ABC (Andalucía)

El periodista desenmasca­rado

- | PÍO GARCÍA

Acabamos los tres días de cuarentena en el hotel a tiempo para ir a la ceremonia de inauguraci­ón. Todos nos sentimos reconforta­dos, e incluso vagamente heroicos, por haber superado la prueba del encierro. Del mismo modo podríamos habernos sentido tontos o estafados porque allí nadie parecía controlar nada y la recepción a veces era una verbena de gente entrando y saliendo, pero nosotros somos gente de orden y además la inmovilida­d extrema de los vigilantes nos daba un miedo como de película de kung fu.

Asistir a una ceremonia de apertura de los Juegos emociona. No nos vamos a poner estupendos y despegados, como si en mi pueblo viviéramos algo así todos los días y uno estuviera acostumbra­do a este tipo de exageracio­nes. A medida que iba superando barreras y enseñando acreditaci­ones, sentía cómo me iba convirtien­do en Paco Martínez Soria. Tuve incluso que reprimir el reflejo de quitarme la boina al entrar al estadio, tan monumental, tan apabullant­e, tan pluscuampe­rfecto. Luego me di cuenta de que estaba rodeado de periodista­s con mucho mundo, de esos que hace mil años que no le hacen una entrevista a un concejal de basuras, y fingí una distancia irónica y cosmopolit­a, como si mi vida consistier­a en un agotador ir de cumbre en cumbre y aquello fuese un mojoncillo más en mi camino.

Llegamos pronto y pillamos buen sitio. Veíamos el escenario mejor que el emperador, que al hombre lo tenían un poco esquinado y se le notaba el aburrimien­to. Se conoce que se acuesta pronto y aquellas no eran horas para él. Yo seguí toda la ceremonia atento y feliz..., hasta que se me puso un periodista indio al lado. Llegó dos horas tarde, pero eso no lo desanimó▶ apañó una silla, se me pegó, descuajeri­ngó un monitor que no le dejaba ver y se quitó la mascarilla para grabarse un videoselfi. Ya no se la puso. El tipo sudaba con entusiasmo y el pañuelito de secarse lo dejaba cada vez más cerquita de mí. Ahí, mientras sonaba el ‘Imagine’ de Lennon, vi cómo la variante Delta corría a mi encuentro alborozada, con sabor a especias y embriagado­res aromas del Ganges. Finalmente, el colega recogió antes de tiempo y se fue pegándome un empujón. Miedo me da el próximo análisis de saliva.

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