El millonario que fundó el marxismo cultural
Félix José Weil, rico heredero de origen argentino, fue el promotor y mecenas en los años 20 de la Escuela de Fráncfort, de tan decisiva influencia en la política, la academia y la cultura del siglo posterior
Heredero de una gran fortuna, Félix Weil financió a la Escuela de Fráncfort, clave para las universidades de Estados Unidos.
Una de las raíces del pensamiento político de la izquierda actual es la Escuela de Fráncfort, lo que algunos han llamado el marxismo cultural; un grupo de autores como Adorno, Horkheimer o Marcuse, que tuvieron una enorme influencia en las universidades americanas, donde llegaron huyendo del nazismo. Pero, ¿por qué en Fráncfort? ¿Qué lo originó? Fue la coincidencia generacional de un conjunto de pensadores en la Alemania de los años 20 y 30 alrededor de una institución, el Instituto de Investigación Social, y un germen muy concreto▶ el mecenazgo de un joven de izquierdas argentino, Félix José Weil, que financió la organización con la fortuna de su padre, dueño de una de las más importantes empresas de comercio de cereales del mundo.
Hermann Weil había entrado a trabajar casi niño en una compañía alemana comercializadora de grano. Su olfato comercial hizo que le enviaran a Argentina a finales del siglo XIX, cuando comienza a desarrollarse una incipiente colonia alemana, y allí crea su propia compañía, Hermanos Weil, que acabaría siendo una de las cuatro más importantes del sector, con sucursales en muchos lugares del mundo y una gran flota marítima.
Weil hizo su fortuna en Argentina, por entonces granero del mundo, pero pasados los años, y asegurada la compañía tras la I Guerra Mundial, regresó a Fráncfort por motivos de salud.
El retorno de las grandes familias enriquecidas en América, que aquí conocemos con el fenómeno del indiano, estuvo asociado a un consumo suntuario. Lo extraño de la familia Weil es que emplearon ese dinero en crear un instituto de estudios marxistas. ¿Por qué?
Los motivos que llevaron a Hermann Weil a financiarlo no están claros. Algunos señalan intereses comerciales en la Unión Soviética, otros su deseo de obtener un ‘honoris causa’. También se ha dicho que trataba de limpiar su imagen, pues en la guerra había colaborado con el Káiser e incluso se le relacionaba con la guerra submarina en alta mar. Weil, millonario y enfermo, mantenía muchas obras filantrópicas.
Mario Rapoport, autor de ‘Bolchevique de salón’, el mejor estudio sobre la figura de su hijo, Félix J. Weil, sugiere la idea de redención: «En Fráncfort, que albergaba a la segunda comunidad judía más numerosa luego de Berlín, la clase alta se destacaba por realizar actividades de beneficencia, especialmente hacia ins
tituciones educativas relacionadas con la investigación sociopolítica y económica. De este modo, en muchos casos la filantropía liberal de los años veinte se transformaba en un sentimiento por el prójimo entendido como un espacio trágico o catártico que implicaba una construcción ideológica destinada a menguar las tensiones que brotaban del mismo funcionamiento del sistema capitalista».
Sensibilidad social
Bertolt Brecht, que conocía la historia del Instituto, llegó a apuntar la idea para una novela: «Un anciano millonario (el especulador Weil, que especula con trigo) muere inquieto por la miseria que reina en el mundo. En su testamento dona una gran suma para la creación de un instituto dedicado a investigar el origen de la miseria. Por supuesto, ese origen es él mismo».
Los estudios marxistas se financiarían, por tanto, con un dinero que salía de la explotación europea de recursos americanos, de la fijación oligopolística de precios, de las estructuras latifundistas de la propiedad, del trabajo jornalero e incluso de la especulación.
Pero por muchos que fueran los motivos de Hermann Weil, la causa fundamental y el artífice del Instituto francfortiano sería su hijo Félix, que desde muy joven apuntó inclinaciones socialistas e intelectuales.
Félix nació en Argentina en 1898, y aunque de origen judío, fue bautizado católico para facilitar su integración. También hablaba español, aunque en casa, por la madre, siguiera oyéndose el alemán. Su sensibilidad social se despierta en su niñez argentina. En la hacienda familiar se fija en las dificultades de los sirvientes y empatiza con las penurias de los agricultores.
Aún en edad escolar, regresa a Fráncfort, donde el padre acude para ser tratado por un eminente doctor, premio nobel. Allí se educa en el mejor ‘gymnasium’ y después, imbuido de patriotismo, trata de alistarse en el Ejército, cosa que impide su nacionalidad argentina. Se ocupará, solo, de tareas administrativas que le descubrirán, según confesaría después, la posibilidad de otra economía. Una no orientada al beneficio, como la del padre, sino a los objetivos programados por el interés nacional. Su tarea era la provisión de travesaños de madera para las trincheras. En esa economía de guerra se familiariza con la idea de planificación.
Durante su juventud, Alemania pasó por episodios revolucionarios, y en 1919 se proclamó la constitución de Weimar. Weil estudia Políticas en la universidad, siendo ya dueño de la herencia materna de un millón de pesos. Allí se relacionará con otros jóvenes de familias ricas, como Friedrich Pollock y Max Horkheimer, miembros posteriores de la Escuela de Fráncfort. El conflicto de estos jóvenes rebeldes tampoco era infrecuente en las familias adineradas de la época. Hannah Arendt observó que solían resolverlo reafirmando la genialidad del vástago o dedicándose firmemente a conseguir el bienestar de la humanidad.
Con veinte años, Félix Weil lee una noche el programa de la socialdemocracia alemana▶ «Por la mañana comprendí que había sido golpeado de tal manera que yo, heredero principal de un
Estudiante de Políticas CON VEINTE AÑOS, FÉLIX WEIL LEE UNA NOCHE EL PROGRAMA DE LA SOCIALDEMOCRACIA ALEMANA Y A LA MAÑANA SIGUIENTE SE SIENTE SOCIALISTA
hombre muy rico, y como tal también copropietario de una empresa con cientos de filiales en todo el mundo, venía a descubrir en ese momento que era socialista».
Agitación política
Comenzó a participar en actividades de agitación política. En la universidad funda el Grupo de Estudiantes Socialistas, y esa dualidad suya la lleva a Argentina, donde viajó para trabajar un año en la empresa familiar, como había prometido a su padre. No sería lo único que haría allí. También se dedicó a estudiar el movimiento obrero argentino, trabajo que plasmaría en un libro, y a realizar alguna tarea para la Internacional Comunista.
Weil asumió su desinterés por la empresa familiar y su incapacidad para el comercio, y se volcó en el estudio del socialismo. Le interesaban las formas de planificación económica alternativas a la bolchevique, con una incipiente preocupación por encontrar caminos teóricos entre el Partido Comunista y el Socialdemócrata. Quería contribuir a revitalizar la teoría marxista con independencia de intereses concretos y ortodoxias de partido. Para esa autonomía sería importante la fortuna familiar. Aunque Weil aceptaba con humor su condición de ‘bolchevique de salón’, su implicación fue activa.
De vuelta de Argentina y acabada su tesis doctoral sobre socialismo, Weil desarrolla su preocupación por el debate de ideas y procesos revolucionarios. Su primera iniciativa fue organizar la Semana de Trabajo Marxista, un seminario, idea del filósofo Karl Korsch, al que acudieron intelectuales como Georg Lukács o K. A. Wittfogel.
El seminario fue un éxito, y animó a Weil a organizar algo más estable. De ahí surgiría el Instituto para la Investigación Social como espacio permanente para el debate marxista no sujeto a limitaciones de academia o partido. Félix Weil sería el vicepresidente, y su padre, Hermann, el presidente, comprometiéndose a una donación anual. El Instituto fue inaugurado en 1924, por esa época Hitler escribía en prisión su ‘Mein Kampf’. El edificio, de cuatro plantas, estaría en la Universidad de Fráncfort, a la que se adscribía el instituto pero con autonomía e independencia. La metodología marxista entraba por vez primera en la universidad alemana.
El Instituto, con amplias instalaciones, una enorme biblioteca y grandes recursos, tenía por objeto el estudio de los fenómenos económicos y políticos, pero con atención a todas sus ramificaciones sociológicas y culturales. El objetivo era un trabajo cooperativo y crítico que apuntase finalmente a la opinión pública, ‘deformada’ por prensa y partidos.
Otra de sus tareas era ser enlace entre la socialdemocracia alemana y el Instituto Marx-Engels de Moscú, y publicar las obras completas de Marx, la totalidad de sus manuscritos.
Otros mecenazgos
Weil se comparaba con Friedrich Engels, un hombre entre el comercio y las ideas, al auxilio económico de Marx. Weil sería el Engels del ‘marxismo cultural’. Por ejemplo, también ayudó a Horkheimer y Pollock a dejar la pensión y comprarse una casa. No acabó ahí su mecenazgo. Puesto en marcha el Instituto en Fráncfort, se fue a Berlín, bullente de vida cultural. Weil sufragó el teatro político brechtiano de Piscator, creó una editorial, financió ‘El Acorazado Potemkin’ y ayudó al gran pintor Georg Grosz, amigo personal que le inmortalizó en un retrato.
Los inicios del Instituto, bajo la dirección del primer director, Grunberg, fueron de un marxismo más bien ortodoxo, pero en los años 30 se fueron incorporando pensadores como Erich Fromm, Herbert Marcuse o incluso Walter Benjamin, que iban más allá de Marx y estudiaban a Freud, la cábala o la psicología. Horkheimer se hará con la dirección y ya en la toma de posesión anunciará un cambio: el Instituto evolucionaría del marxismo hacia la Teoría Crítica, que pondría en solfa incluso los principios marxistas. Esto deparó alteraciones en la metodología y en los objetivos intelectuales y políticos. Se abandonaba la preocupación estricta por el estudio del movimiento obrero, ampliándose el espectro hacia la filosofía social y la cultura. Weil manifestó su desencanto marxista, pero respetó la autonomía del director, ya de por sí blindada.
De Alemania a EE.UU.
La cuna de brillantes intelectuales que era ya Fráncfort no podía continuar con Hitler en el poder. Tras intentarlo en Francia e Inglaterra, Horkheimer lleva el instituto a Estados Unidos, a Columbia. Lo que era un centro teórico para la práctica marxista y un vínculo entre Moscú y Alemania acaba en el corazón capitalista del mundo, Nueva York, transformado en una multiforme máquina intelectual en varias direcciones. Irían llegando las obras: ‘Autoridad y Familia’ (1936), de Horkheimer o la ‘Dialéctica de la Ilustración’ (1944), con Adorno, que cuestionaban la autoridad o la Ilustración.
Weil siguió financiando los trabajos de los investigadores en Estados Unidos en la década siguiente. Su sostén les permitió centrarse en la producción teórica. El efecto inmediato que tendrían esas obras en los años venideros, su arraigo académico americano o la influencia en el 68 de Marcuse (‘El Hombre Unidimensional’) son cuestiones bien conocidas. Félix Weil, superado por su creación, acabó viviendo en EE.UU, escribió sobre economía y política argentina, país que tuvo siempre en su corazón y con el tiempo despreció sus ideas sobre planificación, convencido por Von Mises de que la fijación de precios necesita un mercado libre.
La de Weil es una figura penumbrosa y compleja, entre el dinero y la revolución, entre la teoría y la práctica, entre Argentina y Alemania... Su Instituto para la Investigación Social acabó teniendo un impacto aún hoy difícil de calibrar. Y no fue solo un mecenas, fue un promotor intelectual pionero capaz de crear una estructura de marxismo libre, no dogmático, dentro de la universidad. En cuanto a su figura, es a la vez irrepetible, un misterio y un arquetipo.
El Instituto para la Investigación Social EL OBJETIVO ERA UN TRABAJO COOPERATIVO Y CRÍTICO QUE APUNTASE A LA OPINIÓN PÚBLICA, ‘DEFORMADA’ POR LA PRENSA Y LOS PARTIDOS