ABC (Andalucía)

Memorias de Adriana

Y tenemos el valor de decir que esta generación es peor que la nuestra

- JOSÉ F. PELÁEZ

CUANDO yo tenía 17, era gilipollas. Estaba enamorado y, en lugar de ir a la facultad, pasaba las tardes jugando al julepe. El juego controlado y comedido es un gran entrenamie­nto para el cerebro, así que lo nuestro, que era exactament­e lo contrario a la mesura y el control, fue un máster que me enseñó a realizar cálculos en décimas de segundo para saber si iba a ganar o a perder. Si iba a ganar, se trataba de ganar todo lo que pudiera, sin miedo a la matemática y, si iba a perder, de perder lo menos posible. Eso es todo, sacar partido a la vida con malas cartas, la mirada alta, la cartera llena y la dignidad intacta.

Adriana Cerezo, a la misma edad, gana para España medallas olímpicas y campeonato­s de Europa tras de haberse dejado las tardes de su vida en el gimnasio Hankuk, esforzándo­se al máximo y con esa cabeza amueblada íntegramen­te con cómodas Luis XVI que parecen tener los verdaderos campeones. Lo anterior no ha sido impediment­o para que, además, haya sacado 13 puntos de 14 posibles en la Evau.

Cuando Adriana nació, yo tenía 25 años y seguía siendo gilipollas. A pesar de todo, ya trabajaba en ‘marketing’. El año de Adriana viví el ‘boom’ del ladrillo con sus presupuest­os millonario­s, las comidas interminab­les, las mujeres malas y los hombres tristes. Desde entonces hasta ahora, me ha dado tiempo a vivir, con matices, diecisiete veces el mismo año, aunque diferentes burbujas. Mientras tanto, a Adriana le ha dado tiempo a convertirs­e en un ser humano excepciona­l y en una deportista memorable. El sábado por la mañana yo me lamentaba por algo mientras ella luchaba un oro olímpico. Y entonces le vi, sola, tirada en el tatami, con la mirada baja y alguna lágrima en la mejilla sin saber que toda España tenía la misma lágrima y habríamos ido a pasearla a hombros por Tokio como a la Macarena si nos hubieran dejado. Levantó el brazo a la ganadora y nosotros, en la distancia, se lo levantamos a ella.

Cuando empezó la pandemia acababa de hacer 16. En este tiempo ha forjado un carácter, unos hoyuelos y una sonrisa. Nosotros, solo panza y melancolía. Y todavía tenemos el valor de decir que esta generación es peor que la nuestra.

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