El sueño americano
La izquierda sufre con el amigo americano una relación devastadora de eterna contradicción
CON lo guapo que luce, no se podía consentir que la imagen tatuada en nuestra sesera fuese la de un tenaz caniche mordisqueando los tobillos del impasible jefe del mundo que ni siquiera le gratificó con una mirada limosnera. Esa afrenta a la americana convenía lavarla, y nada mejor que organizar una ‘tournée’ algo teatral como de ‘vedette’ audaz que aspira a conquistar un público severo pero anabolizado por los lingotes de oro almacenados en Fort Knox.
La izquierda que hunde sus zarpas en el légamo de la progresía más ortodoxa sufre con el amigo americano una relación devastadora de eterna contradicción, de genuino amor-odio, de ‘yanquis go home’ pero hamburguesas rápidas cuando me toca el turno con los niños un fin de semana de cada dos porque las criaturas se engolosinan cosa fina con la comida veloz. Se ponen muy chulos con el Imperio pero luego, ay, descubren que necesitan la pasta de sus multinacionales y de sus fondos (ahora no son ‘buitres’) para fertilizar nuestro secarral. Insistieron en el carácter económico de la gira, en la apretadísima agenda para excusar el ninguneo que le dedicaron a Sánchez. No le recibió ni el último ujier de La Casa Blanca. En fin. Pues ojalá traigan dinero fresco para reflotar tanto estropicio. Algunos, sin ningún complejo, desde que vimos a King Kong morir allá en la cumbre del Empire State por el amor a una rubia, siempre quisimos vivir el sueño americano durante unas jornadas maratonianas como viajeros de ocasión o como turistas catetos parapetados tras un chaleco Coronel Tapioca, qué importa. Poeta en Nueva York. Neville, Buñuel, Saritísima, Pe, Bardem o Banderas en Hollywood. Pla preguntándose quién leches pagaba el derroche de luminotecnia rascacielera. Iturbi y Cugat tirando de batuta. El arquitecto Guastavino levantando edificios ignífugos. El sueño americano nos hechiza porque somos ese señor decadente que mantiene cierta dignidad de fin de raza. Mejor aceptarlo con naturalidad. Anda, ponme otra hamburguesa que el niño tiene hambre.