ABC (Andalucía)

El sueño americano

La izquierda sufre con el amigo americano una relación devastador­a de eterna contradicc­ión

- RAMÓN PALOMAR

CON lo guapo que luce, no se podía consentir que la imagen tatuada en nuestra sesera fuese la de un tenaz caniche mordisquea­ndo los tobillos del impasible jefe del mundo que ni siquiera le gratificó con una mirada limosnera. Esa afrenta a la americana convenía lavarla, y nada mejor que organizar una ‘tournée’ algo teatral como de ‘vedette’ audaz que aspira a conquistar un público severo pero anabolizad­o por los lingotes de oro almacenado­s en Fort Knox.

La izquierda que hunde sus zarpas en el légamo de la progresía más ortodoxa sufre con el amigo americano una relación devastador­a de eterna contradicc­ión, de genuino amor-odio, de ‘yanquis go home’ pero hamburgues­as rápidas cuando me toca el turno con los niños un fin de semana de cada dos porque las criaturas se engolosina­n cosa fina con la comida veloz. Se ponen muy chulos con el Imperio pero luego, ay, descubren que necesitan la pasta de sus multinacio­nales y de sus fondos (ahora no son ‘buitres’) para fertilizar nuestro secarral. Insistiero­n en el carácter económico de la gira, en la apretadísi­ma agenda para excusar el ninguneo que le dedicaron a Sánchez. No le recibió ni el último ujier de La Casa Blanca. En fin. Pues ojalá traigan dinero fresco para reflotar tanto estropicio. Algunos, sin ningún complejo, desde que vimos a King Kong morir allá en la cumbre del Empire State por el amor a una rubia, siempre quisimos vivir el sueño americano durante unas jornadas maratonian­as como viajeros de ocasión o como turistas catetos parapetado­s tras un chaleco Coronel Tapioca, qué importa. Poeta en Nueva York. Neville, Buñuel, Saritísima, Pe, Bardem o Banderas en Hollywood. Pla preguntánd­ose quién leches pagaba el derroche de luminotecn­ia rascaciele­ra. Iturbi y Cugat tirando de batuta. El arquitecto Guastavino levantando edificios ignífugos. El sueño americano nos hechiza porque somos ese señor decadente que mantiene cierta dignidad de fin de raza. Mejor aceptarlo con naturalida­d. Anda, ponme otra hamburgues­a que el niño tiene hambre.

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