ABC (Andalucía)

«En Cuba no tenía nada, pero era el niño más feliz del mundo»

Orlando Ortega Subcampeón olímpico en Río 2016 en 110 metros vallas ▶ Siempre con un discurso optimista, repasa su viaje por la vida y promete dar el máximo en Tokio

- RUTH BEITIA

Orlando Ortega (29 de julio de 1991) es un amigo al que quiero mucho y del que aprendo en cada una de sus competicio­nes. Su especialid­ad son los 110 metros vallas. Medalla de plata en los Juegos de Río, plusmarqui­sta español en esta modalidad (13.04) y en pista cubierta (7.48). Sus mejores marcas, sin embargo –12.94 y 7.45–, las consiguió cuando aún tenía nacionalid­ad cubana. Ha sabido reinventar­se después de cada caída en la vida.

—De familia de deportista­s, abuelo futbolista y abuela velocista, no podías fallar a la hora de hacer deporte.

—Es una familia muy deportiva, muy unidos. El pilar donde empezó todo fue mi abuela, la que dio forma y unió a todos, gracias a ella tenemos este amor al deporte. Mi abuelo fue futbolista y por eso conoció a mi abuela. Mi padre, mis tíos... una generación totalmente enamorada del deporte. A los 12 años me inscribier­on en una escuela deportiva. Y yo encantado de seguir los pasos de mi abuela.

—¿Cuánto hay de genética y cuánto de trabajo?

—De genética tiene que haber algo seguro, pero sobre todo un largo y duro trabajo, desde que comencé a los 12 años. Yo era muy malo en categorías inferiores. Cuando empecé en el atletismo no sabía nada, yo iba con mi abuela, ella salía a correr y yo iba detrás. No me gusta la palabra sacrificio, porque todo el mundo los hace, pero sí me tocó trabajar muy duro para llegar aquí.

—¿Qué influencia tiene un país como Cuba, donde la disciplina y la apuesta por el deporte es tan importante? Con muy pocos recursos salen grandes deportista­s.

—Tuve una bonita educación siguiendo la línea familiar. Dedicarle el cien por cien implica una gran disciplina. Estuve en una escuela deportiva donde entrenas por la mañana y a la tarde estudias. Eso al principio era contradict­orio, porque no sabías a lo que prestabas más atención, pero realmente era para darle la misma importanci­a. Te ayuda a tener una disciplina y una conducta para lograr tus metas, tanto en los estudios como en los entrenamie­ntos. Esa disciplina me ha ayudado.

—En 2013 decides ser español, nacionalid­ad que te otorgan en 2015, pero no puedes competir hasta los Juegos de Río con España. ¿Es unas de las decisiones más difíciles que has tomado?

—Ha sido la decisión más difícil de mi vida y la más bonita, porque he conocido otras familias, un mundo abierto de felicidad, de nuevas oportunida­des y eso me ha permitido madurar, y ser quien soy. Tenía 21 años, y llegar a España solo, sin mi familia, fue muy difícil. Ha sido la decisión más bonita porque he logrado mis metas y mi otra familia española.

—Cuando llegaste a España, estuviste al borde de la depresión.

—Tenía una mezcla de emociones. Llegué a España, tenía que reinsertar­me en un sistema totalmente diferente a Cuba, y pensaba que podía hacerlo, pero no tenía la disponibil­idad económica o social que necesitaba. Fue un proceso lento, pero a la vez divertido, porque seguí entrenando y manteniend­o mis objetivos, pero me faltaba el calor familiar. Estuve al borde de la depresión. No tener a mis padres me impedía seguir avanzando. Volvía de entrenar y me decía▶ ¿ahora qué hago?

—¿Fue duro?

—Fue muy difícil, tenía que ir al locutorio a llamar, pero era muy caro, y me sentía solo y me replanteab­a mi decisión. Pero seguí luchando, entrenando duro, comencé a competir y gracias a eso pude encaminar mi vida y carrera. Y me encontré con gente que me ayudó mucho, a los que considero mi familia. Sin ellos no podría haber logrado mi sueño.

—¿Dónde se vive mejor? ¿En Chipre, en España o en Cuba?

—Es complicado. Yo me siento cómodo en Valencia, me encanta. He tenido la oportunida­d de vivir en Barcelona, en Onteniente, en Madrid... En España se vive muy bien y estoy feliz por todo el cariño que he recibido, y cómo he podido adaptarme. Pero los 20 años que viví en Cuba no los cambio. No tenía nada, pero con ese poco era el niño más feliz del mundo. A pesar de la necesitad, tenía la vida más bonita. Pero vivir mejor, está claro que en España. Chipre es un país maravillos­o, allí tengo las condicione­s para entrenar, pero no lo veo para estar con mi familia en el futuro.

—Si no hubieses sido vallista, ¿qué modalidad del atletismo o qué deporte te hubiese gustado?

—Antes de atletismo practiqué taekwondo y boxeo a la vez. Mi madre era enfermera y terminaba a las ocho, yo salía del cole a las cuatro, y para cubrir ese tiempo me inscribió en esos dos deportes. Cuando tomé la decisión de hacer atletismo, los entrenador­es no querían que me fuera porque decían que era muy bueno. Hoy en día me siguen gustando y, si veo competicio­nes, las disfruto igual que el atletismo. Pero cuando empecé a correr, tuve claro que quería ser como mi abuela.

—En 2015 consigues tu mejor marca en París como cubano con 12.94 y es tu mejor marca sin ser el récord de España. ¿Es un objetivo a corto plazo?

—A pesar de haber hecho mi mejor marca, no fue mi mejor año. También hice 7,45 en 60 metros, fui primero en el ranking mundial, pero no fue mi mejor año. Mejorarlo es una meta que tengo.

—En 2016 cumples uno de tus sueños. Medalla de plata en los Juegos de Río.

—Ese fue mi año perfecto porque cumplí un sueño que tenía guardado con mucha ilusión. Mi abuela participó en el relevo 4x100 de los Juegos de 1968 y en Artemisa (su ciudad natal) tenemos una especie de medallero, y el 90% son de mi abuela. Con 15 años conseguí mi primera medalla nacional, y mi abuela, que falleció cuando yo tenía 10 años, me dijo que pusiera mis medallas junto a las suyas. Con mi primer metal olímpico hice lo mismo. Cumplí la promesa.

—Eso es muy bonito.

—En Río, tenía la presión de representa­r a España, que me había permitido estar en unos Juegos... Era una mezcla de tantas emociones... Por eso me derrumbé en la entrevista posterior. Cuando uno lucha, trabaja, se sacrifica, los sueños se pueden conseguir. Aquellos 13 segundos fueron los más largos, cortos, grandes... de mi vida. Fue increíble. No te da tiempo a pensar nada, y yo recuerdo que entre la novena y décima valla, me di cuenta que si la pasaba, iba a ser medallista olímpico. Todavía me emociono.

—En 2019 decides reinventar­te y te marchas a Chipre.

—Todo atleta que ha probado con varios entrenador­es tendrá una sensación similar. De cada uno he adquirido una inmensa enseñanza no solo de trabajo, sino de vida. Eso me ha ayudado a seguir luchando y reinventán­dome. Aquel 2019 fue un año muy difícil, sabía que tenía que dejar de entrenar con mi padre porque él tenía que volver a Cuba. Antes del Europeo estuve un mes preparándo­me solo. Cuesta muchísimo hacerlo solo y preparar un gran evento. Aun así seguí el trabajo para el Europeo.

√ «Al llegar a España estuve al borde de la depresión porque me faltaba el calor familiar, mis padres» «Fui a entrenarme a Chipre porque a veces la motivación se apaga. Y a mí no me gusta el confort, quiero crecer» «En los Juegos de Río, tenía la presión de representa­r a España, que me había permitido estar ahí. Era una mezcla de tantas emociones...»

Pero ni yo sabría decirte qué pasó allí... Quedé cuarto en esos 60 metros vallas. Fue un momento duro, me replanteé muchas cosas, dije cosas que se interpreta­ron muy mal... tenía que reinventar­me y seguir luchando para llegar al Mundial de Doha.

—Y eligió irse a Chipre.

—Sí. Me dieron la oportunida­d en un gran grupo de trabajo. Estoy muy contento con ellos. Y surgió ese cambio de mentalidad que necesitaba. A veces la motivación se apaga, o se queda estable. A mí no me gusta ese confort, me gusta estar por encima, quiero crecer. Y a partir del cambio recuperé mi motivación. Llegué a Doha, gané la segunda Liga de Diamantes. Ha sido una etapa muy bonita.

—¿Cómo viviste la pandemia?

—Entendí que debemos vivir cada segundo de nuestra vida un poco más en familia, porque no sabemos cuándo nos van a separar. Pasé la primera parte totalmente solo, momentos de decir qué hacer, encerrado en casa, sin poder entrenar... No tenía a la familia, que es la gasolina del día a día. Ojalá cuando todo mejore, aprendamos de este proceso.

—En febrero, te lesionas y comienzas un periplo hasta que descubren que es el síndrome de Morton (un problema en un nervio del pie).

—No está del todo recuperado. A ver, un dolor del cero a diez para mí es una molestia porque me permite hacer un esfuerzo físico. Pero este dolor está por encima del diez.

—¿Qué pasó?

—En Dortmund, el 7 de febrero, la competició­n fue bien. Pero cuando llegué a meta, noté que no podía caminar. Me quité las zapatillas y tenía el pie hinchado, como si el hueso se hubiera desplazado. Pensaba que era una luxación. Pasé por Holanda, vi a un doctor, me hicieron pruebas y no salía nada óseo ni muscular, todo ello con el pie inflamado. En España me hicieron una resonancia y no salía nada. Pasaron cuatro meses y no dábamos con el problema.

—La cabeza da vueltas, ¿no?

—Me quedaba sin tiempo para los Juegos. En momentos de tanta frustració­n me preguntaba por qué pasaba aquello, pero no perdí la fe. Luego un doctor me diagnostic­ó síndrome de Morton. El nervio estaba dañado y se inflamaba. Empecé el proceso de recuperaci­ón y poco a poco encaminamo­s la temporada, un proceso muy duro mentalment­e. Mi psicóloga Toñi me ayudó mucho a mantener la esperanza. Ahora me encuentro bien, pero poco a poco. Las competicio­nes me han servido para saber dónde estoy respecto a ritmos y a mis rivales.

—Vuelves para competir en el campeonato de España, y la víspera recibes el premio al mejor atleta de 2020, donde acudes con tu madre.

—Es un talismán, un apoyo para seguir avanzando. Ella lo es todo para mí. Una semana antes la traje a España, que hacía dos años y medio que no la veía... Gracias a ella intento seguir trabajando para que se sienta más orgullosa.

—¿Qué deseo tiene para los Juegos?

—Lo único que pido es que la vida siga así, y que mi familia y mi gente estén todos bien. Es mi mayor deseo. De cara a Tokio, no tengo objetivos, hacerlo lo mejor posible cada carrera, dar lo máximo.

—Qué no puede faltar en Tokio y qué no permites meter en la pista.

—No van a faltar los clavos y la Play’ ¿Y qué no permito? Las malas energías, siempre pensamient­os positivos.

—Goma o lápiz.

—Un lápiz para seguir escribiend­o, y no uno, sino cien, porque queda mucho.

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// IVÁN ARLANDIS Orlando Ortega estará como español en sus segundos Juegos
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