Nacionalizar
¿Por qué no se le ha ocurrido a nadie de la UE una idea tan sencilla?
DECÍA un amigo mío, ingeniero de Montes, que si quieres trazar un sendero nuevo por una zona serrana lo más acertado es soltar a un burro por delante, azuzarlo por detrás, y el animal irá buscando las trochas más apropiadas y cómodas. En caso de no encontrar un burro por los alrededores, circunstancia frecuente por la escasez de burros –me refiero sólo a los burros tradicionales y cuadrúpedos, claro– convendría echar mano de un ingeniero de Montes. «Pero –insistía mi amigo– un ingeniero de Montes, nunca un ingeniero de Caminos». Y razonaba mi amigo en que es posible que el ingeniero de Montes esté menos acertado con el respeto al paisaje natural que el burro, pero con un ingeniero de Caminos corres el peligro de que introduzca maquinaria pesada en la serranía y te trace una autopista.
Con la regularización del mercado económico se me antoja que sucede algo parecido, y las nacionalizaciones vienen a ser el órdago y la autopista, detrás de lo cual ya nada es posible. Es cierto que conviene regular el egoísmo del mercado, pero si comienzas a nacionalizar pones los cimientos para que el mercado desaparezca, que es lo que ha sucedido en Cuba y en Venezuela, siguiendo el sendero totalitario de la antigua URSS, que alcanzó las más altas cotas de miseria y asesinatos.
El persistente fracaso del comunismo se ve neutralizado por la siguiente generación, donde siempre aparece un tipo que piensa que el comunismo ha fracasado porque no se llevó a cabo de la manera que él tiene pensado. O sea, la fórmula sigue siendo buena, y lo que ha fallado han sido los químicos.
Confieso que el anuncio de la nacionalización de las compañías eléctricas, manifestado por algunos de los tipos inteligentes que nos gobiernan, no me pilló de sorpresa. Y deberíamos reconocer que, una vez nacionalizada la electricidad, el precio sería mucho más barato. Es más, como no ha subido sólo la luz, sino la gasolina y sus derivados, comienzo a sentir una impaciente sensación de haberme equivocado, cuando todavía no ha salido el inteligente de guardia a anunciar la nacionalización de refinerías y distribuidoras. Y bajaría la gasolina, naturalmente. Además podríamos poner en la presidencia de esas empresas nacionales a algunos de los escasos amigos de Pedro Sánchez que han quedado sin colocar. Puestos en ese camino de abaratar el coste de la vida, podríamos abordar el problema del alquiler de los pisos, nacionalizando los pisos de alquiler y ofreciéndolos a precios conformes al poder adquisitivo de los futuros inquilinos.
¿Por qué no se le ha ocurrido a nadie de la Unión Europea una idea tan sencilla y, a la vez, tan brillante? ¿De verdad que somos el único país de la UE lleno de ministros que son auténticos genios?
Parece que existen algunos matices y posibilidades. A la primera nacionalización, la inversión exterior adelgaza con suma urgencia. A la segunda nacionalización, no hay nadie tan loco para invertir en un país que nacionaliza con tanto entusiasmo. Es decir que, al no disponer, ni de burros cuadrúpedos, ni de ingeniero de Montes, la tonta contemporánea de guardia está dispuesta a trazar una autopista por el monte y joder el monte. O sea, España.