La violencia a los padres, el delito más común de los menores
∑Hasta 1.176 niños, de los que el 14% son niñas, cumplen medidas judiciales por delitos en los centros de Andalucía ∑En Los Alcores hay 69 internados y 150 personas a su cuidado. La Junta gasta al año 85 millones de euros
La muerte de un menor atado a su cama en Almería o la triste historia que protagoniza Miguel Carcaño, el asesino confeso de Marta del Castillo, es lo que la mayoría de la población sabe de los centros de internamiento de menores infractores. Pero la realidad, como suele suceder habitualmente, es mucho más compleja. En Andalucía hay internados 1.176 menores cumpliendo penas de privación de libertad en un sistema de justicia juvenil en el que la Administración pública gasta 85 millones de euros al año. El modelo que siguen es el que marca la Ley del Menor, cuyo fin es dar una segunda oportunidad a los delincuentes juveniles. En esa filosofía se trabaja en el centro de menores Los Alcores. Oculto entre una gran arboleda, por fuera parece una cárcel y por dentro un centro terapéutico de rehabilitación aunque con mil puertas férreamente cerradas. Hay muchos guardias de seguridad que tienen la orden de evitar conflictos. Manuel Belizón, director de este centro que gestiona la Fundación Diagrama desde hace 25 años, detalla que hay pocos conflictos en el interior porque tienen mucho personal (150 trabajadores a tres turnos para 69 internos) que trabaja en la prevención. Hay una ratio de un educador por cada seis menores porque una de las claves son los grupos pequeños. Así son más fáciles de controlar y de hacer un seguimiento individualizado de la evolución de cada uno. Cuando hay tensiones, se cortan antes de que pasen a mayores.
Las medidas dictadas por los jueces son variadas: régimen cerrado, semiabierto, terapéutico, o con medidas para la salud mental dependiendo de cada caso y de la gravedad de los delitos que han cometido. Hasta ahora, los atentados contra el patrimonio eran el más
común pero la violencia filioparental lo ha desplazado. Por eso es importante el trabajo que realizan con las familias. «Su participación es fundamental porque luego los niños vuelven a su entorno», explica Belizón, quien cree de verdad en la reeducación de estos niños aunque no tiene datos de reinserción en la sociedad. Una vez que salen de sus manos, los pierde de vista.
Los Alcores está organizado por hogares, los espacios en los que viven los menores, que cuentan con una zona común de comedor, salón y habitaciones individuales, además de baños comunes, una cocina y una zona de lavandería. A las diez de la noche se cierran las puertas de las habitaciones y las luces se apagan a las doce.
Tienen muchas zonas deportivas en las que los niños practican desde pádel hasta voleibol o gimnasia, además de una piscina, un huerto, un invernadero, unos jardines muy cuidados... y todo a cargo de los internos. Así gastan sus energías los adolescentes porque la mayoría ingresa con una media de 16 años.
Las normas
Lo más importante es enseñarles a gestionar su frustración, decirles que no e imponerles unas normas. «Necesitan afecto y límites», dice la subdirectora María Deseada, quien detalla que la agresividad se va reduciendo conforme pasan los meses internados. El reglamento es estricto pero sencillo, no está permitido nada con lo que se puedan hacer daño ellos o hacérselo a alguien. Claro que tienen play y libros... pero con un horario estricto. De móvil y redes sociales ni se habla.
Los privilegios son tan sencillos como saltarse las normas con las que saben que pueden perderlos▶ salidas, visitas, excursiones...
La formación reglada es clave para que puedan encarar una nueva vida. Hay quienes estudian en los institutos cercanos, otros participan en clases online (este año mucho más por la pandemia) y otros se forman en los talleres prelaborales que el centro ofrece. Acaban de terminar uno de pastelería y otro de peluquería y ahora encaran estos meses de verano con actividades alternativas. Porque es importante tenerlos ocupados.
Dos educadoras jugaban a las palabras con doce menores en un aula en plena tarde de verano. Al pedir una palabra de comida con «l», un niño se quejaba «lechuga que es lo que aquí más se come». La educación también pasa por la alimentación o la forma de gestionar el dinero. «Nos hacen una lista con lo que quieren y nosotros se lo compramos con su dinero. Normalmente son cosas de aseo, colonias, champú de rizos de coco... son adolescentes y quieren estar guapos».
Porque también hay niñas en zonas reservadas para ellas. Y han construido un parque infantil porque, como en la cárcel, tienen derecho a estar con sus hijos hasta los tres años. Ahora no hay ninguno, sólo una joven embarazada. Por cierto, tampoco hay mayoría de menores inmigrantes delincuentes, más bien al contrario; sólo hay uno.