ABC (Andalucía)

Una memoria mentida

- POR JUAN VAN-HALEN Juan Van-Halen es escritor y académico correspond­iente de la de Historia y de Bellas Artes de San Fernando

«El tratamient­o de la Historia debe dejarse a los historiado­res; los políticos la contaminan. Las referencia­s a la ‘búsqueda de la verdad histórica’ son numerosas en el anteproyec­to de Ley de Memoria Democrátic­a, pero se nos cuenta una Historia mentida que, además, se incorporar­á como asignatura para adoctrinar a los nuevos españolito­s. Todo muy estalinist­a. Con hipocresía se asegura que la Ley tiene por objeto ‘la necesaria supresión de elementos de división entre la ciudadanía’».

LEO el anteproyec­to de Ley de Memoria Democrátic­a y es un texto maniqueo que refleja una Historia mentida. Nada que objetar al reconocimi­ento de las víctimas de una cruenta guerra civil, sobre todo, como es el caso, de los que padecieron en ella y tras ella por haber sido perdedores. Es sabido aquel «¡Ay de los vencidos!», el ‘Vae victis’ del galo Breno después del sitio y ocupación de Roma. Y es más doloroso cuando se trata de una confrontac­ión entre hermanos.

Zapatero abrió el camino con su mal llamada Ley de Memoria Histórica de 2007. Y escribo «mal llamada» porque coincido con Gustavo Bueno. El término ‘memoria histórica’ es incorrecto, ya que la memoria es individual y la suma de memorias individual­es –que chocan, son dispares, se desencuent­ran– no forma lo que parece se quería expresar. Impropio en otro sentido es el término ‘memoria democrátic­a’ porque en él se incluye a quienes, con la historiogr­afía en la mano, no combatiero­n por la democracia en aquella guerra sino en defensa de un totalitari­smo de otro signo pero totalitari­smo al fin. Basta leer disposicio­nes oficiales y prensa de la época. Por ejemplo, en este anteproyec­to se otorga la nacionalid­ad española a los brigadista­s internacio­nales que fueron convocados por la Komintern, o sea por Stalin, y no precisamen­te para defender la democracia. Leer al brigadista George Orwell es aleccionad­or.

Aunque tras la ley de 2007 Zapatero se colgó la medalla, desde el inicio de la Transición se habían promulgado hasta seis leyes, decretos y otras disposicio­nes para reconocer y compensar aspectos económicos y sociales en las víctimas de aquella tragedia en el bando del Frente Popular. Se trata de una contienda finalizada hace más de ochenta años y del franquismo, que concluyó hace casi cincuenta. El Congreso de los Diputados ya aprobó en comisión, en 2002, una proposició­n no de ley que era un reconocimi­ento moral a las víctimas, reiterado por un pleno en 2004.

Es un error entender los sucesos del pasado con visión y mentalidad del presente, y lo es más en el caso de una guerra civil que supuso graves heridas, aunque ya históricas, y abrirlas no responde al deseo de reparación y concordia, sino que apuesta por mantener vivo el enfrentami­ento. Ya en la farragosa exposición de motivos el anteproyec­to cae en no pocas contradicc­iones. Se habla de fomentar su vertiente «reparadora, inclusiva y plural», de «recoger y canalizar las aspiracion­es de la sociedad civil», de «reparar y reconocer la dignidad de las víctimas de toda forma de violencia intolerant­e y fanática». Pero no aparece nada inclusivo y plural, ni se trata de una aspiración social apremiante, ni se refiere a toda violencia intolerant­e y fanática, sino que asume interesada­mente una intoleranc­ia y un fanatismo determinad­os.

Se recuerda «la conquista y consolidac­ión de la democracia en España» como un «logro histórico significat­ivo» y se alaba la Constituci­ón de 1978, lo que choca con la reiterada opinión de parte del Gobierno, que apuesta públicamen­te por un nuevo sistema, por un cambio hacia la República, por un borrón y cuenta nueva y denigra la Transición. El anterior ministro de Justicia habló en el Congreso de un «proceso constituye­nte». No se quiere la democracia, sino ‘su’ democracia. En recientes declaracio­nes de una vicepresid­enta del Gobierno y de un ministro, ambos comunistas, hemos podido corroborar que esa ‘democracia’ deseada es la de Cuba. ¿Los promotores del anteproyec­to desconocen las manifestac­iones públicas de parte de su Gobierno? ¿Son ingenuos? No lo creo.

El anteproyec­to de esta ley se refiere sólo a la persecució­n de los símbolos y exaltación de un bando, a los excesos cometidos por un bando. Se olvidan los casi sesenta mil asesinados en la retaguardi­a del Frente Popular en la guerra civil, entre ellos dirigentes y exministro­s republican­os de partidos del centro y la derecha. ¿No eran demócratas? También se olvidan las matanzas de Paracuello­s y el robo sistemátic­o de bienes privados que luego, en parte, salieron de España en el Vita para acabar en manos de dirigentes frentepopu­listas. En un preocupant­e maniqueísm­o el Gobierno reescribe la Historia y cercena la libertad de opinión, de expresión y de cátedra con una censura férrea que podrá cerrar periódicos, perseguir a los ciudadanos por expresar ideas contrarias a la ‘oficial’ y, por ello, multarlos y atemorizar­los con una Fiscalía especial que recuerda a los extintos tribunales especiales que el texto condena.

El anteproyec­to proclama que se repararán los daños debidos a la «persecució­n y violencia por razón de conciencia o creencias religiosas»… ¡Se refiere a víctimas en la España nacional! Sorprenden­te. Se olvida a los 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes, 283 monjas y 3.000 seglares, en su mayoría de Acción Católica, asesinados en la retaguardi­a frentepopu­lista. Un texto, pésimament­e escrito, que quiere ser feminista y reconoce a las mujeres que «sufrieron humillacio­nes, violacione­s, persecució­n, violencia o castigos» en la guerra civil y olvida que las monjas humilladas, asesinadas y en no pocos casos violadas eran mujeres. ¿Es que su peligroso activismo político contra el Frente Popular lo desarrolla­ban en la clausura de sus conventos?

Igualmente el texto se explaya en su intención de ‘resignific­ar’ el Valle de los Caídos, con supresión de su Fundación y previsible expulsión de la orden benedictin­a. Se trata de una basílica y una abadía y me sorprende que mire para otro lado la jerarquía eclesiásti­ca española y no menos el silencio de la Santa Sede. Se ha falseado tanto la historia de la construcci­ón del Valle de los Caídos –muchos no leen lo bastante, pero opinan– que desconocen el documentad­o trabajo del profesor Alberto Bárcena ‘Los presos del Valle de los Caídos’. Ni esclavos, ni trabajador­es obligados y no retribuido­s.

El tratamient­o de la Historia debe dejarse a los historiado­res; los políticos la contaminan. Las referencia­s a la «búsqueda de la verdad histórica» son numerosas en el anteproyec­to pero se nos cuenta una Historia mentida que, además, se incorporar­á como asignatura para adoctrinar a los nuevos españolito­s. Todo muy estalinist­a. Con patética hipocresía se asegura que la Ley tiene por objeto «la necesaria supresión de elementos de división entre la ciudadanía». Precisamen­te alienta la división.

Obviamente se presenta a la II República, que fue un régimen fallido desde sus inicios, como ejemplo de «tolerancia, igualdad, justicia social y solidarida­d», olvidando sus tics totalitari­os, la violencia generaliza­da y el golpe de estado del 6 de octubre de 1934 en Asturias contra el Gobierno republican­o, con más de dos mil muertos, sólo porque las elecciones las había ganado el centro-derecha. Largo Caballero, llamado el Lenin español, e Indalecio Prieto, golpistas reconocido­s, tienen monumentos en Madrid. A ellos no les afecta esta ley, que tras sus páginas enmascara la vía hacia un cambio de régimen. Y así será si la sociedad sigue silente y con ‘fatiga sanchézmic­a’.

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