«La buena política»
FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA
«Los requisitos de ‘la buena política’ deberían girar sobre cuatro ámbitos▶ verdad, bien común, encuentro y servicio. No creo que sea mucho pedir que los dirigentes políticos depongan sus egos, sus puras pretensiones partidistas y sectarismos ideológicos, y se dispongan a trabajar denodadamente por proyectos de bien de todos y para todos. El deseo de ello es grande; la necesidad, mayor»
MIREMOS por donde miremos la política atraviesa malos tiempos▶ carecemos de líderes sólidos, sobran populistas que se aprovechen de lo revueltos que bajan los ríos por las crisis sucesivas, incluida la terrorífica crisis pandémica, y no faltan corrupciones varias y desprecios a la verdad. Muchas cosas poco edificantes ocurren en el caldo de cultivo de una digitalización potentísima que pone muy fácil la difusión de mensajes falsos y de proclamas capaces de destruir reputaciones en minutos, envalentonamientos desde el anonimato o movilizaciones populares para las causas más variopintas. Los descontentos los sintetiza la encíclica ‘Fratelli tutti’ (2020)▶ «Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar un mundo sin política?» (FT, 176). Si respondemos –como el Papa– que la política es necesaria, entonces toca pensar en los requisitos innegociables para ‘la buena política’. Lo intento señalando cuatro ámbitos▶ verdad, bien común, encuentro y servicio.
Verdad. Hoy se habla de la amenaza ‘posfactual’ contra la democracia y de la era de la ‘posverdad’ como distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales. Los que saben manejar los entresijos de la comunicación y la persuasión pueden influir en las relaciones de poder, sacar adelante intereses particulares y ganar la partida. Atónitos vemos cómo afirmaciones descaradamente falsas, bien aderezadas y debidamente difundidas a través de las redes, conforman opiniones públicas y votos electorales.
Aunque el desprecio a la verdad no es una novedad en la historia humana, sí lo son los medios tecnológicos que hoy dan resonancia a mentiras y medias verdades. Pilato interrogando a Jesús en el pretorio es el prototipo del cinismo político de todas las épocas▶ se niega a determinar la verdad de lo que ve con sus ojos para no comprometer sus intereses coyunturales, y no contento con ello, resuelve la cuestión de la muerte del justo plebiscitariamente. Sin verdad, perdemos la libertad y la justicia y abrimos las puertas al puro arbitrio del pragmatismo con el triunfo de los fuertes y el desastre para los débiles.
Bien común. Urge articular un nuevo modelo que tenga en cuenta las necesidades y los legítimos anhelos de las personas normales y devuelva la condición humana al primer plano de las decisiones políticas y económicas. Ahí es donde aparece el horizonte de discernimiento del bien común como conjunto de condiciones para una convivencia de todos y responsabilidad de todos, de manera más directa de quienes ejercen el poder político. En el mismísimo Capitolio, asaltado el pasado 6 de enero por unos energúmenos espoleados por Trump, el Papa Francisco explicó en 2015 que la razón de ser de la política es construir juntos el bien común posible, como comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir, con justicia y paz, bienes, intereses y vida social. Eso se traduce en pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto de todos que atienda a las distintas voces que resuenan. El resumen se lo brindó el Papa a Sánchez▶ «Construir la patria con todos».
Si el bien común arranca por no sucumbir a la tentación de apropiarse de lo que pertenece a todos, sigue con la búsqueda de los consensos, alianzas y colaboraciones que más beneficien al ‘común’, y con que los ciudadanos cuidemos los recursos y medios necesarios para una digna convivencia, en la que se garanticen las libertades y derechos fundamentales, las relaciones esenciales de la vida y las necesidades básicas de salud, energía, agua, alimentos, espacios urbanos o naturales, educación, cultura, información…. Situando la dignidad en el centro se construyen instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social. Por supuesto, el concurso activo del Estado es imprescindible, pero no se agota en él, se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por las agrupaciones de la sociedad civil y profesional, libremente constituidas. Además, en la actual situación de interdependencia global, resulta más que evidente la incapacidad de los Estados nacionales para afrontar los grandes problemas del cambio climático, la pobreza, el hambre, la paz, las migraciones o las nuevas formas de esclavitud.
Encuentro. La política se ha convertido en un enfrentamiento continuo entre políticos, que se erigen en protagonistas de todo lo que sucede, con descalificaciones y luchas constantes, en lugar de ser una actividad donde se analizan y afrontan los problemas de la sociedad y se responde a lo que la gente realmente necesita. En este último año y medio de pandemia, por ejemplo, cuanto mayor era el sufrimiento, más crecían la confrontación y la crispación.
La polarización aparece como estrategia diseñada por unos gurús que conciben la gobernanza como una perpetua campaña, reconstruyendo las trincheras de odio que la Transición había superado. Cuando la sociedad se polariza deja de ser posible el diálogo público sobre los asuntos que nos conciernen a todos, porque la energía se emplea en atizar la división, no en buscar soluciones a los problemas que nos afligen, ni los caminos hacia el bien posible. Es urgente favorecer una cultura pública que encauce las discrepancias y los conflictos, respetando los marcos de derecho que nos hemos dado e impidiendo que, pese a las discusiones y diferencias, la exasperación destruya los puentes de encuentro.
Servicio. La buena política nunca es búsqueda del poder por el poder. Claro que lo necesita para ser operativa, desde la efectiva separación de los poderes públicos; así como la no politización partidista o corporativista de los órganos de la judicatura, el respeto de los procedimientos que garantizan la profesionalidad y la pluralidad, y la dotación de los recursos necesarios para la independencia del poder judicial. Si se dan buenas prácticas de transparencia, control, rendición de cuentas y evaluación se ponen bases propicias para evitar corrupciones nefastas. Sería sensato estudiar medidas de reforma electoral para asegurar la participación ciudadana en el sentido de limitar el poder de los aparatos de los partidos y dotar de mayor protagonismo a la vida parlamentaria. Los cultivos eficaces para entender y practicar el poder como servicio pasan por mantenerse en permanente contacto con la realidad social y con la vida de la gente, en su fragilidad, y por empatizar con lo que afecta a la situación de los pobres.
En fin, no creo que sea mucho pedir que los dirigentes políticos depongan sus egos, sus puras pretensiones partidistas y sectarismos ideológicos, y se dispongan a trabajar denodadamente por proyectos de bien de todos y para todos. El deseo de ello es grande; la necesidad, mayor.