Un tecnócrata populista para la nueva Primavera Árabe
► El hombre fuerte de Túnez, tras la disolución del Gobierno y el Parlamento, busca una nueva revolución hacia el presidencialismo
Presidente de Túnez
Ricos, pobres, con educación universitaria, sin educación universitaria... Túnez tiene un problema con sus jóvenes. Y no son pocos. Si la media de edad del país es de 32 años, el paro juvenil declarado roza el 40%. La única democracia del mundo árabe es también la única historia de éxito de las revueltas de 2011. La joven democracia tunecina ganó el Nobel y, mediante el consenso, se ganó una constitución para aspirar a un futuro mejor. Sin embargo, el turismo, la principal fuente de riqueza del país, ha colapsado las oportunidades, que siguen sin aparecer, y miles de jóvenes cuentan los días para dejar Túnez atrás de una vez por todas. Su última esperanza: un profesor de Derecho, de 63 años, apodado Robocop por su llamativa y robótica forma de hablar árabe clásico y que basa su atractivo político en su sobriedad personal, no en el ideario de su partido, porque básicamente no lo tiene.
Esta es la paradoja de Kais Saied, acusado de populista por creer ser la voz del pueblo con un árabe bastante distanciado del dialecto que utilizan los tunecinos, en especial los jóvenes a los que dice deberle su victoria como un desconocido candidato independiente frente al magnate de los medios, Nabil Karoui, en las presidenciales de 2019. «Es un tecnócrata. Sin duda, tiene algo de populismo al creer que las instituciones le impiden realizar los cambios que necesita el país. Y diría que es un conservador más a nivel institucional que a nivel social. Pero no es más conservador que la media en Túnez, que es un país laico, pero donde el islam tiene un papel muy importante», describe Barah Mikail, profesor de la Universidad de Saint Louis en Madrid.
Saied, sin lugar a duda, es el personaje de la semana en el mundo árabe por su golpe de mano activando como presidente y jefe del Estado el artículo 80 de la Constitución tunecina para suspender durante 30 días el parlamento, destituyendo al primer ministro Hichem Mechichi y prometiendo acabar con la inmunidad parlamentaria. Además, ha despedido a decenas de altos cargos –incluidos el fiscal jefe del ejército y director ejecutivo de la televisión nacional–, y ha metido una marcha más en su obsesiva lucha anticorrupción lanzando una ofensiva contra 460 empresarios acusados de desviar fondos durante el mandato de Ben Ali. Según Saied, unos pocos han robado hasta 4.000 millones de euros de dinero público a los tunecinos. Desde que ganó las presidenciales, perseguir la corrupción representa su principal marca electoral y más ahora, cuando, según estimaciones, las clases medias tunecinas han perdido un 30% de poder adquisitivo en los últimos meses, según el vespertino francés ‘Le Monde’.
Hombre de imagen recta e íntegra, Saied proviene de una familia modesta e interesada por la cultura. Esta fue la que le inculcó la cultura del esfuerzo de la que tanto se jacta, según el perfil que ha dibujado de él la revista francófona tunecina Leaders. A lo largo de su vida profesional, Saied ha primado su perfil académico sin dejarse tentar por los cantos del sector privado.
Múltiples crisis
Con su esposa, magistrada, y sus tres hijos, a los que nunca presenta, el presidente recibe en el palacio de Cartago a jóvenes marginados, grandes defensores hoy de su causa. «Saied es una persona que a la hora de tomar decisiones ha ido antes a los cafés de los barrios populares, pero no a hablar, sino a escuchar. No solo antes de las presidenciales para hacerse una idea de lo que necesitaba el país, sino que todavía sigue yendo a los barrios populares a hablar con la gente», considera Mikail, que subraya su comportamiento tan narcisista –al creer que es de los pocos, con la ayuda de sus asesores, que puede arreglar el país– como poco democrático, por muy loables que puedan ser sus intenciones.
Para el hombre del momento, la ley es el sustento de esta Túnez desnortada ante sus múltiples crisis: la pandémica, con cerca de 200 muertos diarios, la económica, con riesgo de impago de la deuda y suplicando por otro préstamo del FMI, y sobre todo por la crisis política del bloqueo permanente. «Saied puede ser descrito como populista, no está cómodo con la democracia liberal como la conocemos ni se encuentra cómodo lidiando con partidos políticos. Cree estar hablando como si fuera la voz del pueblo. Mantiene conflictos estratégicos con los partidos más relevantes, especialmente con los que forma mayorías políticas», estima Tarek Kahlaoui, profesor de Historia de la Escuela de negocios del Mediterráneo.
Apoyo popular
Según la última encuesta de Emrhod Consulting, publicada el pasado miércoles, el 87% de los tunecinos apoya las decisiones del presidente de la República. Además del gran apoyo popular, Saeid no tiene una oposición que lo rivalice. El gran partido del sistema tunecino, el islamista moderado Ennahda, que tiene una base fiel de votantes en torno al 20% de la población, vive sus horas más bajas desde la llegada de la democracia. Pese a denunciar el golpe y alentar a los suyos a defender la revolución de los jazmines, sus líderes, con Rachid Ganuchi a la cabeza, han optado por seguir su estrategia de no dividir a la población y no moverse de la foto: quieren seguir siendo el gran actor político del país.
Saeid cuenta con el apoyo incondicional del Ejército y condicional de la sociedad civil, que ha desempeñado un papel clave desde la revolución de 2011 y que ahora le apremia a que exponga ya sus planes antes de poner fin a esta situación de emergencia en un mes. De momento, Saied ha endurecido las restricciones existentes para contener la pandemia del Covid-19: un toque de queda nocturno y la prohibición de viajes entre ciudades.
Pese a que le acusen de hacer una interpretación demasiado amplia del artículo 80, de aprovecharse de la falta de consenso para un Tribunal Constitucional efectivo que supervise decisiones como la suya, y de pretender un cambio de régimen hacia una república presidencialista a la francesa, las decisiones de «Robespierre sin guillotina», como le ha bautizado la revista francesa ‘Le Point’, conectan con el estado de ánimo del país: mano dura y audacia para luchar contra las múltiples crisis del país, y de paso acabar con los juegos políticos de una casta desgastada a la que él viene a reemplazar.