedición.
Un nudo de llanto
Detrás de ellas, una familia de Oporto se abre paso. «Vivimos en Londres durante diez años, ahora volvimos a Portugal. Hemos hecho el Camino para empezar todo de nuevo», explica Marcos. Su madre, Teresa, y su hermana Tatiana asienten; un nudo de llanto les impide continuar. No son las únicas a las que les ocurre. Paco, que viene desde O Cebreiro con su esposa, Alicia, descansa con un Fox Terrier de cinco meses en brazos. El animal tiene aspecto de estropajo▶ está calado hasta las orejas y, aunque el dueño lo intenta, apenas puede hablar. «Es el Xacobeo más difícil de todos», murmura entre lágrimas.
«El sentido del Camino es el Camino mismo. Es una búsqueda en la que es importante el esfuerzo físico. La dureza del Camino es una lucha de la dureza contra ti mismo», dice el periodista y escritor Pedro Cuartango sobre el entramado de euforia y abatimiento de quienes completan la ruta. Hay quienes nunca faltan a su cita, como el periodista Carlos Herrera, que lleva 22 años reco
rriéndolo▶ «Hay menos peregrinos. Algunos tramos los he hecho prácticamente solo. Lo prefiero, vengo al Camino para no hablar con nadie».
Todo en uno
En Santiago la fe crece como un pan mojado. A las once de la mañana todavía llueve, pero eso no disuade a los que aguardan en la Praza da Quintana de Vivos para acceder a la Catedral. En una hora se celebrará la misa del Peregrino y con la reducción del aforo al 50% pueden entrar 220 personas, no más. Por ser Año Santo Compostelano, hay más feligreses y viajeros con interés por conocer esta iglesia Patrimonio de la Humanidad que comenzó a construirse en 1075. Toca tener paciencia.
Dentro de la catedral se habla poco y en voz baja. Las personas miran deslumbradas todo cuanto las rodea▶ el coro de piedra, el sepulcro o el botafumeiro, el incensario de plata que cuelga desde lo alto del templo (se necesitan ocho personas para moverlo). Uno de los lugares más concurridos es el Pórtico de la Gloria. Solo 25 personas pueden contemplarlo por turno. Se celebran cuatro visitas en la mañana y cuatro en la tarde, lo cual supone un total de 300 turistas. Para subir a la Torre de la Carraca, desde donde se ve toda la ciudad, la cantidad se reduce a 15.
El sepulcro del santo es el sitio de la catedral donde más recogimiento se percibe, también en las capillas laterales, donde los sacerdotes imparten la confesión en inglés, francés, alemán y español desde las once de la mañana hasta la una. Pórtico, sepulcro y perdón de los pecados, todo en uno. Aquí el que no cree es porque no quiere.
«O abres o cierras»
Andrés Fernández despacha desde el mostrador de su tienda de sombreros, en el número 34 de la rúa du Villar. La fundó su abuelo, en 1912, y ahora él y su hermano continúan una tradición de tres generaciones. «Compensar, lo que se dice compensar, pues no. Pero o abres o cierras, no queda otra», explica. «Nuestro cliente no es el peregrino que viene a conocer la catedral, se come un bocadillo y se marcha. Es el que se queda dos o tres noches, esos sí que compran un Panamá de 150 euros o una visera de 70».
A unos minutos andando, en la rúa da Raíña, Manuel Vidal limpia con energía la barra de la taberna O Gato Negro, un local centenario que llega ya a la quinta generación y que mantienen en pie su mujer, Pilar Costoya, y su hijo Xoan, cocinero del negocio, además de cinco empleados más.
De momento, disponen del 50% de aforo▶ doce mesas en las que pueden sentarse un máximo de cuatro comensales. A razón de dos tandas por comida y cena suman 46 clientes. De momento, y porque en Santiago la incidencia no es tan alta como en otros ‘concellos’, no exigen test de antígenos o certificados de vacunación para entrar a los locales. «Lo que más me cansa es explicar a la gente qué puede hacer y qué no. Hay 17 autonomías con sus propias reglas, por eso si vienen de Andalucía se ponen en la barra y tengo que explicarles que aquí no se puede, ¡y además se mosquean! Me paso todo el día en eso».