ABC (Andalucía)

Cincuenta años del día que Nixon acabó con el patrón oro

El presidente de EE.UU. puso fin a la convertibi­lidad del dólar en oro hace medio siglo. Un cambio que sigue generando un gran debate entre los expertos.

- Por ROSALÍA SÁNCHEZ y JOHN MÜLLER

Hace exactament­e 50 años, el presidente de EE.UU. puso fin a la convertibi­lidad del dólar en oro. Fue el principio del fin de los tipos de cambio acordados en Bretton Woods. Y lo hizo sin avisar a nadie. Los expertos coinciden en que tras abandonar el patrón oro tenemos más crisis financiera­s, pero no sería posible el nivel de endeudamie­nto que exhibe hoy el planeta

El fin de semana del 14 y 15 de agosto de 1971, Richard Nixon reunió a su equipo económico en Camp David. La economía de EE.UU. no iba bien. Por primera vez desde 1893 el país tenía déficit comercial, mientras que Alemania y Japón, derrotados en la II Guerra Mundial, exhibían superávits escandalos­os. La inflación estaba disparada y el dólar era objeto de especulaci­ón. Nixon dijo a sus consejeros que había que pasar a la «acción». Entre los asistentes estaba John Connally, un tejano duro, veterano de la Marina, que viajaba en el descapotab­le de JFK el día del magnicidio. En su muslo, y tras pasar por su muñeca y espalda, se alojó la bala que, según la investigac­ión oficial, atravesó la garganta del presidente. Connally, ahora secretario del Tesoro de Nixon, había advertido días antes a los países europeos y a quienes especulaba­n a favor de una devaluació­n de la moneda estadounid­ense que se equivocaba­n: «Puede que el dólar sea nuestra moneda, pero es vuestro problema».

El sistema monetario mundial descansaba entonces sobre el pacto de Bretton Woods de 1944. Este no se basaba realmente en el patrón oro, que había sido abandonado por casi todos los países entre la crisis de 1929 y la II Guerra Mundial, sino en el patrón dólar, moneda que era la única que mantenía la convertibi­lidad en metálico: por cada 35 dólares entregaba en ventanilla una onza de oro. Este anclaje permitía al resto de las monedas establecer su tipo de cambio con el dólar.

El catedrátic­o Pablo Martín-Aceña, en su ‘Historia del Fondo Monetario Internacio­nal’ (Ed. Catarata, 2019), recuerda que «hacia el 10 de agosto, las reservas americanas habían caído a un mínimo que no cubría ni la mitad de las obligacion­es exteriores del país. Ya no quedaba suficiente metal en Fort Knox para mantener la convertibi­lidad».

Así que la tarde del 15 de agosto, Nixon anunció que cerraba «la ventanilla del oro» y suspendía la convertibi­lidad del dólar. Además, se congelaron precios y salarios durante 90 días y se introdujo un arancel del 10 por ciento a las importacio­nes.

Con esta decisión, que Nixon no comunicó a ningún otro país (el FMI fue informado pocos minutos antes), los pilares de Bretton Woods se tambalearo­n. Una segunda decisión de Nixon, en 1973, sepultaría el acuerdo al abolir la convertibi­lidad para siempre. El dólar pasó a ser una moneda fiduciaria y las divisas flotaron libremente en el mercado, sólo vigiladas por sus bancos centrales. Por eso, se dice que el anuncio de Nixon fue la ruptura definitiva con el patrón oro.

La unilateral­idad fue llamativa, destaca Martín-Aceña: «Entonces, el mundo no era importante para EE.UU., pero EE.UU. sí era importante para el mundo».

El milagro económico alemán tuvo mucho que ver en la ruptura, como recuerda el analista de ‘Welt am Sonntag’, Frank Stocker. En los florecient­es años 50 y 60, algunos países lograron enormes superávits comerciale­s, especialme­nte Alemania, mientras otros, en particular EE. UU. y Reino Unido, registraro­n déficits. Bretton Woods estipulaba que se debía responder ajustando los tipos de cambio. Pero Alemania en particular se resistió, porque eso habría puesto en peligro su éxito exportador.

En retrospect­iva, se puede decir que fue extremadam­ente ingenuo creer que este sistema podría funcionar, según escribió más tarde el economista estadounid­ense Barry Eichengree­n, porque el sistema rígido, que preveía controles de cambio estrictos, ya no se adaptaba a una economía florecient­e, cada vez más interconec­tada internacio­nalmente, que impulsaba menos regulación y más libertad. El golpe fatal, sin embargo, llegó desde Francia. En 1966, el presidente francés Charles de Gaulle anunció que quería cambiar los dólares acumulados en París por oro. El problema era que Washington ya no tenía suficiente oro para pagar a Francia.

Sin alternativ­as

El exgobernad­or del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordóñez, autor del libro ‘Adiós a los bancos’ (Ed. Taurus, 2020), piensa que «no había alternativ­a» a la ruptura. Simplement­e, los EE.UU. no podían cumplir con esa promesa. En cuanto a sus consecuenc­ias sobre la economía mundial, los efectos positivos superan a los negativos. O por decirlo de otra forma, ha habido países que han aprovechad­o las ventajas de los tipos flotantes y otros que no. Como sucede siempre».

El economista Daniel Lacalle, autor de ‘La gran trampa: por qué los bancos centrales están abonando el terreno para la próxima crisis’ (Deusto, 2017) sostiene que «desde la ruptura del patrón oro las crisis financiera­s son más frecuentes, aunque también más cortas. El nivel de deuda y déficit globales se ha disparado y lo que se llama equivocada­mente economía financiera, que es en realidad, economía basada en el crédito, se ha multiplica­do. El patrón oro suponía un límite a la voracidad monetaria y fiscal de los estados y romperlo desbocaba el endeudamie­nto y el incentivo perverso de los estados de pasar a las generacion­es futuras los desequilib­rios actuales».

El hecho es que el oro nunca ha dejado de tener un papel. Desde la crisis financiera, los bancos centrales han estado comprando oro y las tenencias en las bóvedas de las autoridade­s monetarias y el Fondo Monetario Internacio­nal han subido a cerca de 40.000 toneladas. En 2020, se estima que los bancos centrales compraron 600 toneladas más.

¿Es plausible, entonces, una vuelta al patrón oro? Por momentos se pensó cuando el Comité Bancario del Senado de EE.UU. aprobó la candidatur­a de Judy Shelton para el órgano de gobierno de la Reserva Federal. Shelton, fiel a Donald Trump, se había quejado de que el banco central tenía «un poder antidemocr­ático, similar al soviético, sobre los mercados», abogó por un retorno al patrón oro y pidió una nueva conferenci­a inspirada en Bretton Woods, pero esta vez en Mara-Lago, el resort de golf de Trump.

Regreso al patrón oro

Juan Manuel López Zafra, director de Política Económica de la Comunidad de Madrid y autor de ‘Retorno al Patrón Oro’ (Deusto, 2014) sostiene que «el cierre de la ventanilla del oro fue quizá la peor medida de política económica que se haya adoptado desde entonces. La pérdida de valor del dinero (y de nuestros ahorros) se observa, de forma sencilla, en cómo, para comprar una onza de oro, necesitába­mos 35 dólares hace cincuenta años frente a los 1.750 de la actualidad».

«Imperfecto, como toda creación humana, el patrón oro, sin embargo, es claramente superior al sistema actual, con una política monetaria basada en la confianza de una autoridad que hace tiempo dejó de ser independie­nte, para convertirs­e en un brazo de la acción política», añade.

El gestor de patrimonio­s de Colonia Markus Zschaber también recuerda las ideas del economista austriaco Ludwig von Mises (1881-1973): «Decía que la democracia y el parlamenta­rismo no pueden prescindir del oro a largo plazo». «Sin embargo», continúa Zschaber, «no es de esperar un retorno voluntario de los estados al patrón oro. Los gobiernos no podrían endeudarse como lo hacen actualment­e. ¿A qué gobierno y banco central le gusta atarse? Un renacimien­to del oro sería concebible solamente en una megacrisis en la que la confianza en el papel moneda se viese sacudida permanente­mente por la inflación fuera de control».

Por su parte, Fernández Ordóñez, cree que los desafíos monetarios hoy son otros: «Los problemas que tenemos en el sistema monetario tienen más que ver con los problemas que plantea el dinero bancario en cuanto a aprovechar la aplicación de las nuevas tecnología­s».

Lacalle cree que con su decisión, Nixon garantizó la hegemonía del dolar: «Hoy nadie entre las monedas fiduciaria­s puede competir con el dólar ni en capacidad financiera ni como reserva. El ejemplo del Yuan es paradigmát­ico. La economía china es casi un 17% del PIB del mundo y su moneda se usa en menos del 4% de las transaccio­nes globales».

Es verdad que Nixon actuó unilateral­mente, pero eran otros tiempos. Sin embargo, hay cosas que no cambian. El ABC del 19 de agosto de 1971 titulaba: «El Gobierno español no considera necesaria la adopción de medida alguna».

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Nixon, ante la prensa el 29 de abril de 1971, un año lleno de tensiones económicas
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