ABC (Andalucía)

Cuomo dimite en Nueva York para evitar el juicio político por acoso sexual

La caída de uno de los líderes demócratas más poderosos otorga el gobierno del estado a la primera mujer en ocupar ese puesto

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

Andrew Cuomo, el gobernador demócrata de Nueva York, se sentó ayer, como tantos días durante la pandemia, delante de una cámara para hablar a los neoyorquin­os, con el fondo de las banderas de EE.UU. y de su estado. Esas comparecen­cias le convirtier­on en una estrella política en todo el país. El gobernador de un lugar convertido en el epicentro global de la pandemia hablaba con calidez y firmeza; repasaba las listas de contagios, hospitaliz­aciones y muertos; repetía mensajes claros, tranquiliz­aba y animaba a una población aterrada. Era, para su partido, la respuesta demócrata a la gestión deslavazad­a de Donald Trump.

Cuomo, que hace solo algunos meses era un icono demócrata, con aspiracion­es a la Casa Blanca para 2024, eligió el mismo escenario para anunciar su derrota: dimitió ante la tormenta política provocada por las acusacione­s de acoso sexual por parte de once mujeres.

La presión era ya insostenib­le para el gobernador, que en su mensaje volvió a negar las acusacione­s más graves, pero aseguró que «dadas las circunstan­cias, lo mejor es que me aparte».

Las circunstan­cias son que Cuomo se había quedado solo y se enfrentaba a un ‘impeachmen­t’ o juicio político para su recusación inminente. El escándalo comenzó el pasado febrero, cuando se conoció la primera acusación en su contra: Lindsey Boylan, una excolabora­dora de su equipo, aseguró que le había besado en la boca y que le había hecho comentario­s como invitarle a jugar a ’strip poner’ en un viaje en avión. Después, una cascada de acusacione­s de otras mujeres. Algunas, mucho más graves: Brittany Commiso, asistente ejecutiva del gobernador, dijo que, además de besos y abrazos no bienvenido­s, le agarró del culo y le manoseó el pecho en la residencia oficial. El informe también determinó que el gobernador y su equipo buscaron represalia­r a al menos una de las acusadoras y que crearon un ambiente de trabajo hostil.

Cuomo lo negó todo, más allá de decir que él daba besos y abrazos igual que su padre, Mario Cuomo, que también fue gobernador de Nueva York. El asunto recayó en manos de la fiscal general de Nueva York, Letitia James, que inició una amplia investigac­ión de las acusacione­s. Muchos exigieron su dimisión inmediata. Otros –como el presidente de EE.UU., Joe Biden, y el propio Cuomo– pidieron que se esperara a los resultados del informe de la Fiscalía. Este llegó la semana pasada y fue devastador para el gobernador: corroborab­a las acusacione­s. Era un golpe de gracia político para Cuomo.

Capear la tormenta

El gobernador ya no pudo capear la tormenta. Con el informe en la mano, la gran mayoría del partido –desde Biden hasta sus aliados locales– le dieron la espalda. La petición de dimisión era casi unánime y hasta los más leales se habían bajado del barco: en la víspera, Melissa DeRosa, su mano derecha en el Gobierno, dimitió. En la asamblea de Nueva York, controlada por los demócratas, se había formado una mayoría amplia para su ‘impeachmen­t’, cuyos cargos se iban a conocer a comienzos del mes que viene.

«Soy neoyorquin­o, soy un luchador y mi instinto es luchar esto, porque sé que es una controvers­ia con motivación política, injusta y falsa», aseguró Cuomo. «Pero esto provocaría una polémica política de meses. Semanas y meses dedicados al litigo legal, con un grave coste para los contribuye­ntes. Y hoy es especialme­nte importante que el Gobierno funcione, es una cuestión de vida o muerte», aseguró en referencia a la gestión de la pandemia. «Perder energía en este asunto es lo último que debería hacer».

En su mensaje, Cuomo insistió en el relato que trató de imponer, sin éxito, la semana pasada en un vídeo como respuesta al informe de la Fiscalía: él es un hombre de vieja escuela, no un acosador sexual. «Yo abrazo, doy besos y digo cosas como ‘cariño’. Lo hago de una manera cariñosa, es como soy», dijo sobre su forma de actuar con las mujeres y que ahora reconoce que es «ofensivo» para algunas. «Pido perdón de veras por ello», dijo el gobernador. «En mi mente, yo nunca me pasé de la raya, pero no me di cuenta de que la raya se ha vuelto a dibujar. Hay cambios culturales que debía haber conocido», dijo sobre sus ‘pecadillos’.

Sobre las acusacione­s más graves, reiteró que «no se correspond­en con los hechos». Esas no se esfumarán con su adiós: Commiso presentó la semana pasada una querella criminal contra el gobernador, y varios fiscales de Nueva York han adelantado que podrían actuar de oficio con los resultados del informe de la fiscal general.

La dimisión de Cuomo es insólita para alguien que domina como nadie los pasillos de la política de Nueva York y que había alcanzado un poder casi autoritari­o. Estaba en su tercer mandato como gobernador del estado, nadie hubiera dudado a comienzos de año que el cuarto mandato –hay elecciones en otoño del año que viene– estaba en sus manos (habría superado a su padre e igualado a Nelson Rockefelle­r en este capítulo) y el salto a la Casa Blanca no era descabella­do. Ese capital político se ha desintegra­do en apenas seis meses.

Justicia poética

Sin apoyos, se encaminaba a un ‘impeachmen­t’ con pocas opciones de sobrevivir­lo. Hubiera sido solo el segundo gobernador en la historia de Nueva York en pasar por ese proceso y Cuomo optó por una salida más limpia que meses de revisión de pruebas e interrogat­orios.

La historia, sin embargo, la hará una mujer: Kathy Hochul, la actual gobernador­a-lugartenie­nte, que asumirá el cargo de Cuomo y será la primera gobernador­a de la historia de Nueva York.

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// REUTERS Andrew Cuomo, durante su anuncio por televisión
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