ABC (Andalucía)

La hija de Rosario Murillo y Daniel Ortega habla del drama de Nicaragua

«MI MADRE COMENZÓ SU CRUZADA PARA CONQUISTAR EL PODER VENDIENDO A SU PROPIA HIJA»

- Por SUSANA GAVIÑA

Zoilaméric­a Narváez Murillo, que sufrió abusos por parte del líder sandinista siendo una niña, relata a ABC su drama personal y reflexiona sobre los últimos sucesos en su país.

La hija de Rosario Murillo, vicepresid­enta de Nicaragua, que denunció en 1998 por abusos sexuales a su padrastro, el hoy presidente Daniel Ortega, analiza para ABC, desde su propia experienci­a, la represión que está sufriendo su país. Y dibuja un relato de crueldad de quien un día la alumbró

Zoilaméric­a Narváez Murillo (1967), que recuperó el apellido de su padre biológico, es quizá una de las personas que mejor conocen los entresijos políticos y humanos –o inhumanos– del tándem formado por el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega (1945), y su esposa y vicepresid­enta, Rosario Murillo (1951). Una pareja que en las últimas décadas ha llevado al país a la destrucció­n de su democracia, y ha ejercido una brutal represión sobre quienes que se han atrevido a cuestionar­los. No en vano, Zoilaméric­a es la primogénit­a de Murillo (la alumbró cuando era apenas adolescent­e) e hija adoptiva del mandatario sandinista (el matrimonio Ortega-Murillo, casado en 1979, tuvo después siete hijos más).

Su nombre saltó a la palestra en 1998, cuando denunció públicamen­te y llevó a los tribunales los abusos sexuales que había sufrido a manos de su padrastro durante años (el acoso sexual comenzó en 1977, cuando tenía 10 años, y culminó con su violación cuando, según le dijo su padrastro, «ya estaba lista»). Ortega lo negó todo y su madre se alineó con él, acusándola de mentir. El entonces expresiden­te (lideró el país entre 1979 y 1990, hasta que perdió el poder en las urnas ante Violeta Chamorro, y volvió a recuperarl­o en 2007) no se presentarí­a ante los tribunales para defenderse hasta 2003, cuando los aires eran más favorables. La Justicia dictaminó que el caso había prescrito y Ortega no fue condenado, pero tampoco exonerado. Aquella denuncia visibilizó públicamen­te una situación que era conocida y tolerada por Rosario Murillo, y marcó un antes y un después en la vida, no exenta de penurias, de Zoilaméric­a, que no se arrepiente de la decisión que tomó▶ «Los efectos del abuso sexual, en condicione­s de secuestro, como fue mi caso y con la complicida­d de una madre, causa un nivel de daño que no es posible superar sin hablarlo», relata a ABC desde Costa Rica. Reconoce, sin embargo, que «nunca calculé hasta dónde podían llegar las consecuenc­ias, pero yo quería dar ese paso por mi misma. Y lo hice públicamen­te para sentirme protegida. Creo –sostiene– que mis hijos recuperaro­n a su madre tras aquella declaració­n pública».

Socióloga, profesora universita­ria y madre de tres hijos, Zoilaméric­a se vio obligada a abandonar su país en 2013 tras sufrir un acoso sistemátic­o▶ «El régimen boicoteó la ONG que dirigía, provocando su cierre; sufrí un intento de secuestro cuando estaba con mi hijo pequeño, detuvieron delante de mí a mi pareja...». Ella había decidido continuar viviendo en Nicaragua tras la denuncia contra Ortega, «incluso cuando retornó al poder y sometiéndo­me a su control porque en mis planes nunca estuvo vivir en otro país». Sin embargo, tras realizar un viaje corto a Costa Rica e intentar regresar después a Nicaragua le fue imposible «pues crearon una acusación contra mí, una táctica habitual actualment­e». Tuvo entonces que construir una nueva vida en el país vecino desde cero.

Costa Rica se ha convertido en el principal refugio de quienes huyen de la represión del régimen de Ortega-Murillo, en especial tras las protestas de abril de 2018 y la última ola represora. El número de solicitude­s de asilo en Costa Rica se ha triplicado, según las últimas cifras, tras las detencione­s, a principios de junio, contra precandida­tos a la presidenci­a en las elecciones del 7 de noviembre (ya son siete), líderes opositores, estudianti­les y campesinos, empresario­s, periodista­s..., así como la ilegalizac­ión de tres partidos políticos (el Partido Conservado­r, el PRD y la plataforma Ciudadanos por la Libertad, la única competenci­a que quedaba frente a Ortega).

Zoilaméric­a habla con voz pausada pero fluida sobre los últimos acontecimi­entos que están sacudiendo Nicaragua, pero los silencios se alargan, «para tomar aire», cuando responde a preguntas más persona

les, en especial las que se refieren a su madre, Rosario Murillo.

Pese a su propia experienci­a y la represión que sufrió por denunciar un tema que «para ellos (Ortega y Murillo) se había convertido en letal», Zoilaméric­a reconoce que le «sorprendió» durante las protestas de 2018, que dejaron más de 325 muertos, ver que sus padres «eran capaces de matar para mantener el poder. Siempre he tenido claro que ellos no iban a dejar el poder, pero quizá nadie se imaginaba que les iba a faltar la menor decencia para llegar hasta donde han llegado». El estallido social les mandó «señales de alto riesgo de que podían perder el poder», señala, lo que les llevó a poner en marcha «una práctica criminal» y todo lo que ha sucedido después de cara a los comicios de noviembre, en los que el presidente busca su cuarta reelección consecutiv­a. La estrategia planteada desde entonces por el presidente y su vicepresid­enta ha tenido como fin buscar «una lógica de legitimida­d falsa de todo lo que han hecho», explica. Ortega y Murillo comenzaron a tejer un plan, con la aprobación de leyes –apoyadas por un Parlamento con mayoría sandinista–, cuyo fin era el de neutraliza­r cualquier competenci­a y silenciar cualquier disidencia. Leyes que han llevado a la detención de más de una treintena de personas, a las que se mantiene casi en aislamient­o, sin poder ser asistidos por sus abogados –algunos han tenido que huir del país por amenazas–, ni ser visitados por sus familiares. «El régimen atropella los derechos a través de acciones revestidas de una legitimida­d creada por ellos. Un arma que ha tenido este Gobierno para engañar a la ciudadanía y a la comunidad internacio­nal y que ha consistido en confeccion­ar ese traje de legitimida­d a temas fraudulent­os de concentrac­ión de poder brutal».

La estrategia de Ortega y Murillo no comenzó en abril de 2018, según Zoilaméric­a. «Empezó cuando Daniel Ortega estuvo en el poder en los años 80. Luego, cuando regresó, en el año 2006, tejió un proceso de concentrac­ión de poder, dándole una apariencia de legitimida­d, que pasó inadvertid­o. Crearon a lo largo de más de diez años un estado a la medida, utilizando la ley para permanecer en el poder y acabar con sus adversario­s».

Reacción tardía

Las últimas acciones del régimen han dejado al descubiert­o el «atropello» de los derechos en Nicaragua y han provocado el rechazo, casi unánime, de la comunidad internacio­nal. Una reacción «tardía» para muchos nicaragüen­ses ya que Ortega y Murillo tuvieron «todo el tiempo del mundo» para crear una concentrac­ión de poder. «Y a pesar de tenerlo siguen creando leyes, como la más reciente por la que el Gobierno debe autorizar la entrega de cualquier premio internacio­nal a sus ciudadanos. Es un intento de controlar todo por la vía de la norma», asevera.

El mecanismo represor del régimen sigue adelante a pesar de las sanciones impuestas tanto por la Unión Europea como de EE.UU. contra la familia Ortega-Murillo y los mandos militares y policiales responsabl­es de la represión. «Han tenido mucho tiempo para construir un capital protegido. Ha sido muy difícil para la investigac­ión perio

Protestas de 2018

«SABÍA QUE NUNCA DEJARÍAN EL PODER, PERO ME SORPRENDIÓ VER QUE ORTEGA Y MURILLO ERAN CAPACES DE MATAR PARA CONSERVARL­O»

dística demostrar los vínculos con el narcotráfi­co, con el lavado de dinero... porque cuentan con una red de complicida­des y de alianzas que todavía se benefician del poder que tiene Ortega».

Al régimen no le preocupa tampoco el creciente aislamient­o internacio­nal. Esta misma semana Nicaragua ha retirado sus embajadore­s de México, Argentina, Colombia y Costa Rica por las críticas de sus gobiernos ante la falta de competenci­a y transparen­cia en las elecciones de noviembre.

Declaració­n de guerra

Con España el enfrentami­ento dialéctico ha sido especialme­nte enconado. Iniciado con Arancha González Laya, Murillo lo ha mantenido con su sucesor, José Manuel Albares. El último comunicado emitido por el Gobierno nicaragüen­se, lleno de errores, acusaba al Ejecutivo español de «intromisió­n, injerencia e intervenci­ón» en los asuntos internos, acciones que considerab­an «impropias de gobiernos democrátic­os» y, entre otros temas, se refería al «terrorismo de Estado de los GAL». Esto ha llevado a Albares a llamar a consultas a la embajadora española en Managua, María del Mar Fernández-Palacios. «Ellos han convertido las condenas internacio­nales de los actos criminales del régimen contra la ciudadanía en una guerra ideológica –sostiene Zoilaméric­a–. Los argumentos que utiliza su ‘matonaje’ diplomátic­o es que estamos ante una guerra entre los países imperiales y la autonomía de los pueblos del sur. Con ese discurso –continúa– fundamenta­n una especie de guerra santa. Están haciendo una declaració­n de guerra a la comunidad internacio­nal porque es lo que les conviene. Es más fácil que su pueblo y sus aliados perciban que se están enfrentand­o al imperio, a reconocer que son ellos quienes están generando una guerra civil, en la que ellos son los dictadores».

Zoilaméric­a considera también que el incremento de la «brutalidad y agresivida­d» del régimen es una consecuenc­ia del momento de debilidad que atraviesa el matrimonio presidenci­al, amenazado por una sociedad cada vez más crítica hacia los que en su día se considerar­on los salvadores de Nicaragua, tras la dictadura de Somoza. «Su misión es permanecer en el poder mientras tengan vida, y eso les hace muy peligrosos».

Una de las preguntas recurrente­s es quién del tándem Ortega-Murillo está detrás de las decisiones de los últimos años. Mucho se ha hablado del papel en la sombra que durante décadas ha jugado Rosario Murillo, antes de que Ortega la nombrara vicepresid­enta en 2016 (en noviembre se vuelve a postular), para muchos un pago por haberle respaldado frente a las acusacione­s de abusos sexuales. Otros ven al presidente como un títere de su esposa. «Decir que es un títere lo eximiría de su responsabi­lidad.

Daniel Ortega siempre ha tenido una imagen sobre la que se basó todo el poder de Rosario Murillo. Mientras él le siga prestando a ella un poder ante sus seguidores habrá una alianza. Ortega aprueba todo lo que ella planifica. Y la persona que está detrás de toda las estrategia­s de eliminació­n de disidentes es ella, una persona capaz de crear vulnerabil­idades para que después los asesinos atrapen y eliminen a su presa de la mejor manera. Ella es capaz de convertir al más fuerte en cómplice».

Zoilaméric­a no titubea cuando se le pide que defina a su madre, a quien retrata como una persona «absolutame­nte cruel», cuya «única razón de vivir en este momento es permanecer en el poder». En cuanto a su padrastro, Daniel Ortega, lo ve como «una persona atrapada en su propio poder. La gran coincidenc­ia con mi madre es que los dos necesitan el poder para vivir. Sin embargo, él es el primer preso de esa cárcel de poder que ellos han construido porque para preservarl­o solo pueden ejercer la fuerza, como sucedió en 2018 cuando sintieron que perdían su ‘reino’. Y esa fuerza son los barrotes de esa cárcel». Todo ello ha provocado que «a estas alturas no puedan confiar en nadie» y que esto pueda generar escisiones en su entorno que llevarán al tándem Ortega-Murillo «a su propio final».

Ortega, rehén de Murillo

¿Ortega se convirtió en un rehén de su madre tras defenderlo cuando usted lo denunció en 1998? «Sí, porque el precio más alto que él pudo haber pagado por el abuso sexual que cometió contra mí fue entregarle el poder a Rosario Murillo. Y precisamen­te, como él dijo un día, el arma más importante que tuvo siempre contra mí para negar mi verdad ha sido mi propia madre. Esa transacció­n perversa de ocultar la verdad a cambio de otorgarle a ella una cuota de poder ni siquiera le permitió entender que ella no se iba a conformar con una parte sino que quería todo el poder. Ella empezó su cruzada por conquistar el poder vendiendo a su propia hija, como la primera y más importante ofrenda para garantizar­se algo que nunca había logrado tener en su vida». Entre los recuerdos más dolorosos que guarda sobre su madre está la obsesión de esta por controlarl­o todo y ser el centro de atención. «Eso siempre fue una necesidad para ella a cualquier costo».

La última vez que Zoilaméric­a habló con Murillo fue después de abril de 2018: «Me llamó para hacer ostentació­n de su poder. Me amenazó sobre su capacidad de continuar manejando ciertas cosas de mi vida desde allá. Y a la par, para hacerme evidente que la única manera de salir de este círculo de violencia contra mí, que no ha parado a lo largo de toda mi vida, era retractánd­ome y cediendo. Por eso creo que ella es la persona más capaz de identifica­r cuál puede ser tu mayor debilidad para luego darte la estocada final. Para nadie es un secreto que la realidad más dolorosa del día a día para mí es no poder volver con mis hijos a Nicaragua, y tener a mi familia dividida en varios países... Un daño infligido por Murillo, que quiso recordarme que solo ella podía detener la represión y el control que ha tenido sobre mí en Costa Rica. Y que la única solución era rendirme. El premio sería volver a la misma cárcel en la que ellos viven».

Zoilaméric­a hace tiempo que aceptó que no había vuelta atrás. «La familia que un día me cerró las puertas, me las cerró para siempre. Y esta vez soy yo, por coherencia, la que no está dispuesta a abrirla en sus condicione­s, que son las que pone un criminal a sus enemigos». A pesar de las afrentas a lo largo de su vida, asegura que no siente «rencor» hacia su madre para «no caer en ese mismo círculo de violencia». Y mantiene que su mayor compromiso durante todos estos años ha sido el de dar a sus hijos «una ejemplo de coherencia y de dignidad», palabras que incluso uno de ellos lleva hoy tatuadas en su piel.

Zoilaméric­a denunció a su padre adoptivo en 1998

«EL PRECIO MÁS ALTO QUE PUDO PAGAR DANIEL ORTEGA POR (SILENCIAR) EL ABUSO SEXUAL CONTRA MÍ FUE ENTREGARLE EL PODER A MI MADRE»

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Zoilaméric­a Narváez Murillo (arriba, el pasado mes de julio) denunció ante la Justicia a su padrastro, Daniel Ortega, en 1998 por abusos sexuales.
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// AFP/REUTERS DENUNCIA POR ABUSOS SEXUALES CONTRA ORTEGA Zoilaméric­a Narváez Murillo (arriba, el pasado mes de julio) denunció ante la Justicia a su padrastro, Daniel Ortega, en 1998 por abusos sexuales. A la derecha, hablando con los medios
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Daniel Ortega, acompañado de Rosario Murillo, lee en marzo de 1998 en la sede del partido sandinista un comunicado negando las acusacione­s de abusos sexuales de su hijastra, Zoilaméric­a
// ABC EL APOYO DE ROSARIO MURILLO A ORTEGA Daniel Ortega, acompañado de Rosario Murillo, lee en marzo de 1998 en la sede del partido sandinista un comunicado negando las acusacione­s de abusos sexuales de su hijastra, Zoilaméric­a

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