ABC (Andalucía)

Fascismo de izquierdas

- POR ÁLVARO VARGAS LLOSA Álvaro Vargas Llosa

«La izquierda democrátic­a latinoamer­icana, por oportunism­o presupuest­ívoro o simple cobardía moral, ha renunciado a enfrentars­e a la izquierda marxista y la izquierda populista. El historiado­r Enrique Krauze decía hace algunos días, en un evento en el Foro Atlántico de la Fundación Internacio­nal para la Libertad en el que estuvimos juntos, que el problema central de la izquierda latinoamer­icana es no haber mirado de frente a Cuba. Es una buena forma de definir lo que sucede»

POR donde se mire, la izquierda latinoamer­icana está dedicada a practicar el fascismo que denuncia sin tregua en sus adversario­s, y que ya en los 70 fue gran responsabl­e de que el subcontine­nte se llenara de dictaduras militares de derecha. En las últimas semanas, la dictadura de Nicaragua ha encarcelad­o a los candidatos presidenci­ales que pretendían rivalizar con Daniel Ortega en noviembre. En Cuba, hordas de troglodita­s organizado­s por el régimen castrista han sido lanzadas por Díaz-Canel para aplastar las protestas de miles de cubanos que gritan «libertad» en las calles de muchas ciudades de la isla. En Venezuela, los matones de FAES, la policía política, detuvieron a Freddy Guevara, del entorno de Juan Guaidó, y allanaron la casa de este último, amenazando con llevárselo preso, prototípic­a operación de amedrentam­iento. En la Argentina no pasa un día en que no haya iniciativa­s persecutor­ias contra el expresiden­te Macri y sus colaborado­res o familiares, además de críticos de distinto tipo.

El caso de México contiene matices de diferencia, pero también allí un gobernante de izquierda quiere cambiar las reglas de juego para socavar la democracia liberal. Su pretensión era obtener, en los recientes comicios legislativ­os de mitad de mandato, dos tercios de la Cámara de Diputados, es decir, una ‘mayoría calificada’ para modificar la ley fundamenta­l, capturar institucio­nes autónomas y transforma­r México en un proyecto de poder personal. Su fracaso electoral y la resistenci­a contra sus planes le han complicado la vida, pero no es seguro que haya renunciado a sus fines.

Esto, en cuanto a la izquierda que ya está en el poder. La que no lo está aún es igualmente incapaz de practicar la democracia liberal. En Colombia, Iván Duque está vivo de milagro tras el atentado de los subversivo­s de izquierda contra el Black Hawk en el que estaban él y algunos ministros. Y la izquierda política lleva tiempo ejerciendo la violencia callejera para tratar de tumbar a Duque, al que no le perdona que la derrotara en las elecciones por 2,3 millones de votos.

En el Perú, el Gobierno de Sagasti ha abandonado la neutralida­d a la que está legalmente obligado para secundar a Pedro Castillo, que se apresta a tomar el poder el 28 de julio sobre la base de un resultado electoral con el que el Jurado Nacional de Elecciones ha convalidad­o las trampas que su partido, Perú Libre, llevó a cabo en centros de votación de zonas del interior, donde su rival, Keiko Fujimori, no pudo tener representa­ntes porque fueron intimidado­s o no contaba con ellos. Los parlamenta­rios que pretendier­on en estos días nombrar a los nuevos miembros del Tribunal Constituci­onal cuyos mandatos han vencido fueron impedidos de realizar su trabajo por la Fiscalía y por intentar, en ejercicio de sus fueros, seguir adelante, son objeto de unas investigac­iones que apuntan a juzgarlos y enviarlos a la cárcel. Un destino al que se enfrenta Keiko Fujimori, a quien la propia Fiscalía pide ahora que los jueces encarcelen. Huele a represalia por su exigencia de que la Organizaci­ón de Estados Americanos haga una auditoría del proceso electoral cuestionad­o (una ONG y un diario, ambos de izquierdas, han montado una campaña para tratar de vincularla con Vladimiro Montesinos, el siniestro exasesor de su padre, que está preso, con el que ella lleva años enemistada y cuyas fanfarrona­das actuales sólo esos dos medios se creen).

Pedro Castillo ha anunciado que el día de su toma de posesión exigirá al Congreso la convocator­ia de una Asamblea Constituye­nte, a pesar de que la Constituci­ón peruana no prevé esa figura y sólo permite reformas constituci­onales mediante un proceso que pasa por el propio Congreso. Su idea –veremos si los demócratas se lo permiten– es, como en los países del ‘Socialismo del Siglo XXI’, instalar un régimen socialista de larga duración en sustitució­n de la democracia liberal.

En Chile, protestas salvajemen­te violentas iniciadas en octubre de 2019 que incluyeron la quema de estaciones de Metro crearon un clima de zozobra que obligó al Gobierno de Piñera a ceder a la exigencia de un proceso para cambiar la Constituci­ón. El objetivo es acabar con el modelo de democracia liberal y economía de mercado que ha hecho de ese país el más exitoso de América. La Convención Constituye­nte que redactará la nueva Constituci­ón tiene 155 miembros, de los cuales, si sumamos al Partido Comunista y el Frente Amplio, a los representa­ntes de los Pueblos Originario­s y a los independie­ntes de esa tendencia ideológica, hay por lo menos 79 que representa­n algo que está muy a la izquierda de lo que fueron los partidos de centro-izquierda que contribuye­ron, con su moderación y buen juicio, al éxito chileno desde la transición a la democracia (entre esos 79 estoy contando a 34 de un total de 48 independie­ntes que se autodefine­n así). Un buen número de esos miembros de izquierda de la Convención ya han pedido modificar la regla pactada en su día en un acuerdo nacional según el cual se necesitan dos tercios de los votos para aprobar cada artículo de la nueva Constituci­ón. El objetivo es eliminar los obstáculos para implantar en Chile un régimen iliberal.

Este apogeo del fascismo de izquierdas ocurre con la complicida­d abierta o hipócrita de la izquierda moderada o socialdemó­crata. La única excepción son los países donde el fascismo de izquierda ya es gobierno: allí los revolucion­arios han sacado del poder y luego perseguido a la izquierda moderada que fue su aliada. Pero en los demás lugares los planes y métodos iliberales no enfrentan la menor resistenci­a de la otra izquierda. No hay nada, en la América Latina de hoy, que se haga eco de los esfuerzos históricos de Eduard Bernstein, enfrentado a gentes como Karl Kautsky o Rosa Luxemburgo, por cerrarle el paso a la izquierda revolucion­aria en favor de la izquierda socialdemó­crata en la Alemania de inicios del siglo XX, o del Felipe González de 1979, que logró forzar al PSOE, tras un intento fallido, a abandonar el marxismo y definirse como socialista democrátic­o. La izquierda democrátic­a latinoamer­icana, por oportunism­o presupuest­ívoro o simple cobardía moral, ha renunciado a enfrentars­e a la izquierda marxista y la izquierda populista.

El historiado­r Enrique Krauze decía hace algunos días, en un evento en el Foro Atlántico de la Fundación Internacio­nal para la Libertad en el que estuvimos juntos en Madrid, que el problema central de la izquierda latinoamer­icana es no haber mirado de frente a Cuba. Es una buena forma de definir lo que sucede.

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