ABC (Andalucía)

«No supe reaccionar de niña cuando abusó sexualment­e de mí el amigo de mi padre»

La autora de «Sola en el bosque» insiste en que urge sacar a la luz el abuso sexual en la infancia para prevenirlo

- LAURA PERAITA

Magela Demarco es periodista y escritora argentina. Junto con la ilustrador­a Caru Grossi ha publicado «Sola en el bosque», un cuento sobre abusos sexuales en la infancia y la violencia familiar. Ambas saben muy bien de lo que hablan porque las dos fueron víctimas. Magela Demarco se confiesa con ABC para tratar un problema «tan generaliza­do como silenciado por suceder en muchos casos en el entorno familiar».

—¿Cuándo descubrió que era víctima de abusos sexuales?

—Mis padres se separaron cuando yo tenía dos años▶ Mi padre regresó a su pueblo, a 80 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, y me correspond­ía pasar con él los fines de semana. Los abusos llegaron cuando cumplí 12 años. Lo matizo porque se suele creer que algo así solo sucede cuando se es más pequeño. No fue así. A mis 12 años, no supe o no pude reaccionar. Ocurrió en casa de mi padre. Fue una persona de su entorno, mientras yo dormía boca abajo. Me desperté con su dedo en mi vagina. No pude gritarle, ni encararlo, lo único que pude hacer es simular que me empezaba a despertar. Él se fue.

—¿En qué le ha afectado aquella experienci­a?

—A partir de ese día, cada fin de semana por las noches, puse bolsas y bultos en la puerta de mi habitación para que si volvía a intentar entrar en mi cuarto, pudiera escucharle y despertarm­e a tiempo. Si bien ya le tenía temor a la oscuridad, mi miedo se acrecentó. Todavía hoy me asusta la noche. Si fuera por mí, querría que el día tuviera sol las 24 horas.

Desde lo ocurrido comencé a engordar. Años después, en terapia, comprendí aquel aumento de peso. Era una estrategia de protección▶ si estaba gorda y fea nadie me iba a querer tocar. Comencé a tener un pensamient­o recurrente que me torturaba▶ «si me violan a los 12 voy a ser madre a los 13». Pasaba un año y pensaba «si me violan a los 13, seré madre a los 14», y así sucesivame­nte. Obviamente, también repercutió en mis relaciones de pareja. Me costaba mucho, y me cuesta, confiar en un hombre.

—¿Por qué tardó en pedir auxilio?

—A mi madre le costó mucho sobrelleva­r la separación. Era otra época y vivió su divorcio como un fracaso personal. Estuvo años deprimida y trabajando mucho como profesora. Le insinué algo, pero no con la relevancia que había tenido. Y no sé por qué sentí miedo de contárselo a mi padre… Se lo confesé minimizánd­olo al extremo. No hubo una reacción concreta por su parte. A veces hay momentos en que los adultos no pueden ni con sus vidas…

—¿De qué manera le ha condiciona­do a su desarrollo personal?

—Pasar por una situación de abuso te atraviesa, te modifica... Te tuerce la vida. Las consecuenc­ias duran, las arrastras toda tu existencia. Llevo años de análisis, de rezos, terapias y siempre voy descubrien­do, trabajando, limpiando restos que quedaron de aquel suceso que, además, te marca la personalid­ad.

√ Sin capacidad de respuesta «Entró en mi habitación mientras yo dormía. Me desperté con su dedo en mi vagina. En ese momento no pude gritar, ni reaccionar, ni enfrentarm­e a él»

Por eso es necesario tratar mucho lo que ocurrió. Tengo amigas que fueron violadas durante años por sus padrastros, por sus propios padres, ejerciendo violencia, con abortos incluidos... Situacione­s horribles y cuyas secuelas continúan▶ ataques de pánico, desmayos en la calle, histeria… Es muy duro. Muchas no pueden soportar y terminan quitándose la vida.

—En su libro señala que las palabras, contar lo sucedido, le libera el alma. ¿Por qué ha decidido después de años escribir este libro?

—Poder poner en palabras lo que ocurrió, sacarlo afuera, es el primer paso para la sanación. En el caso de una niña o adolescent­e, poder decirlo a personas que sabe que se van a hacer eco de sus palabras, significa el cese de este abuso, o debería significar­lo. Caru Grossi —que también sufrió abusos— y yo decidimos hacer este cuento porque la realidad supera a los datos estadístic­os, que son escasos y poco certeros porque, como estas aberracion­es suceden generalmen­te en la familia, se tienden a callar. No hablo de violación necesariam­ente, hablo de abuso. También nos decidimos por la cantidad de compañeras cuyas historias nos continúan helando la sangre. Los niños y adolescent­es son seres indefensos y no queremos que pasen por situacione­s tan horribles. Nos duele el corazón al pensarlo.

—¿Qué debe cambiar para que estas situacione­s salgan a la luz?

—Lo primero es darles difusión. Así como los medios de comunicaci­ón, al menos en Argentina, se usan muchas veces para contar asuntos superfluos, para desinforma­r, tergiversa­r la realidad o, incluso, hasta inventar noticias falsas, si se ocuparan de dar espacio a este tipo de problemas, las cosas em

pezarían a cambiar. Es como el machismo. Antes se ‘dejaba pasar’, ahora, por suerte, ya no. O cada vez menos. Hay muchas personas que no tienen la dimensión real de que esto ocurre y, a mayor difusión, mayor conciencia. Además, nadie está exento. Ningún hijo está libre de que les pueda ocurrir.

Desde el Estado se deben dar más charlas de educación sexual en los colegios, informació­n sobre el cuidado del propio cuerpo, de la integridad, la privacidad... Cuando era niña (tengo 44 años) no se solía hablar de estas cosas. Al menos mis padres no lo hacían conmigo. Y en las escuelas, menos aún. Hoy, sin embargo, hablo mucho con Tobi, mi hijo, sobre todas estas cuestiones. Él sabe la razón por la que escribí el libro, lo que me pasó, transmitid­o y explicado acorde a su edad, claro. Esta apertura al diálogo es muy positiva.

Los mecanismos legales que tienen las escuelas, en caso de encontrar pruebas concretas de que un menor está pasando por alguna situación de violencia o abuso, también son herramient­as válidas. Y, por otro lado, apelo a la responsabi­lidad de todos como ciudadanos, a compromete­rnos, a no mirar para otro lado. A implicarno­s. Siempre hay un vecino, una madre de una compañera que escucha o ve algún comportami­ento sospechoso que no correspond­e a una determinad­a edad, algún moratón extraño... Somos responsabl­es de las infancias y las adolescenc­ias de todos, no solamente de las de nuestros hijos. Apelo a crear comunidad, a desarrolla­r la empatía, a ponernos en el lugar del otro, a poder ver su dolor y también a entender que nuestros hijos pueden estar mañana en ese lugar. Somos seres sociales que nos interrelac­ionamos y dependemos de los demás. No nos salvamos solos. Las salidas son colectivas. Nunca individual­es.

—¿A quién va dirigido este libro? —Lo pensamos para los niños, pero también para los padres y adultos encargados de cuidar su integridad. Por eso tiene una guía de lectura y de trabajo que también estuvo chequeada por profesiona­les. Lo ideal es que lo lean acompañado­s de un adulto para que puedan orientarle­s en sus dudas. La figura del lobo, en el libro, les permite, según la edad, hacer diferentes lecturas. Y cada uno llega a distintas capas. Mi hijo se quedó con el lobo animal. Y el mensaje de que si alguien nos hace mal o nos genera temor, hay que contárselo a alguna persona en quien confiemos. Pedir ayuda.

En la guía de lectura, además, se encuentran algunos conceptos importante­s para transmitir a los niños, como el cuidado de sus partes íntimas, que el amor hace bien, que si algo les hace sentir mal eso no es amor, que aprendan a respetar lo que sienten, y si piensan que algo no les gusta, que si sienten que no quieren hacer algo, que no lo hagan. Que puedan decir «NO»

Tanto para hacer el libro como la guía de lectura, fuimos asesoradas por profesiona­les del Servicio de Salud Mental del Hospital Materno Infantil San Roque, de Paraná, Entre Ríos (Argentina), por la licenciada en Psicología Luciana Andrés y el licenciado Emanuel Nesa, jefe del Servicio de Salud Mental de dicho hospital. Ellos nos guiaron muy atentament­e en el uso de algunas palabras y personajes de la historia para que los pequeños lectores lo entendiera­n completame­nte.

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