ABC (Andalucía)

De las verbenas a la romería de antígenos

En este Madrid de chicharras y sartenazo, el bullicio del WiZink Center sustituye a los jolgorios de verano

- KARINA SAINZ BORGO

L Aciudad en verano es como el ‘Orient’ en la ‘Línea de sombra’ de Joseph Conrad un barco de velas en un océano en el que no sopla el viento. Ya lo ha dicho Ray Loriga alguna vez, o al menos así se lo ha escuchado decir quien firma esta columna el Dry Martini es el único mar que tiene Madrid. Por eso, para quienes permanecen estos días en una ciudad sin costa, en este islote de la meseta, cada sorbito es una brazada.

Ya sea confinados por contagio u obligados por las circunstan­cias de la propia hacienda –la falta de dinero erradica cualquier nomadismo–, los que seguimos en la ciudad nos convertirn­os en nadadores de barreño, clavadista­s de vaso de tubo y buzos de copa de cristal. A pesar de eso, a los que no viajan en agosto nadie los exime de lo estival, porque de eso se trata el verano es un rito de iniciación en el paso del tiempo, el trasiego desde la juventud al escarmient­o de la madurez, tal y como le ocurre al joven capitán en la novela de Conrad.

Los que recorren su barrio semivacío también habitan lo crepuscula­r, sólo que de otra forma. En verano desaparece­n determinad­as certezas mueren los amores, las esperanzas, las personas, los plazos y las promesas que nos hemos hecho. El temple de antaño se afloja como la piel del abdomen, se hace gris como el cabello de las sienes que ya platean. El verano es la pura belleza de lo que llega a su fin, algo que salta a la vista en este Madrid de chicharras y calor de sartenazo. De las verbenas de San Cayetano y San Lorenzo hemos pasado a la romería de antígenos del WiZink Center.

Si toca la reclusión en la ciudad por haber contraído el Covid –que es el caso que me ocupa–, resulta más fácil entender la fiebre y el enloquecim­iento del capitán de la ‘Línea de sombra’. Chapotea uno en el Dry Martini –o el vaso de casera– de los que no tienen mar o al menos disponen sólo de ese. Todas las historias de mar son políticas, y el verano, ese gran galeón por excelencia, nos planta ante las embestidas del oleaje que cada quien lleva dentro el miedo a hacerse viejo, a la enfermedad, a la muerte, la bancarrota o el desamor.

Así como Lope de Vega se enroló en el galeón San Juan de la Armada Invencible para invadir Inglaterra o Miguel de Cervantes se fue a Lepanto, a los veraneante­s de cemento nos pasa lo que a aquellos escritores soldados y demás seres de armas y letras cada quien busca batirse en una guerra... sea propia o ajena. Todos navegamos el mismo océano, tenga o no agua salada. Porque las tormentas y los naufragios son siempre los mismos. Ya sea chapoteand­o en una copa de Dry Martini o fondeados en una bañera de azulejos astillados, nosotros también cruzamos nuestra propia línea de sombra.

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