El verano peligroso
Pese a todo, la mejor España brota entre rastrojos
UN verano que se vivió peligrosamente. En Madrid y en Berlín, en Navalacruz, en Kabul y en esto que llaman el resto del mundo. Se quiere hacer balance de este agosto que termina y se ve un yate, el de Tangana, sirviendo la polémica a un país en estado de catatonia. Como Pujol con la UDEF, habría que preguntarse para qué sirve la OTAN y si finalmente hemos perdido la batalla contra los bárbaros de todo jaez. Si, al final, todas esas muertes sirvieron para algo▶ si se va a seguir pasteleando con el mal barbado.
Se ha quemado el país, la pandemia sigue, pero Narciso Sánchez, en alpargatas, se ha ya esclerotizado en lo suyo, que es eso de no hacer nada y balbucear, si la cosa está muy caliente, algún lugar común repicado por las Redes Sociales. Un grado menos de la moral de victoria y surgiendo –Sánchez– entre las aguas como Esther Williams▶ como si no pasara nada. Pareciera que el segundo verano distópico podría ser diferente, pero el mundo está triste y el aeropuerto de Kabul es el símbolo perfecto de los tiempos que vienen. No se trata de desesperanza, es algo más profundo que ahora, por el ferragosto, entra por la piel ardiente, sube por el pecho y llega a eso que llamaban la glándula pineal.
El español, hoy mismo, ya no se entretiene con aquel episodio de Ana Soria y de Enrique Ponce que hace tan sólo un año nos animó esa vueltecilla a la normalidad. Más allá de los macrobotellones víricos y virales de esa juventud que ni es creadora ni lo será, hay una tristeza de vacunas que caducan y un vacío de horizontes que hasta se ve en las caritas de los quinceañeros que vuelven a los estadios. Con miedo, como si retornara, aún imberbes, de las trincheras de Verdún. Blanquitos y con la voz a medio hacer por el miedo y la mascarilla.
Toca en esta columna el balance de agosto entero, del verano entero, y al columnista le sabe todo a tierra requemada, a escalofrío de la segunda de Pfizer. También a la implosión de Podemos, los que caben en un taxi pero que van a estar ahí horadando cuantas instituciones tengan ocasión, y eso que no son pocas. De la luz no se les pregunte más, que tienen la respuesta preparada en la herencia recibida y en la poca vergüenza.
El mundo, en el agosto carbonizado, suena así. A clavícula rota de Alejandro Valverde y a valor de ley en aquel diplomático, Gabriel Ferrán, que no quiso dejar en la estacada a los suyos. Porque la mejor España, en la selva del verano, también aparece entre los rastrojos para decirnos que no todo está perdido.
Con agosto se cierra, menos mal, la época más populista del año. La del vacío mental que mata, la de un mes en el que no hemos podido ni disfrutar de la rebequita en el atardecielo. En Madrid hay un silencio que destruye, y a ciertas horas el periódico combustiona de cómo está el presente.
Sólo ya en la madrugada, y a ratos, el mundo se ordena cuando se apagan las Redes y se encienden los grillos (Lorca).