Ceviche de memoria democrática
El nuevo presidente de Perú carga ante Felipe VI contra la Corona y su labor civilizadora en América
Los peruanos que votaron a Pedro Castillo y lo hicieron presidente, la mitad del país, han confiado su suerte a un político cuya habilidad para hacer verosímil y hacedero un futuro mitológico, inspirado por la inexplorada variante quechua del chavismo, le permite a su vez manipular el pasado para que todo cuadre en una fábula revolucionaria que según su versión comenzó hace miles de años. Castillo no es un iluminado, sino el fruto maduro del árbol de la ignorancia, el mero representante de una sociedad zarandeada por la crisis, tentada por el ‘aventurerismo’ y abierta a cualquier patraña, milonga o zamacueca. Que Yolanda Díaz fuera de las primeras en felicitarlo –«brizna de esperanza para Perú y América Latina»– va más allá de la simple sintonía neomarxista. Castillo comparte con ella la falsificación del pasado del que parte toda reinvención del presente y cualquier resignificación del futuro. Ante Felipe VI, el nuevo presidente peruano injurió a la Corona y denostó la labor civilizadora que Castilla desarrolló en el Nuevo Mundo, cuyos indígenas, del más variado pelaje y plumaje, representan ahora el progreso, la concordia y el conocimiento frente a unos explotadores de ultramar dedicados a la rapiña y el expolio. Fin de la historia, que dijo Fukuyama, primo segundo de Fujimori. Hubo un tiempo en que España exportaba a Iberoamérica el modelo de nuestra Transición, añada del 78. Ahora lo que vendemos, Marca España o pegatina del Gobierno, es la flexibilidad de la memoria democrática para deconstruir cualquier pasado y levantar futuros alternativos.