ABC (Andalucía)

El último tren de Nico Rodríguez y la obsesión de Jordi Xammar

▶ Los medallista­s en 470, aún aturdidos por el bronce, ven reconocido­s «cinco años de trabajo muy duro» ▶ El gallego, odontólogo, se iba a vivir a Holanda cuando recibió la llamada del catalán, que se inspiró en Vía Dufresne

- PÍO GARCÍA Y ESTER REQUENA

Cuando acabó la regata, después de la primera explosión de alegría desatada, Nico Rodríguez, 30 años, natural de Vigo, se acordó de una llamada que le cambió el destino. «Mi vida podía haber sido completame­nte distinta», reflexiona. «Hace cinco años estaba embarcado de camino a Holanda y ahora estoy cumpliendo un sueño, con una medalla olímpica. En la vida pasan trenes y yo tuve la suerte de coger el correcto». Nico se marchaba a Holanda porque no veía futuro en la vela y porque se había cansado de buscar infatigabl­emente vientos favorables que al final no llevaban a sitio alguno. Él es odontólogo y su novia holandesa, así que, si no hubiera recibido esa llamada, ahora estaría poniendo empastes en Ámsterdam y viendo los Juegos por televisión.

Jordi Xammar (Barcelona, 1993) tenía desde los once años una obsesión. En el año 2004 visitó el Club Náutico del Garraf Natalia Via Dufresne. La gran regatista española acababa de conseguir la medalla de plata en Atenas, en la clase 470, y la llevó para que los chavales la vieran. Esa imagen se le quedó clavada a Jordi. «Fue entonces cuando supe que quería ser medallista olímpico», dice. Le ha costado dieciséis años conseguirl­a, pero ya la tiene en su cuello. Por eso, cuando llegaron al pantalán de la bahía de Enoshima, Jordi se tiró al suelo y lloró como un niño. Un niño de once años que por fin ha visto cumplido su sueño.

Para que los caminos de Nico y de

Jordi se cruzasen en Tokio, antes tuvo Jordi que vencer la resistenci­a de sus padres. Su padre, Pere Xammar, había sido campeón de España de 250 centímetro­s cúbicos y su madre, Cristina, también había hecho sus pinitos con las motos. «No querían que compitiese –explica Jordi–. Sí que hiciera deporte, porque es una gran escuela, pero no que compitiera. Ellos sabían que ese mundo es muy duro, que hay demasiada presión..., pero a mí me gusta competir». Jordi Xammar, que aprendió a manejar un velero antes que a nadar, ya ganaba campeonato­s nacionales con diez años. Sus padres asumieron que les había salido un hijo respondón y ayer recibieron su recompensa. «Esto ha sido un proyecto familiar», subraya Jordi. «Jamás en la vida he sentido algo de presión por parte de ellos; simplement­e han puesto en mis manos todas las herramient­as para que cumpliera este sueño. Sin ellos no lo habría conseguido».

En este juego de referencia­s, obsesiones, amistades y últimos trenes falta todavía un personaje▶ el australian­o

Matthew Belcher, campeón ayer en las aguas de Enoshima. Cuando Belcher (Gold Coast, 1982) ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, Jordi Xammar disputaba su primera regata importante con el 470▶ el campeonato de Europa júnior. «Quedamos los decimoquin­tos, fuera de la ‘medal race’, y en ese momento vi a Matt echándose al agua para celebrar su medalla de oro. Yo me fijé mucho en él, lo admiraba.., y por eso ha sido un orgullo para mí tirarme al agua con él para celebrar nuestras medallas. Es un referente para mí por su actitud dentro y fuera de la pista».

Las imágenes de Natalia Via Dufresne y de Matthew Belcher fueron modelando la obsesión de Jordi Xammar, que vivió su primera cita olímpica en Río de Janeiro. En la Marina da Gloria, Xammar y su entonces compañero, Joan Herp, quedaron duodécimos. Aprendió entonces el regatista catalán que para ganar no basta el talento▶ hace falta dedicación, compromiso, entusiasmo, toneladas de trabajo. Herp había decidido dejar la vela para dedicarse a estudiar. Y entonces fue cuando Jordi llamó a Nico. Esa fue la llamada que le pilló con las maletas preparadas para irse a poner empastes a Holanda. El gallego comprendió que Xammar acababa de abrirle las puertas del último tren. Y decidió cogerlo. «Lo hice entonces, lo haría otra vez y lo volvería a hacer nuevo», enfatiza Nico Rodríguez. Aquella decisión –difícil, casi irracional– les ha permitido subir a un podio olímpico.

«La presión te estruja»

Tienen Jordi y Nico caracteres muy diferentes. Mientras a Jordi se le ponían ayer los ojos vidriosos de emoción, Nico, más templado, prometía celebrar el bronce con «birras y mariscadas». «Son formas de vivirlo», explica el tripulante gallego. «Somos dos personas con caracteres muy distintos que, bien llevados, pueden llevarnos lejos. Las maneras de ser pueden ser distintas, pero los objetivos son los mismos y los dos éramos consciente­s de que el camino era el trabajo». Durante este último año, tras el aplazamien­to de los Juegos por el Covid, Jordi y Nico han estado preparando los Juegos obsesivame­nte, sin apenas ver a sus familias. «Todos los sacrificio­s, todas las horas que no hemos estado en casa, todas las veces que no hemos estado con nuestra familia cuando nos necesitaba­n..., sin duda ha merecido la pena», resumía Nico Rodríguez. «La gente –tercia Jordi– me decía que llevaba cinco años esperando los Juegos de Tokio y yo les replicaba que llevaba toda mi vida esperando los Juegos de Tokio, me daba igual un año más que menos».

El bronce no ha sido fácil. Durante esta semana, en varias ocasiones han sentido que el sueño «se desvanecía». La primera regata les salió muy mal y luego volvieron a tropezar en otras mangas. «Sabíamos que íbamos a tener que sufrir hasta el último metro del último tramo», se sincera Jordi. «Cuando preparábam­os el campeonato con nuestra psicóloga ya nos íbamos mentalizan­do para eso. Y yo creo que esa ha sido la clave porque luego lo que sientes ahí, lo que se te pasa por la cabeza... Cuando acabamos la primera regata comencé a dudar de mí, de si iba ser capaz. Por fortuna ganamos la segunda y eso me dio fuerza. Se te pasan muchas cosas por la mente. La presión te estruja y tú tienes que estar concentrad­o en tu trabajo para aislarte de todo». Xammar creyó que la experienci­a olímpica de Río le iba a ayudar a sobrelleva­r la tensión, pero pronto descubrió que Enoshima era «otra historia»▶ «Vienes como el número uno en el ranking mundial, con opciones de medalla, sabes que te la juegas, que llevas toda tu vida esperando este momento. Estás preparado. Sabes que lo puedes hacer, pero también que puedes no hacerlo. Y al final, ves que la diferencia entre bronce y cuarto es muy grande. Ese salto hacia atrás no lo queríamos dar».

La presión por fin ha desapareci­do. Ahora sienten otro tipo de presión, mucho más amable y perecedera▶ los periodista­s, las fotografía­s, las entrevista­s, las llamadas de felicitaci­ón, los mensajes... Con la medalla de bronce al cuello, de momento no quieren otear el horizonte. La clase 470, una de las más técnicas, solo estará en los Juegos de París en su modelo mixto (hombremuje­r), así que Xammar y Rodríguez deberán replantear­se su sociedad. Pero de momento prefieren no pensar en ello. A Nico le espera un buen arroz con bogavante a solas con su madre (y luego una sucesión casi suicida de mariscadas) y Jordi solo quiere disfrutar con su familia. Se lo han ganado.

«Todos los sacrificio­s, todas las horas que no hemos estado en casa..., sin duda ha merecido la pena»

«La gente me decía que llevaba cinco años esperando los Juegos de Tokio y yo les replicaba que llevaba toda mi vida»

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// REUTERS A la izquierda, la embarcació­n española en la regata de ayer. Sobre estas líneas, Rodríguez y Xammar en la entrega de medallas

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