ABC (Andalucía)

Hombre de confianza de tres Papas

OBITUARIO Cardenal Eduardo Martínez Somalo (1927-2021) Pocas personas han conocido tan a fondo la maquinaria vaticana

- JUAN VICENTE BOO

Aunque fuera de Roma casi nadie lo sabe, el sustituto de la Secretaría de Estado es, efectivame­nte, el ‘número tres’ del Vaticano, después del Papa y del secretario de Estado. Ese es el cargo que el cardenal Eduardo Martínez Somalo, fallecido este martes en el Vaticano, desempeñó durante los nueve primeros años del pontificad­o de san Juan Pablo II, a quien acompañaba en sus innumerabl­es viajes por todo el planeta.

Cuando el Papa polaco le llamó para ese puesto de la máxima confianza –a medio camino entre un ministro del Interior y un presidente de Gobierno– Martínez Somalo conocía ya como la palma de su mano los mecanismos del Vaticano pues había trabajado en la ‘sala de control’ como asesor de la Secretaría de Estado, equivalent­e a un ‘numero cuatro’ en el organigram­a del Vaticano.

Aún así, el corazón de aquel muchacho riojano que recibió la ordenación sacerdotal en Roma a los 22 años, en 1950, estuvo siempre en su tarea ministeria­l y en la ayuda a las personas necesitada­s. Era uno de los sacerdotes mejor formados de su generación, pues comenzó sus estudios en el seminario de la diócesis de Calahorra y Logroño-La Calzada y los continuó en la Pontificia Universida­d Gregoriana de la Ciudad Eterna, donde residía en el Pontificio Colegio Español hasta licenciars­e en Teología y Derecho Canónico.

Después de unos años en La Rioja, volvería a Roma para estudiar en la Pontificia Academia Eclesiásti­ca –la ‘academia diplomátic­a’– y doctorarse en Derecho Canónico por la Pontificia Universida­d Lateranens­e. Con ese bagaje se incorporó a la Secretaría de Estado, donde ocupó la jefatura de la sección española hasta su envío a la Delegación Apostólica en Gran Bretaña en la primavera de 1970.

En el otoño, Pablo VI lo llamó al Vaticano como asesor de la Secretaría de Estado durante cinco años, hasta su nombramien­to como nuncio en Colombia en 1975. De allí lo traería de nuevo a Roma Juan Pablo II, en 1979, como ‘sustituto’ durante nueve años marcados por el ritmo frenético y los viajes internacio­nales del ‘Atleta de Dios’ antes de que el Parkinson empezase a minar sus energías físicas.

En 1988, el santo Papa polaco le nombró cardenal y prefecto de la Congregaci­ón del Culto Divino, de la que pasaría, en 1992, a prefecto de la Congregaci­ón para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica hasta 2004. Igual que había sido hombre de confianza de Pablo VI, lo fue de san Juan Pablo II hasta el punto de desempeñar la tarea de Camarlengo desde 1993 hasta 2007, ejerciendo como tal durante la ‘Sede vacante’ y el cónclave que elegiría a Benedicto XVI en abril de 2005.

Pocas personas han conocido tan a fondo la maquinaria vaticana y han sido tan apreciados por tres Papas. En 2007, cuando cumplió los ochenta años, Benedicto XVI elogiaba en una carta su «diligencia», «competenci­a» y «amor», derrochado­s al servicio de la sede de Pedro. Era, según el Papa alemán, un hombre de «gran dignidad» y, a la vez, de «solemne sobriedad», como correspond­e a una tarea de servicio a la Iglesia universal.

En el Vaticano se apreciaba su precisión y rapidez, pero también su sentido del humor y su ayuda a personas con problemas. Terminados sus mandatos fue, como último servicio, un valioso ejemplo de discreción.

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