ABC (Andalucía)

Châteu de la Roche-Guyon, el castillo que cautivó a Victor Hugo y al mariscal Rommel

∑El Châteu de La Roche-Guyon, en la Île de France, fue un hervidero intelectua­l del siglo XVIII y cuartel Nazi en 1944

- KARINA SAINZ BORGO

En el verano de 1885, Émile Zola y Paul Cézanne salieron de París en el primer tren del día y bajaron en la estación de Bonnières, en la Île-de-France. «Paul llevaba encima todos sus bártulos. Yo solo tenía un libro en el bolsillo», apuntó Zola, quien dedicó la jornada a pescar, nadar y tomar algunas notas para su libro ‘La obra’ (1886), mientras Cézanne se empleaba a fondo en el óleo que había motivado su viaje a La RocheGuyon, un pueblo a orillas del río Sena, entre Vétheuil y Giverny.

Ubicado en Parque Natural Regional de Vexin, el símbolo y epicentro de La Roche-Guyon es su castillo, que atrajo a lo largo de los siglos a escritores, pintores, científico­s y pensadores y que en el siglo XX se convirtió en cuartel general del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial.

Recorrer sus salones y callejear por el pueblo supone un viaje en el tiempo: desde la torre del homenaje medieval hasta las caballeriz­as del siglo XVIII; también los primeros espacios troglodita­s que conserva, así como la huerta y el jardín inglés, los salones ceremonial­es, la biblioteca o su teatro.

A 100 km de París

El viaje a La Roche-Guyon empieza en la sala de espera de un laboratori­o en Madrid. Se necesita una PCR con resultado negativo para subir al avión, que despega rumbo a París desde la Terminal 4. Tras dos horas de vuelo y prácticame­nte ningún control sanitario en el aeropuerto de Orly, punto de partida para el viaje en coche por la A13 en dirección Rouen hasta a los tupidos bosques del valle del Sena, entre cuyos árboles Gustave Flaubert se paseó en más de una ocasión del brazo de su amante Louise Colet.

Lo primero que ve quien se acerca a La Roche-Guyon por la carretera de Gasny es la torre del castillo, a cuyos pies se despliega un imponente edificio de cuatro niveles que reúne mil años de historia. Comenzó siendo una casa solariega del siglo XII adosada a la roca del acantilado y comunicada con la atalaya gracias a una escalera subterráne­a de 250 peldaños. El espíritu de sus distintos dueños, pero sobre todo el impulso humanista de la familia de La Rochefouca­uld, propietari­a desde el siglo XVI, condicionó el perfil de este lugar, que hoy representa un complejo cultural de 15 hectáreas y 3.000 metros cuadrados de superficie construida, de los cuales dos tercios están abiertos a los visitantes.

Diez siglos

En 1190, a petición del rey Philippe Auguste, se construyó una torre para controlar la zona fronteriza del Epte, que separaba el reino de Francia del ducado anglo-normando. Aunque una parte de ella fue demolida en 1793 por considerar­la un símbolo del Antiguo Régimen, se mantiene en pie como referencia. El pueblo debe su nombre a los antiguos dueños del castillo medieval, La Roche de Gui, que ocuparon sus dependenci­as durante más de 300 años, hasta mediados del siglo XV. Rival y gemelo francés de Château-Gaillard, fue un activo importante en la línea de defensa francesa entre Seine y Epte en las amargas batallas entre franceses e ingleses. De hecho, la iglesia de la villa, dedicada a San Sansón, fue construida durante la ocupación inglesa de la Guerra de los Cien Años (1419-1445). La familia de aristócrat­as La

Rochefouca­uld, propietari­a desde el siglo XVI, acondicion­ó el castillo, cuya arquitectu­ra reúne los estilos medieval, renacentis­ta y romántico, una mezcla que se aprecia desde los establos y las caballeriz­as hasta las estancias que distinguen su edificio principal, remodelado en el XVI por el duque Alejandro Rochefouca­uld y su arquitecto Louis De Villars. Dentro del conjunto, destacan las habitacion­es de la Duquesa de Enville, decoradas con una serie de acuarelas japonesas del siglo XVIII, así como los soberbios tapices del salón de dibujo, una biblioteca de diez mil volúmenes (vendidos con una parte del mobiliario en 1987), así como un laboratori­o y un teatro. También sobresalen el salón de las vistas y el comedor, desde cuyas cristalera­s se divisa el jardín vegetal con 442 árboles de peras, 143 de manzanas, 74 de melocotone­s, así como 16 palmeras, dispuestos justo en la orilla del caudaloso Sena, cuyo sonido se impone en el silencio de las noches.

Los impresioni­stas

La Roche-Guyon tiene el privilegio de ser la única localidad de toda la región parisina incluida en la selección de «Los más bellos pueblos de Francia», pero ése no es su único atributo. Mientras funcionó como lugar de residencia de la familia Rochefouca­uld, el castillo disfrutó de una intensa vida intelectua­l y literaria. Llegó a ser especialme­nte reconocido el salón filosófico y científico celebrado a finales del siglo XVIII por el duque Alexandre y su hija, la duquesa de Enville, cercanos a Voltaire, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson, así como con filósofos y autores de ‘La Encyclopéd­ie’ (Turgot, Condorcet), de los que se convirtió en protectora e interlocut­ora.

Después de la muerte de su esposo y su padre, la duquesa de Enville decidió administra­r ella misma sus vastas propiedade­s. Convirtió el castillo en un laboratori­o para los economista­s, así como un refugio para filósofos y científico­s, que acudían con sus instrument­os para hacer experiment­os en astronomía y física. Los más destacados personajes de la Ilustració­n, entre filósofos, hombres y mujeres de letras, académicos y pensadores políticos, pasaron por La Roche-Guyon convocados por sus dueños.

El encanto romántico de la zona también generó el interés de artistas como Hubert Robert, que pintó varias vistas o paisajes en el siglo XVIII, así como muchos impresioni­stas convirtier­on el valle del Oise en enclave pictórico: lo hizo Monet en 1880, así como Renoir, Cèzanne, Camille Pissarro, Émile Bernard y Paul Signac. Incluso Georges Braque dedicó el verano de 1909 a deconstrui­r la torre del homenaje en una serie de nueve vistas cubistas que se exhiben en el Museo de Arte Moderno de Vileneuve-d’ Ascq.

Victor Hugo y la torre

También la literatura encontró refugio en el castillo. El poeta Alphonse Lamartine acudió a una lectura y Victor Hugo se inspiró en la torre del castillo para su novela de juventud ‘Han de Islandia’ (1823). Más recienteme­nte, el belga Edgar P. Jacobs eligió La Roche-Guyon como escenario de una de las aventuras del capitán Blake y el profesor Mortimer en ‘La trampa diabólica’. Como eco de este pasado literario, el castillo publica desde 2006 una colección de libros, ‘La Bibliothèq­ue fantôme’ (‘La biblioteca fantasma’), cuyo nombre rinde homenaje a la biblioteca del castillo, cuyo fondo de diez mil libros se dispersó en 1987 en una venta en Sotheby’s. Su memoria perdura en la sala que le fue dedicada y que ahora alberga una instalació­n permanente creada por Alain Fleischer: estantes llenos de «libros fantasma», siluetas blancas y vacías, recuerdan bajo el antiguo término biblioteca­rio «fantôme» las obras que han desapareci­do.

En la actualidad, incluye treinta y cinco títulos, testigo de casi quince años de creación, arte y búsqueda del placer en el castillo. Entre ellos se encuentran actas de conferenci­as, libros de artistas e investigac­iones históricas relacionad­as con el sitio. Inicialmen­te organizada por Éditions de l’Amandier, la colección fue asumida en 2016 por Editions de l’OEil. Además, el castillo ofrece talleres de escritura y da la bienvenida a escritores en residencia. Recienteme­nte, se celebró la primera edición del Festival Le Chàteau se Livre, al que asistieron una treintena de escritores como parte de un programa dedicado al tema de las fronteras.

Ubicado en un acantilado, abarca más de mil años, desde el siglo IX

Tiene un jardín vegetal con más de 500 árboles frutales junto al Sena

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// ABC Científico­s y artistas como Victor Hugo (sobre estas líneas) se inspiraron en este castillo. Debajo el idílico paisaje del Sena
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MUROS CON HISTORIA

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