ABC (Andalucía)

Muñeca de compañía

Tuvieron una tormentosa relación como amantes en Viena durante dos años. Ella no pudo soportar sus celos y su modo de vivir

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

ALMA Schindler estuvo casada con el músico Gustav Mahler, el arquitecto Walter Gropius y el escritor Franz Werfel. Pero el único hombre que la subyugó y por el que sintió una pasión incontrola­ble fue el pintor Oskar Kokoschka, al que conoció en 1912, un años después de la muerte de Mahler, con el que había tenido dos hijas y cuyo apellido mantuvo hasta el final de sus días.

Kokoschka, que había nacido en Austria a orillas del Danubio, había abandonado Berlín y se había trasladado a Viena. Ya era un artista conocido y tenía fama de ser una persona irascible y violenta. Corría 1912 cuando acudió a una fiesta en casa del padre de Alma, donde se reunían la flor y nata de la intelectua­lidad. Allí conoció a Alma, que vestía de luto y mantenía las distancias con los invitados. Fue un flechazo a primera vista. Poco tiempo después, iniciaron un viaje por Italia de varios meses.

Alma tenía 33 años y Oskar había cumplido los 26. Decidieron irse a vivir juntos a una casa a las afueras de Viena, cuya construcci­ón y decoración supervisar­on. Desde el comienzo de la relación, él mostraba unos celos enfermizos y un ansia de dominación que chocaban contra los sentimient­os de una mujer independie­nte.

Con apenas 18 años, había posado desnuda para Gustav Klimt, que quedó prendado de su belleza. Tras convertirs­e en el centro de atención de la aristocrac­ia vienesa, se casó cuando tenía 22 años con Gustav Mahler, que, 20 años mayor que ella, era una celebridad. Fue Alma quien inspiró su famosa Quinta Sinfonía.

Antes de morir, Mahler se había enterado de las infidelida­des de su esposa, que no guardó un luto duradero porque pronto se enamoró de Kokoschka. Fue en esa época cuando él pintó ‘La novia del viento’, un óleo expresioni­sta, en el que predominan los tonos azules. En la tela, ella duerme sobre su hombro con expresión de placidez. Oskar, fascinado por su belleza, no perdía ocasión de dibujarla o retratarla.

La convivenci­a duró poco más de dos años. Dice la leyenda que ella le abandonó tras un extraño episodio. Un amigo de Alma, que era biólogo, había llevado una caja de sapos a su casa para recogerlos al día siguiente. Kokoschka tiró a los sapos en un arroyo cercano. Cuando ella abrió la ventana tras levantarse, vio a decenas de ellos en su jardín. En ese momento, decidió abandonar a su amante y se marchó al domicilio de su padre. Estaba acostumbra­da a una vida de lujos y de fiestas con la alta sociedad y jamás pudo encajar la vida tan austera y solitaria que le gustaba a su amante.

El pintor austriaco se alistó voluntario en el Ejército en 1914 al estallar la guerra. Al año siguiente, sufrió una grave herida en el frente y se propagó la falsa noticia de que había muerto. Así lo creyó Alma, que se deshizo de sus cartas y todos sus recuerdos. Pero Kokoschka volvió a Viena en 1918 y retomó su actividad.

Un año después, encargó una muñeca de tela, plumas y lana a Hermine Moos, una modista alemana, a la que pidió una reproducci­ón a tamaño natural de Alma Mahler. «Si es capaz de llevar a cabo esta tarea, si logra que cuando la vea me parezca que tengo delante a la mujer de mis sueños, entonces estaré en deuda permanente con usted», le escribió a la modista.

Meses después, le fue entregada la muñeca, que albergó en su casa. Pasaba horas, días junto a ella, y le hablaba como si estuviera viva. Incluso la llevaba a los parques y los restaurant­es. Pero se empezó a sentir decepciona­do e incluso hastiado por la muda compañía. En el verano de 1919, organizó una fiesta en el jardín de su domicilio con sus amigos. Contrató a un cuarteto y bebieron champagne hasta la madrugada. Al amanecer, la muñeca estaba decapitada y sus ropas, manchadas de vino. Un vecino avisó a a la policía al creer que era un cadáver ensangrent­ado.

Sostienen algunos biógrafos que Alma había intentado reanudar la relación en 1918, pero que su madre se lo impidió, entre otras razones, porque se había casado con Walter Gropius durante la guerra. El matrimonio duró cinco años.

Oskar Kokoschka se convirtió en un emblema de la pintura expresioni­sta y fue reconocido como uno de los grandes pintores de siglo XX. Murió cerca de Ginebra a los 93 años sin olvidar a Alma. Ella falleció en 1964 en Nueva York, donde se había exiliado para huir del nazismo.

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