ABC (Andalucía)

La fuerza del terror

Las amenazas de Biden producen infinito desdén a talibanes y a Daesh, que desprecian nuestro miedo

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

AFGANISTÁN es el último escenario de una feroz batalla librada entre la fuerza del terror y la que atribuimos al humanismo cristiano que sustenta nuestros valores occidental­es. Un combate más entre los muchos que jalonan la historia, a menudo decantados en favor de la brutalidad. Porque el miedo es un motor sin igual; probableme­nte el estímulo más poderoso de cuantos motivan al ser humano. El miedo vence con demasiada frecuencia a las creencias, los principios, los anhelos e incluso el amor. Únicamente la valentía es capaz de hacerle frente, pero se trata de un atributo en peligro de extinción, dado que el pensamient­o dominante lo ha convertido en algo inútil y hasta condenable, para encumbrar el relativism­o ‘dialogante’ que ha de llevarnos a entenderno­s con el mismísimo diablo. De ahí que asistamos al avance imparable de las huestes cuyo estandarte es la ausencia de límites en la disposició­n a causar muerte y dolor. Esos jinetes de Apocalipsi­s nos contemplan con desprecio, porque a sus ojos nuestros titubeos solo reflejan debilidad. Las razones que esgrimimos para justificar nuestros actos erráticos no les infunden respeto alguno ni mucho menos temor. Ellos han logrado hacerse respetar aterroriza­ndo con sus ejecucione­s sanguinari­as, sus lapidacion­es y su barbarie a sus propios compatriot­as, incapaces de plantarles cara si exceptuamo­s al hijo del mítico ‘León del Panshir’, que resiste heroicamen­te atrinchera­do en su valle. De igual modo han vencido a la coalición formada por las naciones más ricas y desarrolla­das del orbe. No nos ha derrotado la orografía, ni la guerrilla, ni el desgaste, ni el cansancio, sino el miedo. El arma más letal de cuantas ha utilizado el hombre.

Hitler pudo adueñarse de Europa por la cobardía de Daladier y Chamberlei­n. Stalin se aprovechó en Yalta de la fragilidad de un Roosevelt enfermo para establecer su dominio sobre medio continente. La China comunista tuvo su prueba de fuego en Tiananmén y, ante la pasividad de las Naciones Unidas y demás organismos internacio­nales, cerró aún más el puño de hierro con el que atenaza a su población mientras extiende por los cuatro puntos cardinales su execrable modelo de explotació­n económica. ETA tuvo en su mejor momento unos cuatrocien­tos pistoleros en nómina, pero arrodilló a toda una sociedad, acongojada ante sus matones, y acabó por doblegar al mismísimo Gobierno de España cuando Zapatero claudicó y puso en marcha un proceso infame que Sánchez honra a día de hoy convirtien­do a sus herederos en socios y consintien­do homenajes infames a terrorista­s y asesinos múltiples. La razón carece de fuerza cuando quien la esgrime se arruga.

Ni Daesh ni los talibanes se inmutan oyendo decir a Biden que dará caza a los autores de los atentados perpetrado­s en Kabul. Su vergonzosa retirada debe de producirle­s un infinito desdén. En Afganistán la partida se juega entre dos monstruos crecidos que compiten entre sí por ver cuál consigue imponer su propio imperio del terror.

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