La simpleza del amor y la complejidad del sexo
Las películas muy de ahora ya han conseguido doblar el Cabo de Hornos del cine romántico y están al otro lado: lo difícil, complejo y digno de reflexión ya no es un sentimiento como el amor, sino una actividad como la sexual. Se ha pasado de aquello de «el corazón tiene razones que la razón no entiende» a «el sexo tiene razones que ni el corazón ni la razón entienden». Y esta película intenta, en tono de comedia, dibujar la simplicidad de las relaciones amorosas tomando como unidad de medida la complejidad del festín sexual.
Localiza las diversas historias que cuenta en un Club nocturno de intercambio de parejas y de fluidos. Una joven en su despedida de soltera, una pareja que se mira con desconfianza, un tipo solitario que encuentra a otro tipo solitario, un ejecutivo con su prima descocada…, y en paralelo, pero en sintonía, una reunión en una casa de dos amigos con sus animadas esposas. Hay varios guionistas, pero da la sensación de que falta alguno más, pues cada uno de los relatos, que se cruzan sin entrelazarse, apenas si toca ese terreno libre de fuera del carril. La idea que los une es la de ese concepto inenarrable de la revolución sexual en debate con sentimientos y prácticas rancias, como la fidelidad, el compromiso, el matrimonio… La idea, aunque sobada, debería funcionar mejor si se hubieran modelado los personajes, desbravado los diálogos y ennoblecido las situaciones. La interpretación de sus reconocidos actores le pone algo de gracia a la cosa: son muchos y buenos en ese tono de comedia floja en la que ellos ponen el gas; en fin, las caras de Alterio, o Callejo, o Esparbé…, rellenan los vacíos de las historias, como la chispa de Chiquito o la seriedad de Eugenio rellenaban el vacío de sus chistes.