ABC (Andalucía)

«Hay cosas que un niño no debería ver»

Condenado a ocho años de internamie­nto por un delito que cometió con 16, estudia un módulo superior con la ilusión de vivir por sus propios medios y ser padre

- S. BENOT

Poner rostro a la historia de los menores infractore­s es complejo por las múltiples proteccion­es que la legislació­n les concede. Han cometido errores pero están a tiempo. Pepe (nombre ficticio acordado con el protagonis­ta) tiene 22 años y fue condenado por un delito muy grave a ocho años de internamie­nto en un centro cerrado de los que lleva seis cumplidos.

—¿Qué fue lo peor al ingresar? —Cuando uno llega aquí no para de darle vueltas a las cosas y por qué han pasado, pero no tienes respuestas. Y me sentía solo. Por las noches yo no dormía como en mi casa, no estaba tranquilo y no estaba con mi madre. Antes no hablaba con ella pero ahora le cuento todas las cosas que me pasan.

—La familia es importante.

—Yo pensaba el daño que había hecho a la gente pero, sobre todo, a mi familia que se quedaba fuera. Aquí estoy en una burbuja pero ellos están al pie del cañón y son los que se llevan todos los palos y las habladuría­s de la gente. No les puedo volver a hacer que sufran. Yo hago las cosas por ellos. Así que empecé a portarme bien y a estudiar para que dijeran que mi hermano, mi hijo, está cambiando y que no siempre fuese lo mismo▶ Pepe es el malo.

—Estos centros, ¿son lo que la gente se imagina?

—La gente no tiene ni idea de los centros de menores. Aquí la gente no es tan mala. Si quieres aprender, aprendes, pero te tienes que dejar ayudar. Yo he podido retomar mi camino. Los chavales de mi barrio hablan cosas que son mentira, que sí aquí nada más que hay peleas.. y yo llevo seis años y no he visto todavía ni una pelea.

—¿Ahora le permiten salidas?

—No es lo mismo ver las cosas con 16 años que con 22. Si estás en un mal ambiente ves todo mal, negativo, normalizas cosas que niños de 15 años no deberían. Yo tengo un sobrino con 19 años y las cosas que he visto no quiero que las vea él. Veo a los niños de mi barrio que tenían 14 años y ahora son unos hombres pero siguen con la misma mentalidad. Cada uno que se apañe con lo suyo; yo me desvié pero me he vuelto a retomar. Ahora miro a ese chaval como está y si sigue doblándose...

—¿Cómo es ahora su vida?

—Me quedan dos años aquí pero para mí es poco tiempo. Es verdad que estás lejos de tu familia pero estoy saliendo a mi casa, yendo al instituto y no siempre sin salir de aquí sin ir a ningún lado. Estoy haciendo un grado superior de mecanizado. El tema de los hierros y la forja me gusta mucho porque ves el trabajo recompensa­do cuando lo haces bien.

—¿Y dentro de diez años?

—¡Ofú! Me gustaría estar bien asentado y ojalá fuera de mi casa y no que mi madre me esté aguantando con 32 años. Y que esté todo bien. Pedir, poquito, que salgan las cosas bien. Tener mi casa, mi trabajo y no tener que depender de nadie.

—¿Qué es lo más valioso?

—Mi familia, lo que tengo al lado. Tengo dos sobrinos más chicos que yo y quiero lo mejor para ellos. Hay cosas que un niño no debería ver. Mi hermana les enseña bien a donde pueden ir y a dónde no pueden.

—Habla mucho de sus sobrinos, ¿le gustaría ser padre?

—(Risas y dudas) Sí. Me gustaría ser padre... pero a su tiempo.

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// ROCÍO RUZ Pepe (nombre ficticio) junto al director y la directora adjunta del centro de menores Los Alcores

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