Color e higiene: el Covid cambia los hogares y la moda
El teletrabajo, con la exposición de las videollamadas, ha convertido el hogar en un refugio-escaparate con la salud en el centro. La moda, reflejo de los anhelos sociales, viene alegre y fastuosa, como la de los años 20 tras la Primera Guerra Mundial
En las fiestas que describe Fitzgerald siempre hay vestidos dorados, que dejan las piernas al aire, y trajes masculinos de colores, como los que viste Jay Gatsby. Las voces de algunos personajes «están llenas de dinero» y sus camisas son de seda. Eso eran los ‘felices años 20’, un momento de prosperidad económica tras la I Guerra Mundial que deja un rastro inconfundible y dorado en la moda.
Cien años después, un diseño aún más sensible a los cambios sociales que el de entonces, también ha ‘sufrido’ las secuelas del Covid-19, aunque en este caso no sean necesariamente negativas. «El modo de vestirse tiene, casi siempre, poco o nada que ver con el modo de decorar el espacio que uno habita, pero la pandemia ha cambiado ambos», dice Ana Domínguez Siemens, comisaria de arte que lleva años escribiendo sobre diseño. «Se ha abierto una caja de Pandora. Lejos ha quedado ya la idea de la casa como lugar de paz y refugio. Debido a la tecnología –las reuniones del teletrabajo–, nuestros hogares han pasado a ser lugares en los que uno se expone y no se esconde. Ojo, refugio sí, pero también escaparate».
La intimidad del hogar, dicen los interioristas, acusará más cambios. Pero también lo hará el interior de nuestros armarios, que se van a llenar de prendas de colores. «Tenemos ganas de exponernos, de exponer nuestro cuerpo». Antes del estallido de la pandemia –y también
Ropa antivírica y casas con recibidor
LLEGAN TEJIDOS ANTICOVID Y EN LAS CASAS VUELVE EL RECIBIDOR, LUGAR PARA LA DESINFECCIÓN
durante el confinamiento–, los tonos neutros, el gris, eran los que dominaban. «El encierro supuso un periodo de apogeo de la ropa cómoda, de estar en casa. Fue el reinado del chándal y el traje de oficina adaptado a lo doméstico», explica Carmen Baniandrés, historiadora de moda y estilista. «Los atuendos pospandemia estarán llenos de colorismo, de lentejuelas. Nos vestiremos buscando realzar la figura, festivos, aunque los tejidos sean sencillos. Es algo que ya se empieza a ver en la alta costura y también en las marcas para el gran público».
Euforia tras el encierro
Lo que viene, coinciden los analistas de tendencias, contradice esa idea en el aire de que tras el coronavirus nos iba a costar quitarnos el chándal. «La moda siempre refleja la psicología de las personas. Los años 20 fueron una década de pura euforia, que llega tras un momento de depresión social. Los ejemplos a lo largo de la historia son incontables: tras la II Guerra Mundial pasamos de una mujer que vestía uniforme y se había incorporado al mundo laboral, a una moda de lo opuesto: el ‘ángel del hogar’, la mujer hiperfemenina...», apunta Baniandrés.
Armani acaba de sacar una colección completamente rosa y la italiana Moschino, otra de uniformes de todos los colores tras una era de trajes grises. Baniandrés opina que lo que está pasando en el mundo del diseño se puede entender a la perfección con el regreso a la pasarela de Balenciaga. «La ‘maison’ Balenciaga cerró en el mayo francés del 68. Desde la ‘era Cristóbal’, hace 53 años, no se hacían desfiles. No es casualidad que la alta costura de esta casa vuelva justo el año que empezamos a salir de la pandemia», opina Baniandrés. La firma, que se ha caracterizado en las últimas décadas por sus diseños cómodos y contemporáneos, vuelve ahora a la alta costura, a la esencia de Cristóbal. «Es significativo». La ropa que deja el Covid, además de alegre y festiva, pondrá a la salud en el centro del proceso de fabricación y nos protegerá del contagio por coronavirus. El diseñador español Duarte presentó en septiembre una colección de prendas elaboradas con tejido antiviral. «Se les aplicó un espray de imprimación antes del corte y la confección para que cada centímetro de la prenda fuera antivírico», explica Pepa Bueno, directora de la Asociación de Creadores de Moda de España.
La forma de vestirnos siempre ha respondido a una determinada circunstancia histórica. Juan Gutiérrez, el responsable de indumentaria del siglo XX del Museo del Traje, recuerda que «las raíces de esto hay que buscarlas en las corrientes higienistas del siglo XIX. Con las pandemias del cólera la ropa aséptica se pone de moda entre los intelectuales de la época y cambian los tejidos con los que trabajará el sector sanitario y el científico».
Desde el punto de vista del interiorismo, ocurrirá algo parecido. «Históricamente, las epidemias han desembocado en cambios en las viviendas y ésta no iba a ser menos. El cólera y la tuberculosis ya indujeron muchos cambios en su día. Los médicos se volvieron histéricos con la higiene y, en consecuencia, los arquitectos también. Le Corbusier hizo la Villa Savoye para un médico, y claro, le plantó un lavabo en la entrada», cuenta Ana Domínguez. Esta experta en diseño argumenta que la pandemia hará que vuelva a ser crucial el espacio del recibidor, «un lugar de transición en el que dejaremos las cosas que no queremos que entren en casa: zapatos, abrigos, cajas que trae Amazon. Será el lugar donde nos cambiemos de ropa», augura.
Muerte de la mascarilla
Además, Domínguez cree que la moda de las cocinas abiertas integradas al salón se va a acabar. «La cocina va a convertirse en un segundo lugar donde la higiene es prioritaria –el cuarto de baño es el primero– y cuanta menos gente ande por allí en contacto con los alimentos, mejor», dice. La decoración de las habitaciones será minimalista, «con pocas cosas, superficies lisas, fáciles de limpiar y a ser posible donde entre el sol, el mejor desinfectante».
La obsesión por la mascarilla, sin embargo, parece haber cesado en el mundo del diseño. «Durante el año 2020 hubo muchas marcas textiles españolas que pusieron su taller al servicio de la fabricación de mascarillas. En ocasiones no hubo diseño y se repartieron a organizaciones caritativas», cuenta Bueno. «Sin embargo, las vamos a ir dejando de ver en la pasarela. El deseo de los diseñadores no es volver a tapar la cara de las modelos. Al contrario, el anhelo es volver a respirar». Bueno también ha observado en la moda española esa inclinación al colorido y el optimismo presente en firmas de todo el mundo. «El diseño está haciendo una llamada a la esperanza. En abril, Juan Vidal presentó una colección inspirada en los años sesenta, una época de renovación radical. Pop y muy alegre». La minoría de diseñadores que no han apostado por el color, como la cordobesa Juana Martín, ha basado su colección en la simbología del renacimiento: una serie de piezas negras, pero la última de ellas en blanco impoluto. A la comisaria Ana Domínguez no le gusta la palabra tendencias, prefiere hablar de preocupaciones. «La belleza es el punto final, pero el diseño parte de la funcionalidad, de la voluntad de cambiar algo para mejor, de adaptarse a los tiempos».
Estamos preocupados por la salud, por mantenernos alejados de cualquier virus, por mostrar una imagen atractiva del interior de la casa en una reunión de trabajo telemática, pero también nos apetece –nos preocupa en cierto modo– volver a recuperar la alegría de las reuniones sociales, y hacerlo bien vestidos y con atuendos festivos. «Hay un deseo de exponerse y que nos digan lo guapos que estamos», resume Bueno. Como también lo buscaba Jay Gatsby.