ABC (Andalucía)

47,2º España se abrasa y supera su récord oficial

∑La localidad cordobesa de Montoro alcanzó ayer los 47,2 grados, aunque el registro debe ser validado ∑La temperatur­a máxima oficial del país son 46,9, alcanzados en Córdoba el 13 de julio de 2017

- LUIS MIRANDA

Está acostumbra­da Córdoba desde hace tiempo a saltar a las noticias nacionales solo si las cosas van muy bien o van muy mal. La Base Logística del Ejército de Tierra y el crimen de José Bretón, las cuatro declaracio­nes de Patrimonio de la Humanidad y los informes de la Mezquita-Catedral. La buena gastronomí­a y el calor extremo en ciertas semanas del año también son noticia.

Ayer, la ola de calor rompió los termómetro­s cordobeses. La Agencia Estatal de Meteorolog­ía (Aemet) avisaba de que se trataría de uno de los días más calurosos de los últimos años en el conjunto de España. Así fue. En la localidad cordobesa de Montoro se alcanzaron, según los datos provisiona­les, los 47,2 grados a las 17 horas. Un registro que, de ser validado, estaría por encima del récord oficial. Este se alcanzó en el aeropuerto de Córdoba el 13 de julio de 2017. Entonces, se llegó a los 46,9. En cualquier caso, se trata de datos provisiona­les y la Aemet tendrá que verificarl­os. De hecho, en la estación de Montoro se registraro­n, también en 2017, 47,3 grados, pero la Aemet no lo homologó por un fallo de la garita.

La ciudad dormía la siesta heroica de pura resistenci­a al aviso rojo que se extendía como una llama de alarma por todo el curso del Guadalquiv­ir en el mapa de España y a esas horas el termómetro alcanzó una de las cifras más altas que se recuerdan▶ 46,7 grados, la segunda más alta de España, registrada en el aeropuerto. Para entonces, los que no podían mantener el aire acondicion­ado se habían buscado alguna piscina en la que el agua los aislase del calor y otros se acogían a las habitacion­es a oscuras que les enseñaron sus mayores, pero en las calles no había caído en ningún momento el manto de ningún estado de excepción. Las calles casi desiertas, nunca vacías del todo, eran las mismas que cualquier tarde de verano en ese momento en que el mercurio se aproximaba al récord como el cronómetro de una carrera corre hacia la marca mundial sin saber si el atleta será o no más rápido.

Continúa el aviso rojo

La capital se quedó en 46,7 grados, dos décimas por debajo de lo más alto que se ha registrado. Montoro, algo más arriba de su mismo río Guadalquiv­ir, tocó el techo con 47,2. Otras tres localidade­s, Aguilar de la Frontera, Fuente Palmera y Espiel, estuvieron entre las siete con temperatur­as más altas de España y llegaron a los 46 grados. El aviso rojo continuará durante el día de hoy hasta que mañana el calor empiece a ser más llevadero.

La mañana había amanecido como cualquier sábado de agosto. Si había comercios cerrados por vacaciones, muchos más permanecía­n abiertos; si el Sol se abría paso sin competenci­a de nubes, para eso estaban los toldos de las calles y las sombrillas de las terrazas. Si el calor crecía al mediodía, la sombra se cotizaba como las mejores esquinas de las calles comerciale­s.

Los cordobeses conocieron mañanas radiantes en que la Mezquita-Catedral, su gran emblema, estaba cerrada y las calles que la rodean vacías como si estuvieran en un libro distópico en que hubieran desapareci­do los puentes festivos y su carga de turistas coloreándo­lo todo.

El sábado 14 de agosto no podía ser lo mismo que un 1 de noviembre normal, pero incluso con los casi cuarenta del mediodía las calles Céspedes y Deanes se parecían a lo de siempre, con los visitantes curioseand­o por los tenderetes, parte de los grupos entretenie­ndo la espera hasta la hora de comer y la torre de la Mezquita-Catedral erguida como un imán o un ídolo antiguo que conseguía que todo el mundo girarse alrededor. El Sol avanzaba sin límites junto al Guadalquiv­ir, pero el Patio de los Naranjos ofrecía sombra reparadora junto al muro norte. Allí estaban sentados Fidel Jiménez y Marina Ramos, con sus hijas Noelia y Elena. Viven en Tenerife, aunque él es

de Ciudad Real, y aunque sabe lo que es el calor del sur de la meseta, también confesó que el de Córdoba es más alto de lo que conoce. Pasarán dos días en Córdoba y no se han asustado por la ola de calor, pero mientras hablaba las perlas del sudor se aparecían por la frente.

«Agua y abanico»

«Las horas más intensas las pasamos en el hotel. Y el resto, agua y abanico. Vale la pena venir a Córdoba», contaban al tiempo que insistían en que el calor no les iba a quitar la alegría de conocer la ciudad. En días de visitas, los graderíos que rodean el monumento vuelven a contar que el viejo templo tiene la vida y el ajetreo de las ciudades antiguas, que vivían en torno a su iglesia mayor. Ahora las casas principale­s se han tornado buenos restaurant­es, los comercios son de productos típicos y no de restaurant­es de primera necesidad y la venta ambulante está reducida al romero y la buenaventu­ra.

En ese trajín había sentado un grupo de 22 personas. «Venimos muchos, como en las excursione­s», dicen. El acento suena a Andalucía oriental, pero el diagnóstic­o atrevido yerra. No es Granada, sino El Ejido, en Almería. ¿Asustados por el calor? En los invernader­os de su pueblo, donde se crían verduras y frutas que luego van para toda España se pueden alcanzar hasta 55 grados, así que no le van a temer a los 46. «Aquí algunos trabajamos en la agricultur­a y otros en el transporte, así que sabemos lo que es el calor», relatan los que se van uniendo a la conversaci­ón. Eso decían, aunque también confesaban que no estarán en el hotel para las horas más cálidas del día, hacia las cuatro, sino un poco antes, si podían, para evitar los 46 grados.

Reservaron con bastante tiempo su viaje a Córdoba y cuando llegó al fin la segunda semana de agosto a nadie se le pasó por la cabeza cancelarlo. Así que allí estaban, a punto de comer y con gusto de estar en Córdoba aunque el mercurio les recordase demasiado a los días de trabajo que no habían dejado atrás.

Un poco más de lo habitual

Los comerciant­es hablaban entre sí del calor y muchos se extrañaban y preguntaba­n si acaso no era un poco más que lo que toda la vida. Si no sería una exageració­n de los medios de comunicaci­ón.

En la plaza de la Agrupación de Cofradías comían los extranjero­s disfrutand­o de la sombra que se creaba con todas las terrazas, y que aliviaba de las radiacione­s del sol. Los más madrugador­es tomaban el almuerzo mientras la ciudad se convertía en horno.

Todos notarían el calor, pero podían contar que habían estado en una ciudad que era noticia.

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// VALERIO MERINO Un hombre se baña en una fuente pública
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// VALERIO MERINO Un hombre se refresca en el Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral de Córdoba

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