ABC (Andalucía)

Muere Charlie Watts, imperturba­ble corazón rítmico de los Rolling Stones

El músico, legendario batería de la banda británica, falleció ayer a los 80 años en un hospital de Londres

- DAVID MORÁN

Su auténtica pasión era el jazz, amor de juventud al que nunca renunció, pero fue el rock and roll lo que le convirtió en leyenda. Pausado y serio, con ese porte de caballero recién salido de Savile Row que no le abandonaba ni cuando soplaban los vientos huracanado­s de ‘Gimme Shelter’ ni cuando asomaba el atropello eléctrico de ‘Street Fighting Man’, Charlie Watts fue el metrónomo de los Rolling Stones; un corazón rítmico que, tras más de seis décadas latiendo sin pausa, se detuvo ayer.

Su muerte supone un duro mazazo para la banda ya que, como escribió Stephen Davis en ‘Los viejos dioses nunca mueren’, él era, en cierto modo, el pegamento que mantenía unidos a los británicos. «Es genuinamen­te enrollado, tiene un buen gusto innato y comprende la moderación. Charlie mantiene su familia unida, y nunca ha ido de estrella como el resto», dejó escrito el periodista neoyorquin­o.

Watts, que cumplió 80 años el pasado mes de junio, falleció ayer en un hospital de Londres rodeado de su familia. El músico se había sometido a una operación después de que los médicos observasen un «problema» durante una revisión rutinaria. «Por una vez, me he quedado fuera de juego. Estoy trabajando duro para estar completame­nte en forma, pero hoy he aceptado, siguiendo el consejo de los expertos, que esto llevará un tiempo», anunció el propio Watts hace solo unos días al desvelar que, por primera vez desde 1963, estaría ausente en una gira de los Rolling Stones debido a una enfermedad. En 2004, Watts ya superó un cáncer de garganta justo a tiempo para no perderse la grabación de ‘A Bigger Band’, el primer álbum de la banda desde ‘Bridges To Babylon’ (1997). Ahora, sin embargo, el tiempo ha jugado en su contra. Adiós, pues, al hombre que, según Keith Richards, conseguía enriquecer las canciones de manera completame­nte inesperada. «Charlie puede sentarse y sacarme un ritmo totalmente inesperado pero al mismo tiempo mucho mejor del que yo esperaba», reconocía el guitarrist­a en ‘According To The Rolling Stones’. Todo un mérito teniendo en cuenta que Watts siempre quiso ser más Elvin Jones que Ginger Baker.

Talento precoz

Nacido el 2 de junio de 1941 en el University College Hospital de Londres, Charles Robert Watts se crio en una familia de clase trabajador­a. Hijo de un conductor de autobús, creció escuchando a Frank Sinatra y Billy Eckstine. A los doce años, tal y como explicaba él mismo, cayó en sus manos el disco ‘Flamingo’, de Earl Bostic, y quiso ser saxofonist­a, pero en cuanto escuchó ‘Walking Shoes’, de Gerry Mulligan, cambió de idea y se pasó a las baquetas. Con catorce años empezó a aporrear su primera batería, regalo de su padre, y a los dieciséis ya empezó a tocar en formacione­s de jazz.

Al despuntar los 60, Alexis Korner lo reclutó para su banda, Blues Incorporat­ed, y Watts, del que se decía que detestaba en secreto a Elvis y todo lo que salía de los estudios de Sun Records, empezó a pasar del jazz al rhythm and blues. De ahí a pasarse «cuatro décadas viendo el trasero de Mick Jagger correteand­o», como le gustaba decir, solo era cuestión de tiempo y de estrechar lazos primero con Brian Jones, quien también alternaba con los Blues Incorporat­ed, y más tarde con Keith Richards y Jagger, habituales del Ealing Club.

Nacían los Rolling Stones (casi) como hoy los conocemos y el mundo nunca sería suficiente. «Me uní al grupo, aunque no sabía qué diablos era lo que tocábamos», diría años más tarde un lacónico Watts. No tardaría en descubrirl­o ya que, además de rock and roll zumbón y blues vestido con chaquetas entalladas, los Stones tocaron pronto el cielo y se convirtier­on en un gigante ingobernab­le. Un transatlán­tico repleto de escándalos y excesos al que Watts aportaba un contrapunt­o de serenidad y placidez.

Crisis vital

Como sus colegas de banda, también llevaba grabados en la cara todos esos años de giras sin fin y noches en vela, pero al lado de plusmarqui­stas de la vida disoluta como Jagger y Richards, lo suyo fue una existencia casi monacal: cuidaba de sus caballos, se escapaba cuando podía a tocar con su quinteto de jazz y se mantuvo casi siempre a distancia prudencial de las drogas. Era solo rock and roll, sí, pero para Watts a veces ni siquiera eso. «Incluso en los 60 y los 70 yo no estaba en ese mundo. Estaba en la banda, pero era un trabajo para mí», dijo. Él fue, eso sí, el encargado de elegir a Darryl Jones como sustituto de Bill Wyman cuando el bajista dejó la banda.

Casado desde 1964 con Shirley Ann Shepherd, solo en una ocasión, a mediados de los ochenta, atravesó un periodo de turbulenci­as y empezó a beber en exceso y a coquetear peligrosam­ente con las drogas. «Con la perspectiv­a del tiempo –recordaba Watts–, debí de pasar por la crisis de la mediana edad. En ese momento de mi vida pensé: ‘a la mierda, no lo has hecho antes, hazlo ahora’. Fui muy temerario. En veinte años no me había comportado así jamás. Esa fase me duró un par de años, pero dejó heridas que tardaron mucho más en curarse». Incluso entonces, el rictus de Watts era imperturba­ble, como el de una gárgola que se hubiese desplomado sobre la batería para acabar marcando el ritmo de ‘Brown Sugar’ o ‘Jumpin’ Jack Flash’.

Sin apenas mover un músculo, había quien confundía concentrac­ión con desdén y hartazgo, algo que él mismo se cansó de desmentir por activa y por pasiva. «Si no disfrutase con lo que hago cuando subo a

Ajeno a los excesos de sus colegas, fue el Stone pragmático y tranquilo: «Era un trabajo para mí»

un escenario, hace tiempo que hubiera dejado a los Stones», solía decir. Eso sí: cada que vez que una nueva gira asomaba por el horizonte, las dudas se le multiplica­ban. «Desde 1969, vengo diciendo tras cada gira que no voy a seguir viajando con los chicos», reconocía. Y es que Watts, siempre alejado de tareas compositiv­as, fue el Stone más pragmático. «Yo solía decir: ‘Hemos estado juntos durante veinte años, pero Duke Ellington estuvo cuarenta años’. ¡Ahora hemos llegado al nivel de Duke Ellington. Ya sé que no se ha de leer la historia del revés, pero no puedo dejar de pensar que ‘Street Fighting Man’ es para algunos chicos como cuando yo era adolescent­e y escuchaba a Louis Armstrong. Me encantaba esa música, pero al mismo tiempo sonaba muy antigua».

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// REUTERS Los Rolling Stones, en la Julliard School of Music de New York en 2005
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// REUTERS Charlie Watts, a la batería, durante un concierto de los Stones en Santiago de Chile en 2016

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