Ayer el diablo estuvo aquí
Sin duda, el azufre, lo deliberadamente simple, todo lo justifica
EL 20 de septiembre de 2006, Hugo Chávez subió a la tribuna de la Asamblea General de Naciones Unidas. Al llegar al atril miró a su alrededor, teatral. «Ayer el diablo vino aquí. En este lugar huele a azufre», dijo. Y por si a alguien le quedaba alguna duda, añadió▶ «Ayer desde esta misma tribuna el señor presidente de EE.UU., a quien yo llamo el diablo, vino aquí hablando como dueño del mundo». Se refería a la comparecencia del republicano, que ya había tenido que hacer frente al atentado de las Torres Gemelas y había provocado recelo tras la invasión de Afganistán y la guerra con Irak.
«Huele a azufre». Puro teatro. Y del bueno, parece, o al menos del que funciona, porque la frase le valió a Hugo Chávez la simpatía de quienes vieron en su desafío a Bush un gesto libérrimo. Chávez cumplía entonces el séptimo de sus catorce años como presidente de Venezuela. Había consolidado un liderazgo de bombo, petróleo y platillo que foros como ‘Le Monde Diplomatique’ auparon sólo con el entusiasmo que ciertos safaris ideológicos suscitan en determinadas curias. Y este, por supuesto, no era uno cualquiera. Era un safari de los buenos, aunque con consecuencias para ellos insospechadas.
Ahí donde unos señalaban a un exmilitar populista, autoritario y megalómano, los que se denominaban pacifistas y tolerantes, en su mayoría una izquierda leída y vinculada al mundo universitario, veía en Chávez a un mesías dispuesto a acabar con la pobreza y enmendar el latrocinio de todos los imperios. Se impuso un razonamiento según el cual si Hugo Chávez estaba contra Bush, no podía ser un dictador o un sátrapa. La sobreactuación sirvió a Hugo Chávez para disimular sus tics autoritarios y ganarse la simpatía de quienes lo vieron como a un libertario… o un payaso.
Quince años después, en su espacio de entrevistas en su canal de YouTube, el diputado Gabriel Rufián revivió el efecto ‘Huele a azufre’, esa especie de fenomenología de lo simple que organiza el mundo en bandos y que se vale siempre de una lógica del espectáculo para poder funcionar. Cuando Rufián preguntó a su invitada, la actriz y escritora Esty Quesada (‘Soy una pringada’) sobre qué hay que hacer con Vox, ella contestó sin pensárselo▶ «Matar», y agregó sin pausa algo▶ «¿Está mal matar? Sí. A veces, no».
Según la invitada de Rufián, una chica muy joven y con evidentes lagunas históricas, la vida de las personas vale más o menos según el bando o el partido al que pertenezca, un razonamiento equiparable a otras categorías como la raza, la nacionalidad o la religión y que tiene ejemplos tan elocuentes como el ‘apartheid’ o los Balcanes. Gabriel Rufián no se tomó la molestia de aclarar o matizar a su entrevistada. Sin duda, el azufre, lo deliberadamente simple, todo lo justifica. Estar contra Bush exime de autoritarismo a un presidente folclórico. Por esa misma lógica, el que está contra Vox no puede ser un intolerante. ¿Es eso posible? A veces no.