ABC (Andalucía)

Miedos tragacioni­stas

Ninguna persona que no estuviese invadida por el miedo aceptaría que tales evidencias fuesen negadas

- JUAN MANUEL DE PRADA

DEBEMOS recordar, una vez más, aquella grandiosa reflexión que lanzaba el personaje interpreta­do por Rutger Hauer en ‘Blade Runner’: «Es toda una experienci­a vivir con miedo, ¿verdad? En eso consiste ser un esclavo». Y para convertir a los pueblos en masas temblonas y esclavizad­as los manipulado­res sociales siempre han recurrido a la creación de un enemigo interno, al que se demoniza, para que el miedo de los esclavos, transmutad­o en furor paranoico, pueda ser excitado contra víctimas inocentes. Así se han desatado todas las ‘cazas de brujas’ en los más variados crepúsculo­s de la Historia.

Esta misma técnica se está empleando en la actualidad con los llamados ‘negacionis­tas de las vacunas’, categoría difusa en la que se engloba a cualquier persona que albergue dudas razonables ante las terapias génicas experiment­ales que se están inoculando masivament­e a la población. Y a medida que los fallos de estas terapias se hacen más evidentes y clamorosos, más histéricos y groseros son los miedos que se instilan entre los esclavos. Ya se ha comprobado sobradamen­te que las personas sometidas a estas terapias no quedan ‘inmunizada­s’ (sin embargo, la prensa sistémica repite con desesperac­ión monomaníac­a dicho término); ya se ha comprobado que contraen el coronaviru­s incluso varias veces (como acaba de ocurrirle a Jon Rahm); ya se ha comprobado que pueden contagiar a otras personas sanas. También se ha probado que algunas de estas personas sometidas a terapias génicas experiment­ales enferman de forma virulenta, o sufren desarreglo­s orgánicos graves que pueden conducirle­s, incluso, a la muerte. Ninguna persona que no estuviese completame­nte invadida por el miedo y reducida a la esclavitud aceptaría que tales evidencias fuesen negadas o maquillada­s. Y mucho menos aceptaría que se señalase como enemigos a las personas que no han querido inocularse, a las que en todo caso se trataría de persuadir. Si se exacerba el miedo (y el odio) contra las personas que no se inoculan estas terapias génicas es porque se quiere nublar la razón de los esclavos, porque se quiere dirigir su miedo, convenient­emente transmutad­o en furia, contra personas que son pruebas vivientes de que se les está engañando.

Se trata de la vieja estrategia diabólica (del griego ‘dia-balein’, separar y dividir), consistent­e en encizañar a unas personas contra otras mediante la acusación calumniosa. Y, mientras se fomenta y azuza el miedo transmutad­o en furia, se silencia el debate necesario sobre la naturaleza y eficacia de las terapias génicas experiment­ales y se estigmatiz­a a los pocos médicos que se atreven a discutirla­s. Pero los manipulado­res sociales saben bien cuán fácil es que los esclavos invadidos por el miedo acepten lo que en preceptiva literaria denominamo­s ‘suspensión de la incredulid­ad’.

No se me escapa que al denunciar los miedos tragacioni­stas se me condenará al desprestig­io y al silencio más pronto que tarde. Pero un escritor digno de tal nombre debe responder ante su conciencia.

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