Casado al desnudo
El repunte demoscópico del PP es consecuencia del sectarismo gubernamental
Si no hay un cambio de guion inesperado, lo que nos aguarda a la vuelta del verano es un duelo al sol entre un Gobierno que quiere salir del hoyo sacando de él a Primo de Rivera y una oposición que trata de aprovechar el aire que le insuflan las encuestas. Ambos propósitos están entrecruzados. El repunte demoscópico del PP es consecuencia directa del sectarismo gubernamental. Si se acaba éste último, la aspiración pepera se va al traste. El activo más rentable de Casado es el pasivo de Sánchez. El jefe de la oposición aún no tiene imán propio. Vive del desencanto que provoca la acción de La Moncloa. Así que el duelo otoñal, tal como yo lo veo, no depende tanto de la fortaleza que demuestre el líder opositor como de la debilidad que exude el caudillo gobernante. A Casado le vendría bien trabajar su propio personaje. Le sugiero que se fije en Díaz Ayuso. Cada vez que sale en público, la presidenta de la Comunidad de Madrid le hace la misma putada que el personaje de Anne Baxter al de Bette Davis en Eva al desnudo▶ robarle el papel.
Entre el discurso disperso y estridente del primer actor de la compañía y el de la primera suplente, eficaz y lleno de contundencia, no hay color. Si hubiera un aplausómetro que midiera el grado de entusiasmo que despiertan uno y otro entre los electores del PP, la comparación no admitiría ninguna duda. No sé cómo lo lleva el interfecto. Él dirá que muy bien, pero yo no me lo creo. Los celos artísticos son peores que los de pareja. Puede más el amor propio que el amor al prójimo. Aunque asegure que Ayuso es una apuesta personal suya, que la relación entre ambos es óptima y que lo único importante es desenmascarar la pésima gestión del Gobierno, no tengo duda de que, en su fuero interno, estará reconcomido por la tristeza de saberse menos admirado que la heroína del 4 de mayo.
Aquella justa electoral fue la que cambió radicalmente el paisaje de la política. El resultado llevó esperanza a la derecha y pesadumbre a la izquierda. Sirvió para arrebatarle al PSOE la primogenitura demoscópica y anunció la llegada de un cambio de ciclo. Pero todos creímos que después de haber conseguido esa pequeña proeza, Ayuso daría un paso atrás y dejaría que la luz del cañón enfocara al jefe de su partido. No ha sido así.
A ojos del gran público ella es, de hecho, la verdadera líder de la oposición. No dice nada distinto a lo que dice Casado, pero lo dice de tal forma que siembra de titulares los medios informativos y atrae la mirada de la parroquia electoral que está hasta el gorro del sanchismo. El por qué de ese milagro es un arcano. Hay una cualidad inexplicable, en el mundo televisivo,
El jefe de la oposición aún no tiene imán propio. Vive del desencanto que provoca la acción de La Moncloa. Eso no significa que no pueda ganar las elecciones
que consiste en tener la capacidad de llenar la pantalla. Nadie sabe muy bien de qué depende tenerla. Es un don. Se tiene o no se tiene. Si no se tiene, el liderazgo político se convierte en un calvario. Ayuso la tiene. Casado, no.
Eso no significa que el jefe del PP no pueda llegar a ganar las elecciones. En un momento dado de 2008, después de dos derrotas electorales consecutivas, Rajoy parecía un zombi. Todo indicaba que la presidenta madrileña de la época, tan castiza y contundente como la actual, iba a plantarle cara en el Congreso de Valencia. Pero desistió en el último minuto y los errores calamitosos de Zapatero llevaron a Rajoy a La Moncloa. Nadie dice que la historia no pueda repetirse.
Si Ayuso no se interpone en su camino y Sánchez insiste en favorecer los intereses de los que odian a España, Casado puede ganar por deméritos de su adversario. Así lo lograron Aznarín, Bambi, el Estafermo y Frankenstein. Antes de llegar al poder, casi nadie es guapo. Tampoco lo era Díaz Ayuso en 2019. Después de haberse convertido en Casado al desnudo, como Bette Davis en la película de Mankiewicz, tal vez le reconforte pensar en esa posibilidad. Pincho de tortilla y caña a que duerme un poco más tranquilo.
HERRERO