«La tentación del poder es tratar a los ciudadanos como menores de edad»
La autora regresa con ‘De ninguna parte’, una ambiciosa novela que aborda males de nuestro tiempo como el terrorismo islamista o el desarraigo
En la mochila con la que carga Julia Navarro (Madrid, 1953), la misma que todos llevamos a cuestas, están cuarenta años de ejercicio de periodismo. Y eso marca, claro. Ella, además, desempeñó el oficio en una de las épocas más apasionantes de la historia reciente de España, cuando nuestro país empezaba a definirse como Estado democrático, contagiándose de una pulsión narrativa que hoy, tantas décadas después, sigue desplegando en sus novelas. La última de ellas, ‘De ninguna parte’ (Plaza & Janés), aborda, con la ambición del gran escritor, cuidadoso de lo que cuenta y de cómo lo cuenta, algunos de los peores males de nuestro tiempo, obviando la pandemia el terrorismo islamista, la identidad, la integración y el pulso permanente entre los medios de comunicación y el poder político y económico. Lo hace a través de las vidas de dos personajes, Abir y Jacob, cuyo destino queda marcado, en su adolescencia y de formas muy diferentes, por los daños colaterales de una misión del Ejército israelí.
—La novela se titula ‘De ninguna parte’ porque es como Abir y Jacob se sienten, y ese desarraigo define su personalidad. ¿Por qué le interesaba la identidad como tema narrativo, literario?
—Porque es una de las cuestiones de nuestro tiempo. Vivimos una sociedad globalizada en la que hay muchas personas que sienten que hay una pérdida de identidad, y eso se puede vivir de forma positiva o negativa, depende de dónde vengas. Hay emigrantes de primera, pero hay otro tipo de emigrantes, que son los que llegan a nuestras costas. Vienen en busca de una vida mejor, con unos códigos culturales distintos, de comportamiento, también el elemento religioso cuenta, y se produce el choque cultural. No pertenecen a lo nuevo, pero dejan de pertenecer al lugar de donde vienen, y viven con ese desgarro interior.
—Precisamente, una de las conclusiones que saqué al leer la novela es que ese exilio interior que Abir y Jacob sienten es el peor de los exilios. Y eso es algo que tenemos muy presente en España...
—Efectivamente, es que yo creo que no hay nada peor que el exilio interior, porque eso te descoloca por dentro y a veces te impide avanzar. En todas las novelas me interesa bucear en la condición humana, y con esta yo quería ponerme en la piel de los que viven ese exilio interior que yo nunca he vivido. Qué puede sentir esa persona que tiene que hacer un recorrido vital como el de Abir, que nace en un campo de miseria y termina convertido en terrorista en las montañas de Afganistán.
—Una de las causas de que Abir termine así es, precisamente, ese choque de culturas que estamos viviendo a diario en las sociedades occidentales. ¿Qué podemos hacer nosotros?
—Ese es uno de los grandes retos que tiene la Unión Europea. No solamente tenemos que acoger, sino integrar, y esa es la asignatura pendiente. Yo no digo que haya mala voluntad por parte de los gobernantes, simplemente creo que no han encontrado la manera, quizá porque no dedican el suficiente tiempo, los suficientes medios, para ver cómo se aborda. Pero es evidente que se produce un choque cultural. Pongámonos en la piel de esos emigrantes y hagamos el camino contrario. ¿Se está haciendo lo suficiente para hacer posible la integración? Yo creo que no. Tampoco sé cómo se haría, no tengo la fórmula, pero pagamos a los gobernantes para eso.
—Si avanzamos en la novela, nos ubicamos en Bruselas, donde una organización islamista llamada El Círculo lanza una amenaza terrorista que usted narra con la precisión y el tino de quien antes estuvo al otro lado...
—[Ríe] Lo narro como una periodista. Es que yo no puedo dejar de ser lo que he sido. En mi mochila están cuarenta años de ejercicio del periodismo. He estado tantas veces contando en primera fila lo que pasaba que es como si estuviera contando una crónica para el periódico.
—En esa crónica se evidencia, a modo de crítica, la línea, cada vez más delgada, que separa la información del espectáculo.
—Uno de los males de nuestro tiempo es el populismo, y el populismo está llegando también a los medios de comunicación. El problema del populismo en los medios de comunicación es que antes estaba en programas y ahora ha ocupado también la información. A mí me parece que es un debate que deberíamos plantearnos los propios periodistas, que debemos solucionar en las redacciones. Lo que yo he querido es que los lectores conozcan ese pulso permanente que hay entre los periodistas y el poder, el político o económico. Cómo desde el poder siempre tienden a querer frenar cómo contamos las cosas o, incluso, intentan que no las contemos supuestamente en nombre de intereses superiores. Yo no lo comparto. Hay que contarlo todo, pero la cuestión es contarlo con rigor e independencia, y contextualizarlo. La tentación del poder siempre es tratar a los ciudadanos como menores de edad. A mí eso me parece una actitud muy poco democrática y de desprecio hacia la ciudadanía. La ciudadanía tiene derecho a saber y hay que contar todo lo que sucede.
—En la novela, hay tres personajes femeninos, Noura, Marion y Fátima, que son el fiel reflejo de lo importante que es no dar un sólo paso atrás en la defensa de los derechos y la igualdad en Occidente. ¿Qué va a pasar
"Integración «No sólo tenemos que acoger, sino integrar, y esa es la asignatura pendiente de la Unión Europea»
Populismo «El populismo está llegando también a los medios de comunicación, a la información»
con las mujeres en Afganistán?
—Estados Unidos ha tenido una actitud absolutamente irresponsable de la manera en que se ha marchado. No se puede llegar a un país y, cuando ya no te conviene, ahí te quedas, me marcho. No se puede llegar a un país si no es para ayudar a construir instituciones democráticas fuertes. A golpe de talonario no se puede transformar un país, no se transforma nada. A mí me parece dramático que, tras esa tímida apertura en la que han vivido las mujeres afganas, que han podido llevar a sus hijas al colegio, ha habido mujeres que se han incorporado a determinados puestos de trabajo, que han podido ir con la cara descubierta, de repente vuelvan a estar en una doble cárcel.
—¿En qué sentido?
—Las mujeres en Afganistán sufren un doble exilio, un exilio interior tremendo, que es el del burka, y el exilio de tener que volver a encerrarse en sus casas, de tener que esconder sus cuerpos como si fuera algo pecaminoso… Las mujeres afganas están doblemente condenadas en el régimen talibán. Yo no sé qué se puede hacer. Pero no podemos abandonarles. Naciones Unidas, Occidente, quien sea tiene que presionar al Gobierno talibán para que la vida de las mujeres que no se han podido escapar, que se han tenido que quedar allí, no sea una tragedia como ya lo es. Es que me pongo en la piel de una de esas mujeres y me estremezco... Es una tragedia. Y la irresponsabilidad de Estados Unidos de anunciar de un día para otro que se van el 31 de agosto me parece… ¡pero bueno! No es que los talibanes hayan ganado ninguna guerra, es que Estados Unidos decidió entregarles el poder…
—Ya sucedió antes...
—Sucede en todas partes. Yo creo que a partir de aquí los ciudadanos tenemos que exigir e impedir aventuras de este tipo. Tú no puedes ir a un país, poner las cosas patas arriba y cuando ya no te interesa marcharte. Si tienes que intervenir en algún sitio, tienes que hacerlo ayudando a crear instituciones fuertes democráticas, no a golpe de talonario…
—O exprimiendo sus recursos naturales…
—Bueno, por supuesto. Afaganistán es un lugar geoestratégico.
—Si la política se nos escapa la geopolítica ya no le quiero contar…
—Desde luego...
—Hablando de política y geopolítica, con esta novela vuelve a Israel y lo hace dando protagonismo a los ‘refuseniks’, que son los judíos que se niegan a servir militarmente en los Territorios Ocupados. ¿Por qué?
—A veces hay una visión muy simplista de lo que ocurre en Oriente Medio. Oriente Medio es un lugar muy complicado en el que las sociedades no son homogéneas, ni mucho menos, y la sociedad israelí no lo es. Hay muchos movimientos pacifistas dentro de Israel, es evidente que con poco éxito, pero los hay. Y me parecía interesante plantear esa reflexión. Pero, realmente, esta no es una novela de Oriente Medio, porque transcurre en el corazón de Europa y son los problemas que el terrorismo islamista nos ha planteado a los europeos. Hay muchos escritores israelíes, desde David Grossman a Amos Oz, que están en movimientos pacifistas. Por tanto, a veces yo creo que no se pone en valor la valentía de esas personas de enfrentarse a su propia sociedad y decir mire usted, por aquí no.
—No se les da voz, ni protagonismo.
—No, porque a veces simplificamos mucho, y no es todo homogéneo…
—Pero vivimos en la sociedad de la simplificación...
—Sí, cada vez más.
—Ya para cerrar, estamos de nuevo ante una novela cuyos personajes son unos perdedores, pero que sobre todo demuestra que no podemos escapar de nuestro pasado.
—Es que creo que no podemos escapar de nuestro pasado, porque todos somos lo que somos por lo que hemos sido. No nacemos nuevos todos los días. Sería fantástico levantarte una mañana y no tener memoria ni huella del pasado. Pero eso no es así. Y, por tanto, la mochila que todos cargamos con las vivencias de la vida se va llenando, y se va llenando a veces de cosas buenas y otras de cosas malas, pero están ahí. Yo soy bastante orteguiana, creo que las circunstancias influyen, pero también creo que al final tenemos la última palabra. Lo que pasa es que a veces es muy difícil decir esa última palabra.