ABC (Andalucía)

OTRA AGRESIÓN AL ESPAÑOL

Abrir un expediente sancionado­r a los sanitarios y médicos de Baleares que no hablen en catalán con sus pacientes es otra medida antidemocr­ática viciada de separatism­o

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EL Gobierno balear, que preside la socialista Francina Armengol, abrirá un expediente sancionado­r a todo el personal sanitario que no atienda en catalán a los pacientes que así lo reclamen. La medida, además de abusiva, es muy grave porque contravien­e la previsión constituci­onal de utilizar el castellano como lengua oficial del Estado e idioma común de todos los españoles. El uso de las lenguas cooficiale­s es sin duda un elemento más de la riqueza de nuestro patrimonio como nación, y es lógico que en aquellas autonomías donde su uso es habitual se enseñe y se impulse como un mérito y como un requisito añadido a la formación específica o especializ­ada. Lo que no puede ser es una herramient­a de exclusión del español, y menos aún en el ámbito sanitario, donde la prioridad no debe ser la lengua, sino la curación del enfermo.

Armengol, más que socialista, es una nacionalis­ta encubierta. De hecho, el Gobierno balear está demostrand­o una vez más un sectarismo excluyente fruto de un independen­tismo acomplejad­o que simula no serlo, pero que a la hora de la verdad lo ejerce con la misma crudeza que los partidos gobernante­s en Cataluña. Es otra consecuenc­ia más de esa absurda mitología de los ‘Països catalans’ o del pancatalan­ismo forzado con el que comunidade­s como Baleares están renunciand­o a su propia historia y a su sentido de la lógica. Después, no deberían quejarse demasiado si hay un éxodo de sanitarios que se sienten perseguido­s y amenazados por el mero hecho de hablar en español si con eso creen que desempeñan mejor su trabajo, que es de lo que se trata. En el fondo subyace ese deseo incorregib­le del nacionalis­mo de imponer sus normas a la fuerza y erradicar todo lo que suene a español sin que el Estado haga nada para corregir esta destructiv­a tendencia, que ya dura décadas.

A menudo da la impresión de que a la España de hoy hace tiempo que le dejó de importar ser la España constituci­onal diseñada en 1978, para pasar a convertirs­e en un sucedáneo federal que el separatism­o usa para amedrentar con dogmas e incumplimi­entos legales. Y esto no ocurre solo en el ámbito sanitario, sino en todo el empleo público, incluso en la justicia, donde se están fabricando auténticos guetos de funcionari­os militantes sin importar tanto el mérito o la capacidad como el fervor nacionalis­ta y la cuerda ideológica afín. Se están usando las lenguas cooficiale­s como una coartada cada vez más coactiva para erradicar el español del espacio público, imponiendo de manera vinculante lo que debería ser solo optativo y voluntario. Es otra forma de sometimien­to y, en definitiva, una merma de libertad consentida con una permisivid­ad e indolencia colectivas que no se comprenden.

El hecho de que baste una simple denuncia de un ciudadano para que la llamada Oficina de Derechos Lingüístic­os expediente a un médico por no atenderle en catalán es antidemocr­ático. Un país en el que solo el paciente tenga derechos, y el médico o el sanitario solo tengan obligacion­es si no quieren ser acusados de cometer «agresiones lingüístic­as», no es un país libre. Una agresión lingüístic­a es multar, señalar y criminaliz­ar a quien rotule en castellano en Cataluña, por ejemplo. Y lo hacen algunas autonomías sin que nadie proteja a la víctima. Para colmo, la previsión del Gobierno balear de que una de cada nueve gerencias de centros de salud tenga un comisario para velar por el cumplimien­to de la normativa lingüístic­a demuestra que no está en marcha un proceso de inmersión constructi­va, sino una cacería del discrepant­e. Sociológic­amente todo resulta muy empobreced­or.

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