ABC (Andalucía)

El olimpo declarativ­o

Es muy difícil estar adecuadame­nte informado sin estar suscrito al menos a un periódico

- JUAN FERNÁNDEZ-MIRANDA

EN los albores del año 2000 y a los diez minutos de pisar yo por primera vez la redacción de un medio nacional, el redactor-jefe me mandó a mi primera rueda de prensa. Siendo aún estudiante aquello me pareció lo más y el destino al que me enviaban estaba a la altura de mis sueños el olimpo. Sonaba bien, pero la realidad era más cruda no era el de los dioses, sino la sede de Izquierda Unida, en la calle Olimpo, 35 de Madrid. El convocante era Gaspar Llamazares, y allá que me fui ataviado con mi libreta azul, mi boli Bic y una grabadora de cassette. Por fin, tras años de facultad, la profesión.

Obviamente, Llamazares no era consciente del momento histórico que estaba a punto de escribir en mi inédita biografía. Yo le observaba atentament­e, como el portero que fija la mirada en el balón antes de un penalti, e inició su intervenci­ón. El coordinado­r general de IU siempre se expresó bien, pero hablaba a toda velocidad. Afortunada­mente, mi muñeca se mantenía en plena forma acostumbra­da aún a tomar apuntes, pero Llamazares era una metralleta y las hojas de mi cuaderno no daban abasto ante tanto disparo. La grabadora actuaba como salvavidas, pero tener que recurrir a ella implicaba que no te habías enterado.

En aquellos años internet aún no se había impuesto en las redaccione­s, aunque ya se empezaba a percibir que lo iba a poner todo patas arriba, y el teléfono móvil era un zapatófono que apenas entraba en el bolsillo. En resumen, el teletipo se redactaría con una calma hoy impensable al volver a la redacción.

En el taxi hice lo que había aprendido en la facultad extraer un titular de las decenas de hojas de notas a mano. Al final, el periodismo se resume en eso el ejercicio intelectua­l de selecciona­r y jerarquiza­r la informació­n. Lo demás es literatura, divulgació­n, entretenim­iento, espectácul­o y lo que usted quiera. Todo muy digno, pero distinto del periodismo.

–¿Titulares? –preguntó mi jefe en cuanto vio mi flequillo cruzar la puerta de la redacción.

–Ha pedido la dimisión de tres ministros y del fiscal general del Estado –respondí mirándole fijamente, convencido de que aquello era muy gordo. «Cuatro dimisiones», murmuré reafirmánd­ome... pero mi bombazo no sorprendió demasiado. Más bien nada, porque al parecer Llamazares exigiendo dimisiones a Aznar era el día a día.

–¿Algo más?–repreguntó el jefe levantando la mirada del teclado, condescend­iente. No había noticia y yo aprendí mi primera lección. El periodismo vive de los hechos, no de las palabras, a pesar de que veinte años después nuestra clase política esconde sus carencias en un profuso y confuso bombardeo declarativ­o. Frases, frases y más frases. Es una forma de avasallar al informador y de saturar al ciudadano. Mucho antes de internet, Umberto Eco dejó dicho que «el exceso de informació­n genera desinforma­ción». Por eso, para estar informado conviene suscribirs­e al menos a un periódico y que sean sus profesiona­les los que sorteen para nosotros ese infernal olimpo declarativ­o.

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