«La gran pregunta es cómo esquivamos a los imbéciles»
—Oye, Yaiza, que dicen que por ser joven eres pobre, víctima e idiota.
—No sólo por ser joven. Esto es lo que la gente atribuye al 90%. Como si en general estuviéramos condenados a no crecer, a no mejorar, a ser unos idiotas. Como si la vida fuera para los demás, y no para ti. Son mediocres tratando a los demás de mediocres.
—También dicen que sois la primera generación que viviréis peor que vuestros padres.
—Hay precariedad y cuesta hoy más que entonces comprarse una casa, pero ésta no puede ser la única vara de medir. Tenemos mejor calidad de vida, más acceso a la cultura, menos techos de cristal. Podemos aprender y mejorar mucho más que antes.
—Comprar una casa.
—Es demasiado simple medir nuestras vidas por si a los 25 años ya hemos comprado una casa o hemos sido padres. Igual ahora es más difícil tener una hipoteca pero nuestros padres tuvieron que hacer muchos más sacrificios y vivir en mucha precariedad. Nada que ver con el mundo al que hoy podemos acceder y construir.
—¿Qué es lo peor de ser hoy joven?
—La forma de educarnos, de casi adiestrarnos. Nos hace tener un pensamiento limitado, categórico, conformista, que no favorece que pensemos, que crezcamos, que mejoremos.
—¿Qué necesitas?
—Un sistema que inculque valores y herramientas que no nos condene a ser como somos ahora.
—¿Cómo somos?
—En lugar de querer imitar al rico, le envidiamos, le criticamos y no paramos hasta dinamitarlo.
—Es la naturaleza humana.
—No creo que sea tanto bondad o maldad, sino un sistema que enseña a envidiar y a odiar, a que la meritocracia es bajar al de arriba y no subir tú. Esto es lo que más nos limita.
—¿Ser mujer te ha perjudicado?
—Sí. Y yo soy feminista y hay mucho que hacer. Pero todos tenemos problemas, pero no por ser lo que somos, sino porque en el mundo hay imbéciles que ponen pegas y dan problemas.
—Y siempre los va a haber.
—La pregunta no es si soy mujer o negra o lesbiana. La gran pregunta es qué hacemos con lo que somos y cómo esquivamos a los imbéciles.
—Yaiza, no estás ni remotamente cerca de saber lo que estoy disfrutando con esta entrevista.
—A veces pienso que el éxito en la vida se resume más en esquivar a los imbéciles que en hacer muchas cosas bien. Esquivar a los que no aportan.
—Creaste tu primera empresa a los 16 años, en Galicia.
—Era una empresa de tecnología aplicada al audiovisual. Era como convertir al espectador en guionista.
—Datos.
—Con la información que teníamos de los usuarios creamos un algoritmo que vendíamos a las plataformas para que supieran cómo eran y qué querían sus clientes y lo tuvieran en cuenta a la hora de elaborar sus contenidos.
—¿Todo esto lo hiciste sola?
—No, tuve la idea y busqué por internet qué tipo de empresa me podía ayudar a desarrollar el proyecto. Escribí a 5, me contestaron 2, y 1 creyó en mí y lo hicimos.
—Luego vendiste la empresa.
—Sí, y me mudé a Barcelona porque me ofrecieron un puesto de ejecutiva en una productora.
—Aprendiste.
—Pero me di cuenta de que lo mío no era trabajar para los demás.
—A los 21 años te mudaste a Madrid.
—Y creé Glue, una consultora tecnológica y de espacios de coworking. La vendí hace un año y medio.
—A los 26. Pero tres años antes habías ya fundado tu gran apuesta.
—Goi. Un operador logístico de tecnología aplicada, centrado en el producto voluminoso. Vi que los grandes operadores como SEUR o DHL no trabajaban el producto voluminoso.
—Sólo empresas locales.
—Sin red nacional, ni tecnología, ni estar profesionalizadas. Yo me convertí en el primer operador especializado en este producto, y con tecnología.
—500 empleados.
—En la oficina somos casi 100 y luego una red de 400 transportistas.
—Inversor capitalista.
—Ha entrado un fondo con 17 millones de euros, pero yo soy la accionista mayoritaria y la que manda, y el día que no sea así, me iré.
—¿Cómo llegaste a este sector? Es la antítesis de lo sexy para emprender.
—Tuve una mala experiencia como usuaria y yo quiero solucionar las cosas, no buscarles el atractivo.
—Además.
—Los sectores de grandes volúmenes, poco digitalizados y fragmentados me atraen mucho, precisamente porque hay mucho que hacer.
—Pero no tenías ni idea de logística.
—Estudié y aprendí.
—¿Cuál es el siguiente paso?
—No lo sé, porque estoy absolutamente enamorada de mi actual proyecto. Junto a mis sobrinos y mis hermanos es el gran amor de mi vida. Siento una auténtica pasión por lo que hago y por lo que queda por hacer.
—Es por personas como tú que merece la pena vivir.
—Me llena ver cómo impacto en la gente. Cómo mi trabajo mejora el mundo. Es muy adictivo. Y hay días que son una mierda, pero también esos días creo en lo que hago.
—¿En qué mejora tu trabajo la vida de los demás?
—La tecnología mejora la vida de mis empleados y de sus familias. Mejoran los salarios, se ajustan mejor los horarios. El orden en los procesos elimina el caos y el estrés y todos podemos trabajar más a gusto. Hay medición, procedimientos, método, en un sector que antes no estaba profesionalizado.
—También en los clientes.
—La precisión en el servicio es fundamental. Mi lema es que no muevo cosas sino historias. Si la cama no llega a tiempo, seguramente alguien va a tener que dormir en el suelo.
—Luego está la gente de la vacación, del desconectar y del «tiempo para mí mismo».
—Donde más aprendo es trabajando, no soy feliz aislándome. Puedo no estar en la oficina, pero me gusta estar pendiente. Para mí sería perturbador apagar el móvil. Sería una tortura.
—¿Cuándo descubriste que eras rara?
—En el colegio. Si hubiera dicho lo que pensaba, nadie se habría sentado conmigo. Me autosilencié durante años para que el rebaño no me expulsara.
—Era lo mejor que podía pasarte.
—Es verdad, pero me di cuenta más tarde. Me dejé ser. Deseé que me expulsaran. Soy insoportablemente y creo que buena persona, aunque siempre en contradicción y en lucha con el mundo y conmigo.