Cuba, todo incluido
El Gobierno de Sánchez amplía la brecha que lo separa de Washington por su rechazo a condenar el castrismo
Cuando la otra tarde su homólogo estadounidense lo llamó para felicitarlo por su nombramiento, el ministro de Exteriores tuvo ocasión de contarle lo de la medalla de oro de Sánchez en la final de vacunación por equipos y hablarle de lo mucho que va a recuperarse España con los fondos de la UE. Blinken, por su parte, sacó como el que no quiere la cosa el tema de Cuba, y el de Venezuela, y el de Nicaragua, que vienen a ser el mismo. Se llama dictadura, aunque el Gobierno no pronuncie su nombre, quizá por no haber encontrado aún el neologismo que redefina y blanquee la modalidad política que gasta el régimen de La Habana. Por mucha superpotencia que tenga desde la Guerra Fría, Estados Unidos no puede condicionar la política exterior de España, país cuya soberanía incluye la actividad diplomática. Desmarcarse de Washington en la condena de la tiranía castrista, sin embargo, es un gesto que a España puede salirle más caro que devolverle a Bruselas y a base de reformas estructurales un fondo de recuperación. «¿Acaso a España le preocupan más las inversiones hoteleras que los derechos humanos del pueblo cubano?», clama Robert Menéndez, presidente de la comisión de Exteriores del Senado de Estados Unidos. Menéndez no es ningún facha trumpista, sino demócrata, como Sánchez, y como nuestro presidente del Gobierno sabe bien que Cuba no es una democracia, sino un infierno. Ni palabra. Que justo después de la gira de Pedro Sánchez por los estudios de televisión estadounidenses Joe Biden recibiera ayer en la Casa Blanca al cantante cubano Yotuel –residente de Madrid, para más inri– da buena cuenta de cómo y a dónde va nuestra acción exterior.